En Suecia, una inquietante transformación está teniendo lugar entre las nuevas generaciones. Niños de tan solo 10 años están siendo reclutados por grupos de extrema derecha, en una deriva que las autoridades locales ya consideran alarmante. La localidad de Värmland, al oeste del país, se ha convertido en uno de los focos de este fenómeno.
La ultraderecha entra en las aulas
Según reveló recientemente The Guardian en un extenso reportaje, organizaciones radicales están aprovechando la vulnerabilidad emocional y el aislamiento social de los menores para captar nuevos adeptos a través de redes sociales como TikTok, donde los mensajes se difunden bajo una estética juvenil, a menudo disfrazada de humor o desafío.
Lars Stiernelöf, sociólogo y experto en prevención del extremismo, apunta a un factor simbólico clave: la influencia de figuras como Donald Trump y Elon Musk. Ambos han protagonizado gestos públicamente interpretados como afines a discursos ultraderechistas. En el caso de Musk, se ha viralizado un saludo que algunos jóvenes imitan sin conocer su origen, banalizando su carga histórica.
Esa trivialización, según Stiernelöf, es la puerta de entrada a dinámicas de radicalización mucho más peligrosas. “No lo hacen por ideología, sino porque lo ven como una moda”, explica, y eso facilita el paso del juego al adoctrinamiento real.
De los memes al odio real
El cambio generacional en los perfiles de reclutamiento es otro elemento llamativo. Si en décadas anteriores los movimientos extremistas apelaban a jóvenes fuertes y con ansias de notoriedad, hoy el blanco son adolescentes solitarios, sin vínculos comunitarios sólidos y con una presencia digital constante. Este nuevo patrón ha favorecido también el surgimiento de los llamados “lobos solitarios”: individuos que actúan de forma autónoma pero alimentados por las mismas doctrinas de odio. La propaganda digital, refinada y envuelta en narrativas de empoderamiento o resistencia, amplifica esta amenaza.
La actividad de estos grupos no se limita al espacio virtual. Lugares como la localidad sueca de Deje concentran sedes y centros de entrenamiento de colectivos como los Hammerskins —prohibidos en Alemania por su ideología supremacista— o el club Gym XIV, cerrado por las autoridades tras detectarse actividades de adoctrinamiento y preparación física con fines violentos.
Estas organizaciones, señala The Guardian, han tejido redes internacionales con movimientos afines en Estados Unidos y Europa, adoptando una narrativa de “guerra racial inminente” que exacerba la polarización social. La radicalización digital, como ya ha advertido el Servicio de Seguridad Sueco (Säpo), avanza más rápido de lo que muchas familias o instituciones pueden detectar. En un entorno marcado por la soledad juvenil, la pérdida de referentes y el empuje de algoritmos que premian el contenido provocador, los discursos extremistas encuentran un terreno fértil.
Lo cierto es que aunque las autoridades suecas han comenzado a intensificar los programas de vigilancia y prevención, sin una reconstrucción del tejido social y comunitario, el fenómeno seguirá expandiéndose. El eco simbólico de figuras globales como Musk y Trump ya ha trascendido fronteras; y los más jóvenes, sin quererlo, están entrando en el juego.
