Doce años después de consagrarse como John Connor en ‘Terminator 2: El juicio final’ (1991), Edward Furlong estaba a un paso de volver al universo creado por James Cameron. El acuerdo estaba sobre la mesa para ‘Terminator 3: La rebelión de las máquinas’ (2003) y la cifra —“muchísimos millones”, dice— era la mejor de su carrera. Pero aquel regreso nunca llegó. En el pódcast Inside of You with Michael Rosenbaum, el actor explica por qué: Warner Bros. le había contratado con una cláusula tajante —“nada de drogas antes ni durante el rodaje”— y él, inmerso en una adicción severa a la cocaína, la quebrantó a las pocas horas de firmar.
Furlong recuerda con detalle el punto de no retorno: celebró el contrato saliendo de fiesta con amigos en el club Joseph’s de Los Ángeles. En el baño, tras derramarse parte de la bolsa, “me preparé una raya enorme y me la metí entera”. Poco después se desplomó. “Me desperté con las luces encendidas, mi colega llorando y la ambulancia en camino. Había tenido una convulsión por sobredosis. Es vergonzoso, el tiempo desaparece”, relata. La noticia corrió y el estudio rescindió el contrato de inmediato. Días después, el público descubría a Nick Stahl como el nuevo John Connor.
La caída detrás del icono
Lejos del morbo, el testimonio dibuja una radiografía amarga de aquello que el propio Furlong llama “la picadora de carne de Hollywood”: fama precoz, dinero y consumo desbocado. “El trato era cojonudo… y lo perdí por eso”, admite, sin buscar excusas. Con la perspectiva del tiempo, incluso se permite una lectura a contracorriente: “No sé si fue la peor suerte o la mejor. Ya iba en trayectoria descendente; quizá, si hubiera hecho esa película, todo habría sido aún peor”.
La confesión encaja con una cronología que el propio actor ha ido desgranando en los últimos años: del estrellato adolescente a encadenar problemas legales y de salud, con un periodo largo de consumo que le apartó de grandes producciones. Hoy, Furlong reivindica su recuperación y no elude el capítulo que le cerró la puerta de ‘T3’. La anécdota —tan gráfica como incómoda— subraya hasta qué punto una sola noche puede dinamitar una carrera y cómo la industria, cuando olfatea riesgo, corta por lo sano.
La película que fue sin él
En lo cinematográfico, la consecuencia fue conocida: la tercera entrega optó por un protagonista distinto y un enfoque más continuista en torno al T-800 de Arnold Schwarzenegger. En lo humano, el relato de Furlong funciona como advertencia y como catarsis: un actor que pudo volver al papel que le convirtió en icono, pero que chocó de frente con su propia adicción. “Lo siento muchísimo”, cuenta que dijo entonces al estudio. El resto es historia no filmada.















