Analisis CLICKOLDING, el primer clicker existencial (PC)
Detrás de todo el poderío tecnológico, de la relevancia cultural, del mastodóntico negocio que son los videojuegos, se esconde una realidad terrorífica: nos encanta ver crecer numeritos. Somos adictos al feedback positivo. Con tal de recibir ese subidón de dopamina somos capaces de perder incontables horas y dinero. Todo lo demás son capas de chapa y pintura, formas sofisticadas de esconderlo. Esa es la sátira que expone el género clicker, una variante del juego incremental o el juego de espera, un género que ha pasado de ser puro meme a convertirse en una comunidad con entidad propia.
El primer juego incremental fue Progress Quest en 2013. Era, básicamente, una aplicación muy básica en la que creabas a un personaje de RPG y veías cómo progresaba solo, sin necesidad de hacer nada. Una crítica muy certera de la dinámica inherente al género, pero que curiosamente empezó a ser jugada "en serio", con personas dejando la ventana abierta durante años.
Desde ahí, Cookie Clicker fue el título que le dio nombre a esta variante en la que, en lugar de no hacer nada, hacías click para fabricar galletas, y luego terminas gestionando formas cada vez más absurdas de multiplicarlas en una sátira sobre el capitalismo disfrazada de una broma con tantas capas que termina dejándote fascinado. Recientemente, otro clicker llamado Banana se ha transformado en el último meme de internet, haciendo mofa de la cultura del drop, los logros y las dinámicas de los juegos gacha.
Este contexto es importante para Clickolding, que toma un camino diametralmente opuesto para convertirse en un ensayo, un comentario, sobre aquello que nos motiva a seguir en la búsqueda de ese feedback positivo, por muy conscientes que seamos de sus mecanismos. Es una experiencia pequeña, de menos de una hora, de Strange Scaffold, los creadores de El Paso, Elsewhere y
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Clickolding empieza en una habitación de hotel. Tienes delante a ua persona con una máscara de caballo mal elaborada y un traje. En tu mano tienes un contador. La promesa: recibirás dinero si haces click en el contador 10.000 veces. Por el camino, el personaje misterioso ejercerá su poder sobre ti de la forma que considere. No hay nada más. No existen ramificaciones de la trama, ni acciones complementarios más allá de moverte de forma ortopédica y controlar el ritmo de click. Es casi como la antítesis de The Stanley Parable: mientras que con Stanley se ofrecía un mundo diminuto que te invitaba a estirarlo hasta su límite, esta experiencia casi te fuerza a aburrirte, y en consecuencia, a hacerte consciente de aquello en lo que estás participando.
Porque aunque en apariencia, y ya desde el título, se quiere ejercer un paralelismo entre la dinámica de un diseñador de videojuegos y un jugador, una dinámica de poder en la que somos meras marionetas para el placer del otro. Muchas críticas hacen énfasis en esto, dejando a Clickolding como una mera crítica a distintas formas de violencia sexual. Es difícil justificar esta visión. De hecho, casi todo el humor que emerge de la experiencia nace del ridículo que puede suponer el fetiche de hacer "click" para otro.
Evitando hacer spoilers, Clickolding se revela como una meditación sobre la necesidad de ver y ser visto, de los extremos a los que somos capaces de llegar con tal de sentir que nuestra vida ha tenido mérito. Ernest Becker, en su libro "La Negación de la Muerte", habla sobre cómo construimos el relato heroico a partir de la imposibilidad de entender los límites de nuestra existencia. Necesitamos sentir que somos los héroes de nuestra propia historia. Clickolding al principio parece que se ríe de esto, pero después, de forma sencilla y sorprendente, termina girando hacia la ternura y empatía. Quizás, aunque seamos conscientes de ese absurdo, este sea lo único que tenemos.
Conclusión
Clickolding puede parecer simple a rabiar, pero detrás de sus escasas líneas de diálogo y su atmósfera inquietante se esconde un comentario muy diferente a la sátira capitalista que suele estar detrás del género clicker, y que va mucho más allá del fetiche detrás de su título. Es por eso que se convierte en una experiencia destacable, casi obligatoria, dentro de este peculiar submundo, a pesar de que sea más básica que el mecanismo de un chupete.