Ante el desbordamiento de precios en el centro de Madrid y la escasez de alojamientos asequibles, los polígonos industriales han emergido como la inesperada respuesta a una crisis de espacio y presupuesto. El caso más paradigmático es el de Julián Camarillo, una zona al este de la capital que, de ser un conjunto de naves industriales medio vacías, ha pasado a consolidarse como un incipiente distrito hotelero.
El fenómeno, tal y como explica Xataka, que comenzó sin grandes campañas institucionales, está hoy respaldado por cifras: desde 2020 se han abierto ocho hoteles y al menos otros siete están en marcha.
Un turismo radical que afecta a los locales
El detonante de esta transformación no ha sido tanto una estrategia urbanística como un ajuste espontáneo entre oferta y demanda. Mientras las oficinas ya no encuentran arrendatarios y las fábricas se extinguen, el turismo sigue batiendo récords: solo en 2024 Madrid recibió 10,4 millones de visitantes. Empresas como Bestprice han sido pioneras en detectar el “pozo petrolífero” que representa el entorno industrial reconvertido, apostando por alojamientos funcionales y económicos bien conectados con el centro. Y no están solas: cadenas como Ibis o Spark by Hilton ya se han sumado al modelo.
Según Colliers, en Julián Camarillo hay más de 60.000 metros cuadrados disponibles para nuevos desarrollos hoteleros, aunque el planeamiento urbano impone límites que obligan a proyectos de escala modesta. La mayoría de los hoteles nuevos no superan las 100 habitaciones ni las tres estrellas, pero ofrecen una combinación poderosa: tarifas de 60 a 70 euros por noche y 20 minutos de metro a la Puerta del Sol. El perfil de huésped que se siente atraído por estas opciones es claro: joven, pragmático y más interesado en la funcionalidad que en la postal.
El modelo se expande. Al sur de la ciudad, el barrio de Carabanchel experimenta una reconversión similar, pero con un enfoque más residencial y cultural. El hotel Node Carabanchel, con 1.000 habitaciones y una inversión de 100 millones de euros, se presenta como un espacio para “personas en transición vital”: jóvenes creativos, estudiantes o nómadas digitales. Dotado de espacios para arte, música y coworking, su diseño reproduce el modelo de comunidades colaborativas nacido en Brooklyn y ya implantado en ciudades como Londres o Los Ángeles.
Lo que ocurre en Madrid refleja una tendencia global: la periferia se convierte en el nuevo epicentro, y las infraestructuras industriales en laboratorios de regeneración urbana. Sin embargo, esta evolución plantea desafíos importantes: la sostenibilidad del modelo, la presión sobre los servicios públicos, la convivencia con los vecinos de toda la vida y la tentación de repetir errores del centro histórico, convertido en parque temático. La expansión hacia los márgenes abre oportunidades, pero también obliga a repensar qué ciudad se está construyendo y para quién.















