Jurassic World Rebirth emerge como un inesperado regreso a las raíces de Michael Crichton, un filme que, contra todo pronóstico, aparta la vista del espectáculo grandilocuente y hollywoodiense Dominion y sus híbridos imposibles para reencontrarse con lo que siempre hizo palpitante a Jurassic Park: la ciencia desbocada, la supervivencia más cruda y primaria y la arrogancia humana enfrentada a la naturaleza. No es un peliculón, pero sí la aproximación más interesante en la saga de dinosaurios.
Adiós al espectáculo sin freno: 'Jurassic World Rebirth' devuelve a 'Jurassic Park' su instinto más primitivo
En lugar de seguir alimentando el caos digital con dinosaurios en Malta o persecuciones en moto sacadas de un blockbuster de espías, Rebirth opta por volver a lo básico, por el suspense que se construye plano a plano ocultando a los dinosaurios en mares de aguas profundas, junglas antediluvianas, enrevesados manglares y espesas nubes de niebla, como si el propio Gareth Edwards quisiera hacer su propia versión de King Kong y funciona.
Ambientada en un mundo que ya no necesita parques para temer a los dinosaurios, y en el que estos animales han acabado extinguiéndose en gran parte de la Tierra debido a las diferencias climáticas de nuestro planeta en comparación a las vistas en el Mesozoico, la película encuentra su pulso en un terreno casi íntimo, una selva donde los humanos vuelven a ser presas y el discurso científico resurge sin necesidad de subrayados.
Sí, volvemos a visitar una isla que, en el fondo, es una instalación secreta de InGen, la misma empresa de tecnología genética que devolvió la vida a los dinosaurios en su día, pero hay algo distinto en comparación a las otras películas anteriores. La clave está en cómo Rebirth recupera la esencia temática de Crichton. No se trata solo de mostrar dinosaurios en pantalla, sino de hablar de su presencia como error, como eco persistente de la hybris científica.
El ADN de la novela original de 1990 —y su secuela El mundo perdido, mucho más misantrópica y nihilista— impregna cada escena de esta cinta. Como en las páginas de Crichton, los personajes no tienen el control, solo la ilusión de tenerlo. Sobreviven en un entorno en el que los animales son los reyes absolutos, y en el que las reglas de la supervivencia son radicalmente distintas. El parque ha quedado atrás; lo que queda es un nuevo ecosistema donde las reglas humanas no aplican.
El guion de David Koepp es bastante más firme que los intentos anteriores de Colin Trevorrow, y se nota que el escritor estuvo trabajando en el pasado con estos animales. Pero ojo, Jurassic World Rebirth va más allá del guiño nostálgico. No es una réplica de Jurassic Park, sino una reinterpretación bien tirada y muy divertida, casi un epílogo de la saga, donde el mundo ya ha normalizado y olvidado existencia de criaturas extintas y donde quedan restos de los excesos de las corporaciones genéticas, con mutantes e híbridos que rompen el delicado equilibrio y los ecosistemas de la isla.
Con un reparto sólido encabezado por Scarlett Johansson, Mahershala Ali y Jonathan Bailey, quizás no logra brillar debido a unos diálogos pobres que limitan el carisma de sus personajes. Aun así, se sienten humanos y creíbles, lo que acerca la película al espíritu de la trilogía original. No sorprende, dado que el guion, sencillo y funcional, lleva la firma del citado Koepp y destila ese alma noventera tan necesaria. Hay espacio para la contemplación. Para el sentido de la maravilla de la producción original de Universal y para los necesarios peajes a Spielberg. Gareth Edwards, cineasta detrás de Rogue One y Godzilla, admite haberse empapado de producciones como Tiburón o Encuentros en la tercera fase en un intento de volver a las raíces de los blockbusters originales
Visualmente, la película también marca distancia con los excesos digitales de Dominion, apostando por rodar en película. Rodada con cámaras Panavision Panaflex Millennium XL2 y lentes de la serie E, T-Series y Optica Elite, Jurassic World: Rebirth no solo recupera el espíritu narrativo de los filmes originales, sino también su textura visual. El uso de negativo de 35 mm —con emulsiones Kodak Vision3 50D 5203 y 500T 5219— otorga a la imagen una riqueza orgánica que contrasta con el brillo sintético de los blockbusters digitales.
Cada plano respira grano, profundidad y naturalismo, y no, no es solo una elección estética: es una declaración de principios. Los encuadres cerrados y los planos abiertos, las texturas húmedas y orgánicas remiten más a la primera película, en lo que es una decisión digna de alabar.
Jurassic World: Rebirth es volver a lo básico, a lo que funcionaba en el cine hace varias décadas. No es el peliculón del siglo, ni mucho menos, pero sí una sincera carta abierta a quienes pensaban que la saga había perdido su alma. Y, sobre todo, es un recordatorio de que Crichton no escribía sobre monstruos, sino sobre humanos jugando a ser dioses, ignorando siempre —siempre— que en este juego, la reina de corazones es la evolución, y el tiempo, su guillotina.















