En el árido corazón del desierto occidental egipcio, aproximadamente a 560 km al suroeste de El Cairo, se descorre una ventana hacia los albores del cristianismo africano. Arqueólogos han desenterrado dos iglesias de más de 1 600 años en el Oasis de Kharga —una zona conocida por su continuidad histórica gracias a fuentes subterráneas de agua que han sostenido asentamientos desde la antigüedad. Estos templos, junto con restos residenciales de adobe y utensilios domésticos, trazan la narrativa de una comunidad que se transformaba bajo nuevas convicciones religiosas, sin abandonar sus raíces cotidianas.
Una de las estructuras desveladas es una basílica de gran tamaño, construida en adobe: un amplio salón con dos naves que probablemente cobijó ceremonias solemnes. La otra iglesia, más modesta, presenta planta rectangular y un perímetro que conservaba restos de siete columnas exteriores; sus muros interiores aún muestran inscripciones en copto, y junto a ella se localizan edificios de servicio que aluden a una infraestructura comunitaria organizada.
Un mural excepcional
Sin embargo, el hallazgo que más sorprende no es arquitectónico, sino pictórico: un mural que representa a Jesucristo sanando a un enfermo. Las representaciones de este tipo en el arte cristiano copto temprano son raras, lo que convierte la pieza en una joya visual y simbólica, testimonio tangible del fervor religioso emergente en estas latitudes.
La cautela de no difundir imágenes del mural —por razones de conservación— revela una sensibilidad profesional que equilibra el impulso de divulgar con la prudencia de proteger el patrimonio. Así, mientras el público aguarda poder apreciar esa pintura, los datos técnicos y descriptivos configuran la única ventana disponible para acercarse al hallazgo.
Reescribiendo la historia del cristianismo
Este descubrimiento ilumina una etapa clave en la historia del cristianismo en Egipto: la transición desde el paganismo hacia la consolidación del cristianismo copto. En un paisaje dominado por el fervor del Nilo, los oasis occidentales como Kharga emergen aquí como focos religiosos y sociales en expansión, sostenidos por una comunidad que se reinventaba sin olvidarse de sus costumbres.
