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Si trabajas sin parar pero sientes que no haces nada, quizá sufras dismorfia de productividad

Aunque todavía no sea una categoría diagnóstica oficial, la dismorfia de productividad se está revelando como un síntoma claro del malestar contemporáneo.
Si trabajas sin parar pero sientes que no haces nada, quizá sufras dismorfia de productividad
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Actualizado: 17:30 5/4/2025
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La era de la hiperproductividad ha impuesto una exigencia casi imposible de satisfacer: trabajar más, rendir más, lograr más. En este contexto, está surgiendo un fenómeno psicológico que ya preocupa a expertos en salud mental y productividad: la dismorfia de productividad. Se trata de una percepción distorsionada del propio rendimiento laboral que lleva a sentir que nunca es suficiente, incluso cuando se trabaja de forma constante o se alcanzan metas objetivas.

El término no figura aún en manuales clínicos, pero la sensación de culpa, insuficiencia y agotamiento que produce es real y cada vez más común. La escritora y periodista Anna Codrea-Rado fue quien popularizó el concepto tras darse cuenta de que, pese a su carrera exitosa, no podía dejar de sentirse improductiva.

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Inspirada en la idea de la “dismorfia monetaria”, que describe cómo alguien puede sentirse pobre aunque no lo sea, Codrea-Rado trasladó esta lógica al trabajo: puedes estar cumpliendo con tus objetivos y aún así vivir convencido de que estás fallando. El resultado es una especie de bucle que mezcla autoexigencia extrema, perfeccionismo y una comparación constante con los demás, especialmente alimentada por redes sociales.

La cultura corporativa tiene la culpa

El problema no es sólo individual. La cultura corporativa ha empujado durante años la idea de que el descanso es pereza disfrazada y que la valía personal se mide por la productividad. Esta mentalidad, sumada a entornos laborales competitivos y a la glorificación de la multitarea, puede llevar al colapso. El síndrome del impostor y el burnout —dos patologías bien documentadas— encuentran en la dismorfia de productividad un terreno fértil. Según estudios recientes de las universidades de York St. John y Bath, la autoexigencia crónica ligada a la percepción errónea del rendimiento puede desencadenar ansiedad, depresión y fatiga persistente.

Frente a esta trampa invisible, algunos expertos proponen una batería de estrategias prácticas. La más urgente es establecer límites claros entre la vida personal y laboral: tener tiempo libre sin culpa es un acto de higiene mental. También se recomienda celebrar los logros, por pequeños que sean, practicar la autocompasión y, sobre todo, reducir la exposición a contenidos en redes sociales que promuevan ideales de éxito inalcanzables.

La psicóloga Jacinta M. Jiménez, autora de estudios sobre liderazgo emocional, recuerda que los grandes logros dan satisfacción momentánea, pero no construyen bienestar duradero si no se cultiva una visión más amable de uno mismo.

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