En 1974, el radiotelescopio de Arecibo envió el primer mensaje intencionado al espacio con el objetivo de establecer contacto con otras civilizaciones. Sin embargo, según un nuevo estudio presentado por la Universidad de Mánchester en la Royal Astronomical Society, la verdadera tecnofirma terrestre lleva décadas propagándose sin planificación ni consenso... y es mucho más intensa de lo que imaginamos.
Una señal no intencionada que delata nuestra presencia
La investigación sostiene que los radares civiles y militares del planeta —como los usados en aeropuertos para el control aéreo— están emitiendo al espacio exterior una señal electromagnética suficientemente potente como para ser detectada por civilizaciones con un nivel tecnológico comparable al nuestro. Esta señal ya habría alcanzado más de 120.000 sistemas estelares, incluyendo los más cercanos a la Tierra.
Los científicos calculan que la potencia acumulada de los radares civiles ronda los 2×10¹⁵ vatios, y la de los militares —aunque más baja— tiene un efecto especialmente llamativo: crean un patrón cíclico que barre el cielo como un faro, lo que aumentaría su visibilidad desde distancias interestelares.
Un alcance de hasta 200 años luz
Aunque el potencial de detección se sitúa en un radio de 200 años luz, nuestra huella tecnológica comenzó a expandirse de forma detectable en la década de 1950. Esto significa que hoy en día ha cubierto una esfera de unos 75 años luz, que incluye sistemas como Próxima Centauri, la estrella de Barnard y AU Microscopii.
A este ritmo, la “burbuja” de nuestra señal irá creciendo 1 año luz por año, lo que plantea un dilema sobre el modo en que presentamos nuestra presencia al universo.
¿Es prudente gritar al cosmos?
Figuras como el astrónomo David Brin han advertido sobre los riesgos de emitir señales sin un debate internacional previo. Desde su punto de vista, hacerlo sin consenso es una forma de “arrogancia tecnológica” que podría poner en peligro a toda la humanidad si existiesen civilizaciones con intenciones hostiles.
No obstante, para otros científicos, este fenómeno es también una oportunidad: si buscamos vida inteligente, quizá debamos dejar de centrarnos únicamente en mensajes como el de Arecibo o el proyecto Breakthrough Listen, y empezar a rastrear señales similares a nuestros propios radares.















