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Ya hemos visto 'The Smashing Machine' y Dwayne Johnson se convierte en una bestia descomunal en el biopic más honesto del MMA

La película sobre la cara más honesta y áspera de este tipo de lucha se estrena el 3 de octubre en los cines de España.
Ya hemos visto 'The Smashing Machine' y Dwayne Johnson se convierte en una bestia descomunal en el biopic más honesto del MMA
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Actualizado: 12:37 2/10/2025
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A24 y Benny Safdie convierten la vida de Mark Kerr, pionero del MMA, en un biopic áspero que busca la carne y el hueso detrás del mito,
. Lo primero que queda claro es el viraje de Dwayne Johnson: desaparece la estrella de acción para dar paso a un cuerpo pesado, magullado y con prótesis faciales que estrechan el gesto; una transformación que no es solo cosmética, porque el filme la explota para contar el dolor, la adicción y la soledad de un campeón construido a base de autocastigo. La película, que llegó tras su estreno mundial en Venecia, aterriza con la promesa de ser “el papel serio” de Johnson… y, en gran medida, lo cumple.

Safdie vuelve a su interés por los personajes al límite y rueda con una fisicidad que recuerda a la crudeza semidocumental: cámara al hombro, respiración que se oye, sudor que empaña el encuadre. Esa apuesta potencia el retrato íntimo y evita la épica fácil, aunque también expone las costuras de un guion que a ratos transita por el carril del drama deportivo clásico. Varias críticas en Venecia y en su lanzamiento comercial subrayan esa tensión: poderoso como estudio de personaje, más convencional como relato de ascenso y caída.

Johnson, entre la máscara y la herida

El gran activo es Johnson. Su Kerr no es un titán invulnerable: se encoge en la consulta médica, se derrumba en la intimidad y solo parece completo en el octágono. En sus derrotas —cuando la mirada se vacía y la respiración pesa— alcanza una verdad que sorprende por contención y por la forma en que domestica su carisma habitual. De ahí que varias reseñas apunten a un posible recorrido en temporada de premios: no porque “haga de feo” o se esconda tras maquillaje, sino por cómo modula la vergüenza, la rabia y el síndrome de impostor.

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Emily Blunt, como Dawn Staples, aporta fricción y humanidad a un vínculo marcado por la codependencia y la autodestrucción; sin embargo, el filme no siempre le concede el espacio dramático que insinúa. Ahí está una de las carencias: los secundarios orbitan a Kerr sin alcanzar dimensión propia, cuando precisamente su mirada —la de Dawn, la de los entrenadores, la de sus pares— podría haber expandido el mapa emocional.

Cae en se demasiado correcta, de buen gusto pero poco estómago.

Golpes, sudor y trance

En el cuadrilátero, Safdie apuesta por combates menos coreografiados que “sentidos”: planos cerrados, agarres que crujen, entradas a derribo que pesan. El resultado es inmersivo, aunque el director evita teorizar sobre el fenómeno cultural del MMA y se concentra en la biomecánica del castigo. Hay secuencias que funcionan como pequeñas cápsulas de trance —más cerca del free jazz físico del que hablaba la prensa en Venecia que del espectáculo pirotécnico—, y otras que, por repetición, pierden filo.

El contraste con el documental de 2002 —que desnudaba la adicción a los analgésicos y el peaje de ese circuito brutal— es inevitable. La película dialoga con aquel material, lo recrea en momentos clave (la mítica sala de espera, por ejemplo) y lo reescribe desde la ficción con la potencia de un actor en estado de gracia. Aun así, quien busque la radiografía más incisiva del Kerr real seguirá encontrando en el documental una aspereza que el largometraje dramatiza pero no siempre alcanza.

Ascenso, caída y dudas

¿Dónde cojea? En su columna vertebral dramática. Hay tramos que “funcionan” pero no sorprenden: el auge, la caída, la promesa de redención. Cae en se demasiado correcta, de buen gusto pero poco estómago, especialmente si se compara con otros retratos recientes de familias y cuerpos rotos en el deporte. Aun así, cuando se concentra en el temblor interno del personaje —no en el marcador—, The Smashing Machine golpea de verdad.

El filme es un trabajo serio y, por momentos, vibrante, sostenido por la mejor interpretación de Dwayne Johnson desde Dolor y dinero. Safdie firma un cinta que mira de frente al dolor sin convertirlo en espectáculo, aunque a veces se quede a medio camino entre la inmersión sensorial y la gran tesis. Para quien quiera medir la temperatura crítica: hay entusiasmo por el desempeño de Johnson, dudas sobre la profundidad del conjunto y consenso en que el retrato de la adicción y la autolesión competitiva late con autenticidad.

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