La esperada secuela de The Black Phone (2021) llega bajo la dirección de Scott Derrickson con la intención de profundizar en el horror que el primer filme sembró: el regreso del asesino enmascarado conocido como “El Grabber” (interpretado de nuevo por Ethan Hawke) ya no se limita a un sótano claustrofóbico, sino que pretende expandir su reino hasta lo onírico y sobrenatural.
La premisa es clara: introducir una nueva llamada, un nuevo trauma, nuevos personajes que cargan con antiguas heridas; en concreto, la hermana de Finney, Gwen, toma protagonismo y arrastra a su hermano a un campamento aislado donde nada será lo que parece. Sin embargo, más allá del planteamiento prometedor, la película arrastra una serie de virtudes y defectos que la colocan en una posición intermedia: interesante para los aficionados al género, pero difícil de defender como una obra redonda.
Tono y atmósfera: entre el homenaje y el déjà vu
En lo que respecta al tono y la atmósfera, logra momentos válidos: hay cierto pulso noventero-ochentero en la estética, un homenaje al horror clásico que se aprecia en secuencias evocadoras. Sin embargo, esta celebración del pasado tiene también su reverso: el film sucumbe en algunos tramos a la mera imitación, a jugar a ser “como” otras películas (por ejemplo, la comparación recurrente con Pesadilla en Elm Street) en vez de encontrar su propia voz. El resultado es que la atmósfera se vuelve intermitente: cuando funciona, lo hace con contundencia; cuando no, se siente como una copia bien hecha pero sin frescura.
El guion trata de sostenerse sobre dos ideas simultáneas: por un lado, el trauma persistente de los supervivientes —Finney y Gwen—, y por otro, la escalada del mal en una nueva clave, más sobrenatural. Esta doble apuesta tenía potencial: ver cómo los personajes crecen y se enfrentan no solo al asesino físico, sino a sus consecuencias psicológicas. El propio Derrickson lo expresó al decir que el cambio de “niño de instituto” (en la primera película) a “adolescente que ya no puede huir de sí mismo” generaba una dinámica más visceral. Pero aquí aparece el problema: la narrativa se dispersa. El componente traumático —que podría haber sido el eje emocional— queda en segundo plano ante la proliferación de poderes del antagonista, y el vínculo entre los personajes, aunque está ahí, no logra arraigar del todo.
El villano: de asesino humano a ente omnipotente
En lo que se refiere al villano, Grabber vuelve a escena, pero en esta secuela ha sido “sobrecargado” con habilidades que lo acercan a un ente sobrenatural: aparece en sueños, acecha desde diferentes planos de realidad, y asume un volumen mayor del habitual. Ese cambio tiene dos efectos: por un lado permite visuales más espectaculares; por otro, amortigua el terror más íntimo y el simbolismo que tenía el asesino humano atrapando niños en un sótano.
Del lado de las interpretaciones, Hawke sigue siendo un activo valioso: su presencia impone y ofrece momentos donde el personaje recupera cierto magnetismo malicioso. Pero también se le percibe limitado por un guion que lo obliga a esconderse tras efectos, máscaras y apariciones espectrales en vez de apostar por el terror visceral y minimalista del primer film. La protagonista femenina joven, Madeleine McGraw como Gwen, también es bastante digna.
Metáforas del miedo y del trauma
Desde la perspectiva temático-formal, la película aspira a tratar el miedo y el trauma como fuerzas que persisten, y eso es loable; sin embargo, la ejecución es desigual. El componente sobrenatural y el tratamiento de las pesadillas podrían haber servido como metáfora poderosa de la memoria del trauma, pero en la versión final esa lectura queda algo supeditada al espectáculo y a los jump scares.
Black Phone 2 es una secuela que hace muchas cosas bien —y que seguramente encontrará su público entre quienes disfrutan del horror y de los guiños al género clásico—, pero al mismo tiempo se queda corta en cimentar aquello que hizo singular al antecedente: la mezcla de terror humano, claustrofobia y originalidad. Es una obra que, en su afán de expansión y espectacularidad, pierde algo de la fuerza íntima. Si bien es mucho más que dignas, tampoco alcanza a erigirse como un hito del cine de terror contemporáneo.















