Con Misión Imposible: Sentencia finall, Tom Cruise y el director Christopher McQuarrie no solo buscan cerrar un ciclo, sino elevarlo a la categoría de mito.
Estrenada en el Festival de Cannes de 2025, esta entrega no es solo una película de acción, sino una carta de amor a una saga que ha sobrevivido —y reinventado— durante casi tres décadas. El propio Cruise, convertido ya en una figura más cercana al arquetipo heroico que al actor de carne y hueso, se lanza literalmente al vacío (y más de una vez) en una epopeya que mezcla adrenalina, reflexión sobre la tecnología y el peso de las decisiones humanas. El público lo aplaude, la crítica se divide, y la saga, lejos de apagarse, entrega aquí su canto del cisne más ambicioso.
Una trama que conecta directamente con la realidad geopolítica y tecnológica
La trama gira en torno a un enemigo menos corpóreo pero más inquietante que nunca: una inteligencia artificial conocida como “La Entidad”, capaz de manipular gobiernos, mercados y vidas con la misma facilidad con la que Ethan Hunt salta de un acantilado. Este giro argumental no solo actualiza el discurso de la saga, sino que se inserta con precisión en los miedos contemporáneos a la vigilancia masiva y el control algorítmico.
A diferencia de los villanos anteriores, el peligro ahora es invisible y omnipresente, lo que genera una atmósfera de paranoia que acompaña cada escena. Hunt, convertido casi en una figura mesiánica, debe tomar decisiones que lo alejan del clásico héroe de acción y lo acercan al antihéroe trágico.

Lo que hace Tom Cruise durante el filme es algo de otro mundo
En lo visual, la película sigue superándose. Hay persecuciones aéreas que rozan el vértigo, combates cuerpo a cuerpo rodados con precisión quirúrgica y escenas submarinas que cortan la respiración. A sus 62 años, Cruise sigue empeñado en demostrar que el CGI es una muleta innecesaria: cada salto, cada conducción imposible y cada caída son reales; y se nota. Esa autenticidad no solo emociona, sino que contagia una tensión visceral que pocas franquicias modernas consiguen replicar. Uno de los momentos más aplaudidos, es una secuencia en los Alpes que combina nieve, motos, helicópteros y una bomba a punto de estallar. Sí, todo a la vez.
Un aspecto diferenciador respecto a otras cintas de la saga es la autoconsciencia de esta. Tiene momentos concretos de humor autoconsciente tan logrados que el espectador duda si no es comedia involuntaria. Es cine de espías pero no es James Bond, es Ethan Hunt y todo lo que hace es una hipérbole, igual que el propio Cruise. Un ingrediente que para el espectador de cine de acción que ama la saga, suma más que resta.
Pero no todo fluye con la misma intensidad. La película, en su afán de ser épica, cae por momentos en la sobreexplicación. La densidad del guion —repleto de referencias a entregas anteriores y vueltas de tuerca— exige una atención casi quirúrgica. Para algunos espectadores, esto puede resultar agotador. El ritmo se resiente en algunas escenas, especialmente en el segundo acto, donde la exposición de los planes de “La Entidad” eclipsa la acción pura. Es el precio que paga McQuarrie por querer hacer una cinta inteligente en un género que, muchas veces, premia lo inmediato.
Los secundarios no desentonan con Cruise
Afortunadamente, el reparto secundario ayuda a suavizar esos baches. Hayley Atwell, en su segundo papel como Grace, brilla con luz propia y ofrece el contrapunto emocional y sarcástico que Ethan necesita para no convertirse en un mártir. Ving Rhames y Simon Pegg retoman sus papeles con la complicidad de quien ya no necesita demostrar nada, aportando humor, corazón y sentido de familia. Esta dinámica de grupo es lo que sostiene a Hunt cuando todo lo demás —incluyendo la lógica— parece tambalearse.

En cuanto a la dirección, Christopher McQuarrie continúa su evolución hacia un estilo más introspectivo y elegante. Más allá del virtuosismo técnico, se nota una búsqueda narrativa que va más allá de la acción por la acción. El uso del montaje paralelo en varias secuencias cruciales consigue amplificar la tensión sin confundir al espectador. Además, en medio de tanta espectacularidad, hay pequeños homenajes visuales a las primeras entregas, lo que convierte a Sentencia Final en una especie de museo en movimiento de la saga. No es solo un final, es una celebración de todo lo que Misión: Imposible ha significado para el cine de acción.
Curiosamente, el mensaje de fondo es más humano que nunca. ¿Qué nos hace ser quienes somos en un mundo donde los datos predicen nuestros movimientos? ¿Qué sentido tiene el sacrificio cuando ya no queda nada que salvar que no esté digitalizado? Hunt, a lo largo del film, parece hacerse estas preguntas sin necesidad de verbalizarlas; y en ese silencio, en esa mirada, se nota el peso de los años y de las pérdidas. Ya no corre solo por salvar el mundo, sino por salvar lo que queda de él.
En definitiva, Misión: Imposible – Sentencia Final es mucho más que una película de acción. Es una ópera de la era digital, una meditación sobre el heroísmo y el miedo al futuro disfrazada de blockbuster. Puede que no sea perfecta —pocas despedidas lo son—, pero sí es profundamente honesta, técnicamente impecable y narrativamente ambiciosa. Tom Cruise no solo ha cumplido su misión: la ha convertido en leyenda.