Casino Royale tiene uno de los mejores arranques de la saga Bond, las cosas como son. Con un formato clásico en blanco y negro se presentaba al que será el próximo James Bond: Daniel Craig. Acto seguido, y sin demasiado espacio, empezaba la acción. Craig demostró que no era un James Bond más, sino uno cuya base iba a residir en la potencia física que tenía, y tiene ahora mismo, el actor. Sin dejar pasar de largo la elegancia, sutileza y esa atmósfera británica que tanto rodea al personaje dándole un encanto que parece que solamente puede emanar aquel al que llaman 007. Casino Royale, la primera entrega de la saga que tenía a Martin Campbell al frente del proyecto, era una carta de presentación mediante la que se indicaba claramente una reformulación de las bases que las películas de Bond habían tenido hasta la fecha. Una idea un poco atrevida, la verdad, pero que con el paso de los años, con sus más y sus menos, ha salido bien.
Sin tiempo para morir tiene un inicio diferente. Después de la clásica introducción que tanto caracteriza los largometrajes de Bond, Daniel Craig aparece en escena llevando una vida mucho más tranquila. Retirado, como perro viejo, un veterano de la vieja escuela que ha colgado sus pistolas para poder llevar una vida idílica. Dejando atrás la licencia para matar, las misiones con pocas probabilidades de sobrevivir y mirando hacia un futuro que rebosa paz por sus cuatro costados, con el amor de su vida al lado. Cary Fukunaga regala una cinematografía para enmarcar en esos primeros compases, contraponiéndose a lo que Campbell empezó (solamente durante unos minutos, todo sea dicho) para mostrar un Bond diferente, cansado, y con pocas ganas de continuar portando el título de “asesino” con el que muchos lo bautizan.
Fukunaga, el artesano
No podía ser otro el que rodase este cierre de etapa, puesto que Fukunaga, que viene por ejemplo de True Detective, sabe perfectamente cómo enmarcar los momentos dramáticos y cómo ensalzar la acción hasta el punto que nos olvidemos en qué ubicación estamos. El que se llevó el premio a dirección en el Festival de Sundance por Sin nombre (2009) ha demostrado que es un verdadero artesano y que, aunque Sin tiempo para morir este concebido como un producto palomitero casi desarrollado desde la misma preproducción (es decir, como si hubiera pasado por una fábrica que indica cómo deben ser los planos, los cortes y el proceso de montaje y guión) lo cierto es que Fukunaga está demasiado por encima de eso y sabe cómo darle la vuelta a las cosas para que sus obras tengan un toque distintivo.
En True Detective, el director y guionista era único captando los momentos de máxima tensión, por ejemplo, de Matthew McConaughey o Woody Harrelson. Se paraba en sus inquietudes, en sus miedos, sus obsesiones y hasta en sus creencias. Ligaba al espectador de forma firme a los personajes estableciendo vínculos emocionales que prácticamente todos los seres humanos hemos pasado alguna vez. Y para contraponer eso, sacaba a relucir sus planos secuencias con sobredosis de acción.
Y Sin tiempo para morir es justo lo mismo. Un acercamiento a un James Bond diferente, más humano, menos héroe, pero acompañado de la misma espectacularidad de siempre. Rodada esta vez, eso sí, con un mimo y un cuidado como pocos saben hacerlo, porque Fukunaga continúa demostrando que si alguien puede rodar planos secuencia con mil coreografías y efectos especiales de por medio, ese es él (algo que ha heredado directamente de las manos de John Woo, quien también, en su momento, brindó obras como Hard Boiled en 1992).
Pero dejando a un lado eso ahora, vamos a centrarnos un poco en Daniel Craig, que se merecía desde el principio interpretar a James Bond. Y con permiso de Quantum of Solace (que él mismo ha dejado más o menos claro que no es un proyecto del que esté especialmente orgulloso) el resto de largometrajes tampoco es que hayan sido un verdadero desastre. Puede que Spectre roce el límite, pero hay films de Bond peores que aquel dirigido por Sam Mendes, quien patinó tremendamente por no saber encajar con la fórmula que Campbell plantó en los inicios de esta aventura. En Sin tiempo para morir, Craig demuestra su madurez con el personaje. Ambos han crecido, han evolucionado y están preparados para dar el salto de fe final. Toca dejar las caras serias para intentar ejecutar un tono más burlón, más travieso y hasta un poco más infantil (si queréis verlo así) teniendo en cuenta que Bond siempre es considerado como un galán que representa la masculinidad a la enésima potencia, cosa que aquí se agradece que se haya reducido bastante. Craig saca más a relucir los sentimientos ocultos del personaje y cómo estos pueden llegar a afectarle hasta el punto en que no puede controlar su propio cuerpo y deja de ser ese perfecto agente que todos conocemos. A pesar de estar adiestrado para no confiar en nadie y solamente realizar su trabajo de forma rápida y sencilla, es humano, y eso es lo que cuenta más que nada aquí.
Por eso Sin tiempo para morir es un largometraje de James Bond, por lo menos de la etapa de Craig, diferente. Porque se deja a un lado la figura de anteriores films y se pasa a otro punto de vista del personaje que hasta ahora no habíamos podido estudiar con tanto detalle.
Un reparto de alto calibre
Y si Craig está espectacular, el resto del reparto ya es otro tema, porque Sin tiempo para morir posee un par de personajes que son de lo más memorables, tanto para bien como para mal. Ana de Armas aparece en escena para demostrar que sabe moverse por el género de acción sin ningún problema y que, sin duda, su personaje merece un spin-off, y lo mismo ocurre con Lashana Lynch, que desde nuestro punto de vista hace una función excelente junto con Craig, sin que en ningún momento el veterano actor que empezó en 2006 a rodar películas de James Bond la deje fuera de escena. Sin tiempo para morir rompe con aquello de que las mujeres en los films del espía británico de Ian Fleming tengan que ocupar un papel secundario, dado que prácticamente todo gira alrededor de ellas.
A todo esto, porque no nos olvidamos de ella, también habría que destacar la actuación que realiza Lea Seydoux, siendo el gancho que pone al límite las emociones de Bond y quien juega un papel doble para el espectador hasta llegado el momento de la verdad.
Pero no todo es un camino de rosas, porque llegamos al punto más flojo de Sin tiempo para morir: el villano interpretado por Rami Malek. Hay algo en su personaje que resulta de lo más atractivo, tiene algo magnético que hace que se nos pongan los pelos de punta por la esencia espeluznante que desprende. Es muy tranquilo, culto (perfil que parece que comparten muchos asesinos en serie) y en ningún caso necesita de fuerza bruta, músculos u otras características físicas de esa índole para hacer temblar a quien tiene delante. Y aunque la actuación de Malek no sea del todo mala, porque el protagonista de Mr. Robot si tiene algo es que se adhiere muy bien a sus personajes, la verdad es que Safin (nombre del antagonista) no termina de tener la fuerza que requiere un villano de James Bond. La historia es la misma de siempre (cosa que repiten hasta los mismos personajes a modo de broma interna para jugar con el espectador) y Safin se queda un poco corto como para suponer de verdad una amenaza para Bond.
No da la sensación en ningún momento de que James Bond está al límite o preocupado por detenerle. En casi todas las secuencias se puede ver cómo la situación está más o menos controlada y Bond está en perfectas condiciones, algo que con Mads Mikkelsen o Javier Bardem fue bastante diferente en su momento. En parte eso tiene justificación, puesto que el largometraje, más que una misión más en la que Craig debe salvar el mundo, es una despedida que debe cerrarse atando todos los cabos sueltos y teniendo al protagonista como un eje central inamovible. Un eje, como decíamos, basado esta vez en la evolución y catarsis del mismo.
Y, ahora a lo importante... ¿Es Sin tiempo para morir una de las mejores películas de James Bond?
Definitivamente sí, y de hecho es una imprescindible no solo del ciclo Craig. Aquí se termina de pulir ese cóctel personal de Bond con el cumplimiento de misiones estándar con el que se estructura cada película. Cary Fukunaga era el más indicado para este cierre porque, de todos los directores que ha tenido la saga, posiblemente él sea el que tenga ese sello personal más definido y marcado, algo que necesitaba como agua de mayo este ciclo de James Bond. No hemos mencionado la banda sonora de Hans Zimmer porque sobran las palabras, poco hay que decir de un genio que en raras ocasiones comete errores componiendo. Pero está claro que sin él tampoco se habría podido alcanzar este clímax tan marcado.
Puede que algunas piezas en el apartado de los personajes fallen, y de hecho son algunas bastante importantes. Pero es algo que no nubla por completo el resultado final y que sigue dejando espacio para que Sin tiempo para morir brille por ser la última película en la que Daniel Craig se enfunde el traje del personaje de Fleming.