El tercer visitante interestelar conocido, el cometa 3I/ATLAS, aún no ha pasado por la órbita de la Tierra y ya está encendido el debate. Mientras la NASA organiza una campaña de observación sin precedentes para exprimir todos los datos posibles de este fragmento de otro sistema estelar, el astrofísico de Harvard Avi Loeb ha vuelto a situarse en el centro de la polémica al señalar lo que considera una “anomalía extraordinaria” en su órbita: la precisión con la que el cometa rozará la esfera de influencia gravitatoria de Júpiter en marzo de 2026.
Lo que ha llamado la atención de Loeb es que, según las efemérides del JPL, 3I/ATLAS pasará a unos 53.445 millones de kilómetros del planeta gigante, prácticamente en el borde del llamado radio de Hill de Júpiter, estimado en unos 53.502 millones de kilómetros para esa fecha. La diferencia —unos 57 millones de kilómetros, apenas un 0,1 % en términos relativos— le lleva a calcular una probabilidad del orden de 1 entre 26.000 de que un objeto interestelar pase ahí “por puro azar”. En su lectura, es justo el tipo de trayectoria que elegiría una nave para “aparcar” o desplegar artefactos en torno al planeta con el mínimo gasto de combustible, un argumento que enlaza con sus hipótesis previas sobre ‘Oumuamua y otros candidatos a artefacto tecnológico.
¿Cometa exótico o maniobra calculada?
La mayoría de astrónomos, sin embargo, insisten en que 3I/ATLAS se comporta como un cometa muy activo y nada en sus datos apunta a motores ocultos. Observaciones recientes con el radiotelescopio MeerKAT detectaron la primera señal de radio asociada al objeto, pero el análisis de la línea de emisión mostró algo mucho menos exótico: radicales hidroxilo (OH) generados al romperse moléculas de agua en la coma, exactamente lo que se espera de un cometa que está “hirviendo” al acercarse al Sol. En paralelo, equipos de la NASA han descrito chorros de agua escapando del núcleo “como una manguera a máxima potencia”, acompañados de una cola muy desarrollada y cambios de brillo y color coherentes con fases intensas de desgasificación.
Ahí es donde chocan las interpretaciones. Loeb sostiene que esa aceleración “no gravitacional” por los chorros de gas tiene justo la magnitud adecuada para corregir la órbita hacia el borde del radio de Hill joviano, lo que le parece difícil de atribuir al azar. Dinamicistas y especialistas en cometas recuerdan que solo conocemos tres objetos interestelares (1I/‘Oumuamua, 2I/Borisov y ahora 3I/ATLAS), una muestra ridícula para hacer estadísticas robustas, y que los efectos combinados de la gravedad solar, las perturbaciones planetarias y la propia desgasificación pueden producir trayectorias llamativas sin necesidad de invocar ingeniería alienígena. También subrayan un punto clave: hasta ahora, cada “anomalía” asociada al cometa (su sobreabundancia de CO₂, su superficie muy irradiada, una cola “extraña”) ha acabado teniendo explicaciones físicas razonables cuando se ha observado con mejores instrumentos.
Un laboratorio interestelar en tiempo real
Mientras tanto, los telescopios trabajan a destajo. 3I/ATLAS pasó por su perihelio el 29 de octubre y alcanzará su máximo acercamiento a la Tierra el 19 de diciembre, un momento ideal para exprimir espectros, imágenes de alta resolución y medidas de su actividad coma–cola desde observatorios terrestres, sondas en Marte e incluso instrumentos espaciales dedicados. Esas observaciones permitirán afinar el modelo orbital, medir con mayor precisión las aceleraciones por desgasificación y reconstruir la composición de sus hielos, algo crucial para saber de qué tipo de sistema planetario procede.















