Cada vez más miembros de la generación Z —aquellos nacidos entre mediados de los noventa y principios de los 2010— están reconsiderando su relación con el trabajo. Según datos recogidos por Randstad, el 38% de los jóvenes de entre 18 y 24 años ha dejado algún empleo por incompatibilidad con su vida personal, y un 58% estaría dispuesto a hacerlo.
Esta generación, que irrumpió en el mercado laboral en medio de una pandemia global y un contexto económico incierto, parece menos dispuesta a tolerar entornos rígidos, mal remunerados o sin propósito. La tendencia no se limita al hartazgo ocasional: se consolida en torno al fenómeno NEET (Not in Education, Employment, or Training), nini de toda la vida.
La generación Z reescribe su relación con el trabajo
Aunque algunos lo asocian con pereza o falta de ambición, los expertos apuntan a causas más profundas. Entre ellas, destaca el deterioro de la salud mental juvenil. De acuerdo con Save the Children, quienes crecen en hogares con bajos ingresos tienen hasta cuatro veces más probabilidades de sufrir trastornos mentales o de conducta. Una realidad que, lejos de mejorar con el paso a la adultez, se traduce en una mayor vulnerabilidad económica.
Este vínculo entre salud mental y exclusión del mercado laboral es especialmente alarmante. La Organización Mundial de la Salud advierte que uno de cada siete adolescentes sufre un trastorno mental, lo que representa el 15% de la carga mundial de enfermedad en este grupo de edad. Estos jóvenes, cuando logran insertarse en el mercado laboral, lo hacen en condiciones precarias, con empleos temporales o mal pagados, y acaban abandonándolos por agotamiento.
De la precariedad al desencanto
La consecuencia directa es que cada vez más jóvenes contemplan vivir con ayudas públicas, aunque reconocen que el proceso burocrático puede resultar más arduo que el propio empleo. El desencuentro entre las empresas y la generación Z tampoco ayuda. Una encuesta de Into the Minds reveló que más de la mitad de los empleadores cree que esta generación es más difícil de retener que las anteriores. Además, solo el 41% los considera motivados.
A pesar de ello, apenas uno de cada cinco jefes declara haber detectado a tiempo que un trabajador estaba pensando en renunciar, lo que evidencia una carencia de comunicación y empatía en entornos laborales que siguen priorizando modelos tradicionales frente a las demandas de flexibilidad e innovación que exige esta nueva generación.
En ese contexto, el retorno de modelos presenciales, la limitación del teletrabajo —que apenas sobrevive en el 13% de las empresas españolas— y la falta de adaptación a herramientas digitales suponen un paso atrás para quienes crecieron en aulas virtuales, con tareas colaborativas en línea y expectativas laborales muy distintas.
Cifras demoledoras
Además, las cifras económicas son demoledoras. Según el Consejo de la Juventud de España, solo el 14,8% de los menores de 30 años logró emanciparse en 2024, la cifra más baja desde 2006. Además, un 30% de estos jóvenes emancipados aún requiere apoyo económico de sus padres para cubrir los gastos de vivienda.

El informe "Un problema como una casa" del Consejo de la Juventud de España destaca que el 87% de los jóvenes emancipados comparte vivienda en alquiler para reducir gastos mensuales. Además, un 35% tiene ingresos menores a 1.000 euros mensuales, y alrededor del 40% no puede ahorrar más de 100 euros al mes. Estas cifras evidencian las dificultades económicas que enfrentan muchos jóvenes, lo que puede llevar a una mayor dependencia de ayudas familiares o públicas.