Estados Unidos presume de ser una de las mayores potencias militares del planeta, pero su poderío no se sostiene únicamente sobre presupuestos astronómicos o sobre la ingeniería más puntera. También depende, y mucho, de un recurso que a menudo pasa desapercibido para el gran público: las tierras raras.
Ahí es donde entra en escena su gran antagonista geopolítico, China, que no sólo controla buena parte de la producción mundial de estos materiales, sino que ha convertido su dominio en un arma estratégica. El resultado: los contratistas del Pentágono se topan cada vez más con un muro invisible que condiciona desde la fabricación de balas hasta el ensamblaje del caza más caro de la historia.
China dicta sentencia y atenaza a EE.UU: el avanzado F-35 de Estados Unidos peligra y su suministro militar se tambalea
Las tierras raras —ese conjunto de 17 elementos químicos que ni son tierras ni tan raros, pero cuyo procesado es costoso, contaminante y complejo— están repartidas por todo el mundo. Sin embargo, el trabajo sucio se externalizó hace décadas a China, que hoy refina alrededor del 90 % de la producción global, controla el 94 % del galio y el 83 % del germanio, y mantiene cuotas decisivas en metales como el aluminio o el acero.
En el tablero militar, el problema se condensa en un componente clave: los imanes. No hay turbina eólica, motor eléctrico, dron, misil, casco de visión nocturna o avión de combate que pueda funcionar sin ellos. El Lockheed Martin F-35 Lightning II, el avión más costoso jamás construido —con cascos que superan por sí solos los 400.000 dólares—, necesita unos 400 kilos de imanes de tierras raras para que su motor funcione. Cuando Pekín aprieta el grifo, el precio de materiales como el samario puede dispararse hasta 60 veces su valor estándar.
Las consecuencias ya se notan. Fabricantes estadounidenses de sistemas militares acumulan retrasos, agotan reservas estratégicas y pagan hasta cinco veces más por materiales que antes compraban sin problemas. El Wall Street Journal documenta casos en los que proveedores chinos exigen formularios con planos, imágenes y listas de clientes antes de autorizar un envío, bloqueando cualquier operación con fines militares. Y no es sólo una cuestión de imanes: las restricciones también afectan al germanio, al galio y al antimonio, vitales para blindajes, proyectiles y ópticas infrarrojas.
Washington, Bruselas y Tokio buscan yacimientos alternativos, pero el cuello de botella está en el refinado. Mientras tanto, la fecha límite impuesta por el Pentágono para dejar de comprar imanes chinos en 2027 parece más una aspiración que una realidad. China tiene la sartén por el mango y, en esta guerra silenciosa, quien controla el flujo de tierras raras controla buena parte de la maquinaria militar occidental.















