Mencionar a George R. R. Martin es convocar, de inmediato, la pregunta que atraviesa ya década y media de memes, posts y desvelos: ¿para cuándo Vientos de invierno? En la New York Comic Con 2025, el autor volvió a poner el cuerpo a la controversia y enumeró, con una mezcla de ironía y cansancio, el repertorio de reproches que recibe a diario: que nunca terminará el libro; que, si lo termina, jamás cerrará Sueño de primavera; que debería “ceder el testigo” a otro escritor; que, total, ya ha perdido el interés; que lo único que hace es sentarse y gastar su dinero.
A renglón seguido, recordó algo que suena obvio pero conviene repetir: lleva toda la vida peleándose con los plazos, y romper contratos o fechas “no le hace ninguna gracia”.
En el mismo panel, Martín dio contexto a esa impaciencia. El éxito de Juego de tronos reactivó viejos proyectos y mundos paralelos que durante años fueron a contracorriente —Wild Cards, Dark Winds— y hoy exigen atención industrial y emocional. No es, defendió, una deserción del libro, sino una resituación tras el huracán mediático: ama Vientos, pero también a sus “otros hijos”. Esa defensa, por supuesto, no ha frenado el runrún: una parte del fandom sigue leyendo cada anuncio no westerosi como una distracción culpable más.
Impatiencia, canon y desgaste
La fricción, a veces, se hace incómoda. Este verano, en otra convención, un asistente le soltó a la cara la enésima variante del mantra: que Brandon Sanderson debería acabar su saga “porque usted morirá antes”. El episodio —incómodo para todos, también para Sanderson— retrata hasta qué punto la conversación sobre los plazos se ha deshumanizado: ya no se discute una obra, sino el propietario del reloj. Martin ha respondido con humor negro en ocasiones —no pensará morirse “hasta que los Jets y los Giants jueguen una Subway Super Bowl”—, pero en el fondo late lo mismo: escribir una novela así no es un trámite administrativo.
Si ampliamos el foco, el calendario explica la montaña rusa. El último tomo, Danza de dragones, salió en 2011; desde entonces, Martin ha ofrecido pistas, capítulos sueltos, estimaciones más o menos optimistas… y silencios. En distintas entrevistas y entradas de blog ha admitido avances, retrocesos y desvíos, hasta el punto de describir Vientos como “la maldición de mi vida”. Los recuentos de progreso —esos que guardan con celo los cronistas de su timeline— dibujan trece años de idas y vueltas, y una realidad incontestable a 2025: el libro sigue sin fecha.
El peso del reloj y el oficio
En la NYCC, no hubo promesas numéricas ni “porcentajes” milagro, pero sí una admisión clara: entiende el enfado y la fatiga, y, aun así, se resiste a convertir la escritura en una cadena de montaje. Es la misma tensión que atraviesa a cualquier autor que habita ecosistemas transmedia: cada día hay nuevas cámaras, spin-offs, adaptaciones y compromisos; cada día, también, un capítulo que no se escribe si uno está hablando del capítulo que no se escribe. Como tantas veces, Martin pidió margen para trabajar… y recordó que, mientras tanto, el mundo de Poniente sigue vivo por otras puertas.
Quizá por eso su enumeración de críticas funcionó como catarsis: al enunciar lo que lee a diario —“no lo terminarás”, “no te importa”, “búscate sustituto”—, puso espejo a la comunidad y bajó un grado la fiebre del ultimátum. La espera continúa, sí, y puede que dure; pero también es cierto que pocas sagas han sobrevivido tanto tiempo a su propia tormenta.















