Lo que hasta hace poco parecía ser poco más que una roca flotando en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter podría convertirse en una de las piezas clave para entender el potencial habitabilidad del sistema solar.
Un equipo internacional de científicos ha confirmado que Ceres, el planeta enano que ya fue protagonista de la misión Dawn de la NASA, encierra bajo su superficie lo que describen como un antiguo océano congelado. Y el hallazgo no solo cambia la percepción que se tenía de este cuerpo celeste: reabre con fuerza la gran pregunta de si estamos, o no, solos en el universo
Ceres, el mundo helado que esconde un océano y reescribe la búsqueda de vida fuera de la Tierra
Desde su descubrimiento, Ceres ha intrigado a astrónomos y geólogos planetarios. Pero no fue hasta la llegada de la misión Dawn, en 2015, cuando comenzaron a aflorar pistas que sugerían que su interior podría ser mucho más complejo de lo esperado.
Ahora, con datos recopilados por la nave y modelos geofísicos desarrollados en laboratorios de todo el mundo, los científicos han trazado una hipótesis que gana fuerza: bajo su superficie se esconde una corteza helada, una mezcla densa de agua congelada, sales y minerales conocida como “hielo sucio”, que habría preservado huellas de actividad geológica y quizá algo más. Una de las claves está en los cráteres de impacto.
En cuerpos con una superficie rica en hielo, estos accidentes tienden a suavizarse con el tiempo, deformados lentamente por la plasticidad del material. Pero en Ceres, muchos cráteres permanecen nítidos, casi intactos, incluso tras miles de millones de años. Según simulaciones por ordenador, la explicación más plausible es que esa capa exterior, compuesta en un 90% por hielo mezclado con impurezas, ha sido capaz de conservar su forma gracias a su rigidez y capacidad para retener calor.
Ese calor residual podría haber alimentado un sistema subterráneo de agua líquida durante mucho más tiempo del que se pensaba. Aunque hoy no se detecta un océano líquido activo, los investigadores no descartan que bolsas de agua puedan seguir atrapadas bajo capas de hielo, como fósiles del pasado acuático del planeta enano.
Si es así, Ceres se suma a la corta pero fascinante lista de mundos helados con potencial astrobiológico, junto a Europa (la luna de Júpiter) y Encelado (la de Saturno), con una ventaja crucial: su cercanía relativa a la Tierra y la ausencia de las intensas radiaciones que castigan a sus vecinas jovianas.
Para los expertos, esto convierte a Ceres en un objetivo prioritario para futuras misiones. Su acceso relativamente sencillo y las pruebas crecientes de actividad interna podrían abrir la puerta a descubrimientos clave: desde compuestos orgánicos hasta señales de procesos prebióticos... o incluso vida microscópica extinta. Por todo ello, Ceres se ha ganado un nuevo estatus en la exploración espacial: el de posible testigo silencioso de las condiciones necesarias para que surja la vida.















