Hay ediciones que no solo recopilan páginas viejas: restauran una época, una manera de entender el humor y hasta una forma de mirar la vida. Puede parecer algo especialmente intenso, pero eso es exactamente lo que consigue El Botones Sacarino – Limited Edition (1967-1970). En un mercado donde el coleccionismo y la nostalgia se entrecruzan con el rescate patrimonial, este volumen se siente más como una cápsula del tiempo que como un simple tomo de tebeos.
Bruguera resucita a su antihéroe más torpe: El Botones Sacarino – Limited Edition celebra la genialidad de Ibáñez
Publicado por Bruguera en 1963, El Botones Sacarino fue una de las grandes criaturas de Francisco Ibáñez, autor que no necesita presentación. Si Mortadelo y Filemón eran la sátira del caos institucional, Sacarino representaba algo más íntimo: el engranaje fallido de la oficina española, ese universo burocrático donde el absurdo es la norma y el empleado siempre paga los platos rotos. Su torpeza entrañable, su optimismo incorruptible y su eterno “sí, señor” frente a los jefes -el Dire y el Presi- son puro ADN Ibáñez, pero con una lectura casi sociológica de la España del desarrollismo.
Esta Limited Edition de 432 páginas recopila las historietas publicadas entre 1967 y 1970, probablemente la etapa más sólida y reconocible del personaje. Restauradas a partir de los originales y presentadas en tapa dura, las páginas recuperan no solo la línea clara y el color original de Ibáñez, sino el pulso frenético y caricaturesco que definía a El DDT, la revista donde se forjó. Cada historieta es un pequeño bucle de caos, un gag en espiral donde todo puede salir mal y el pobre botones -en su eterna inocencia- acaba convertido en la diana de los enfados del Dire.
Lo interesante es cómo, más allá del humor, el personaje se ha convertido con los años en una especie de documento histórico. Sacarino no solo hizo reír: reflejó las jerarquías, el servilismo y la hipocresía del entorno laboral de los años sesenta, una sátira elegante y blanca que hoy puede parecer ingenua, pero que entonces era una forma de subversión amable. En plena España franquista, Ibáñez encontró en la caricatura una manera de decir lo indecible. El botones no se rebelaba, pero su torpeza era una forma de resistencia: el caos que desmonta la autoridad.
La edición, limitada y numerada, llega con un mimo que se agradece. La restauración es nítida, el papel tiene textura de reedición de lujo y los textos de acompañamiento -dedicados a contextualizar la serie, los personajes y su lugar dentro del universo Ibáñez- le dan un aire de obra de consulta. Cuesta unos 49 euros, pero su presentación y el esfuerzo de archivo justifican el precio. No es un producto para lectores ocasionales, sino para quienes entienden que el cómic también es patrimonio cultural.
Y lo cierto es que lo es. El Botones Sacarino pertenece al panteón del tebeo español, junto a Rompetechos, 13, Rue del Percebe y los Mortadelos. Su tono, heredero de la escuela franco-belga -no por nada se le comparó con Gaston Lagaffe-, demuestra cómo Ibáñez absorbía influencias europeas para adaptarlas a un contexto castizo, más caótico, más hispano. Donde Gaston se enfrentaba a jefes gruñones, Sacarino se estrellaba contra la autoridad misma. Donde el humor galo era amable, el de Ibáñez era puro vértigo.
El mayor acierto de este volumen es devolverle a Sacarino su dignidad artística. Durante años fue visto como el “hermano pequeño” de Mortadelo, pero revisitarlo ahora, en una edición cuidada y cronológica, revela un talento narrativo y un ritmo visual impresionantes.
Quizá el único punto discutible sea su accesibilidad, si es que lo podemos llamar así. Este tomo no está pensado para nuevos lectores, sino para quienes buscan reencontrarse con la raíz del tebeo nacional. Su formato grande y su carácter de colección lo alejan de las librerías de paso, pero al mismo tiempo lo sitúan en el lugar que merece: el de una obra de estudio, de archivo y de amor al cómic.
Porque eso es El Botones Sacarino: amor por el dibujo, por el gag bien construido y por un tipo de humor que supo reírse de los poderosos sin levantar la voz. Esta reedición no es un simple capricho de coleccionista; es la confirmación de que el humor gráfico español sigue vivo en sus clásicos.















