La primavera ha llegado con fuerza tras semanas de lluvias, y aunque para muchos es sinónimo de días soleados y terrazas, para millones de personas con alergia supone el inicio de una temporada complicada. Pero más allá de los estornudos o la congestión, existe un riesgo mucho más invisible: la conducción. Algunos estudios, como los realizados en Estados Unidos, apuntan a un preocupante aumento del 6% en los accidentes mortales coincidiendo con los picos de polinización.
El vínculo es claro: alérgicos que conducen en pleno brote de síntomas tienen más probabilidades de distraerse o reaccionar tarde. Para quienes no pueden evitar ponerse al volante, la preparación del vehículo es el primer paso clave. Mantener limpio el interior del coche —especialmente la tapicería y las rejillas de ventilación— puede marcar la diferencia. Los filtros del aire, que actúan como barrera entre el habitáculo y el exterior, deben cambiarse al menos una vez al año.
Alergia al volante: un riesgo invisible
Sin embargo, si el coche duerme en la calle o se vive en zonas de alta exposición al polen, el reemplazo debería hacerse incluso cada seis meses, tal y como recomiendan los especialistas. Otro aspecto a tener en cuenta es la elección del momento para conducir. Las horas con menor carga de polen suelen situarse entre las 11:00 y las 17:00, mientras que el amanecer y el atardecer concentran niveles más altos.
Además, unas simples gafas de sol no solo mejoran la visibilidad, sino que protegen los ojos del polen en suspensión. Y si los síntomas ya están presentes, es importante no frotarse los ojos con las manos sucias, lo que puede intensificar la irritación. Cuando la alergia no da tregua, muchos recurren a los antihistamínicos.
Precauciones médicas y hábitos clave
Pero aquí aparece otro peligro: ciertos medicamentos pueden inducir somnolencia o disminuir los reflejos. La Dirección General de Tráfico (DGT) advierte de que algunos antihistamínicos, especialmente los de primera generación, pueden afectar la conducción de forma similar a una tasa de alcohol en sangre entre 0,5 y 0,8 g/l. Por ello, se recomienda optar por antihistamínicos H1 de segunda generación —como loratadina o desloratadina— o los H2, como la ranitidina, que presentan menor riesgo de sedación.















