Sam Altman, CEO de OpenAI y mente maestra tras ChatGPT, lleva tiempo hablando sobre el futuro de la inteligencia artificial. Pero el pasado 10 de junio dio un paso más allá con un texto en el que definió su visión con un concepto que ha calado: la “singularidad suave”.
Dejemos a un lado las distopías violentas o saltos catastróficos como los que Yoshua Bengio enarbola. Según Altman, ese futuro será gentil amigable y casi imperceptible. “El futuro puede ser infinitamente mejor que el presente”, aseguró. “Estamos construyendo un cerebro para el mundo”, añade con una ambición que recuerda a los grandes visionarios tecnológicos. Y sí, Mark Zuckerberg de Meta quiere ser partícipe de esta carrera.
Sam Altman lanza una advertencia sobre la IA: "Estamos construyendo un cerebro global"
La gran apuesta de Altman no es una revolución abrupta, sino una evolución natural, una transformación que se integra de forma tan sutil en nuestro día a día que ni la notaremos. Esta idea no es nueva —en textos como Moore’s Law for Everything ya defendía una transición gradual, alineada con los valores humanos y evitando una carrera peligrosa hacia lo desconocido.
En sus propias palabras, Altman suelta la bomba a sus empleados: “Esto es lo más grande que hemos hecho como empresa”. Y no exagera. En apenas cinco años, predice que programas de IA leerán textos legales o informes médicos mejor que expertos humanos, para luego tomar decisiones complejas, manipular objetos en el mundo real y acelerar el progreso científico. El CEO de OpenAI subraya cómo convivimos ya con inteligencias digitales potentes como ChatGPT y, sin embargo, lo damos por normal. Lo que antes parecía ciencia ficción —que una IA escriba, programe o diagnostique— ahora es cotidiano. La singularidad, insiste Altman, no será un evento explosivo sino un proceso gradual de adaptación colectiva.
Pero ojo, no todo es luz. Para que esta transición funcione, es vital la alineación: que la IA actúe dentro de nuestras normas éticas, leyes y expectativas. Un fallo menor en un sistema usado por cientos de millones podría desencadenar un desastre. Por eso, gran parte del esfuerzo de OpenAI se dedica a crear modelos seguros, útiles y transparentes.
Mirando al horizonte, Altman visualiza un mundo donde desaparecen barreras clásicas como la inteligencia o la energía. Si gestionamos bien esta revolución, el conocimiento crecerá a una velocidad nunca vista, y las máquinas serán capaces de mejorarse a sí mismas, abriendo una era de progreso exponencial. Hoy ya vemos cómo estas tecnologías ayudan a descubrir nuevos materiales, diseñar fármacos o resolver problemas matemáticos complejos, no solo más rápido, sino con una potencia creciente gracias a centros de datos y energía cada vez más robustos.
En definitiva, Sam Altman plantea una inteligencia artificial que no es amenaza, sino compañera. Una singularidad tan pacífica que apenas nos daremos cuenta de que ha llegado. Veremos si se equivoca o no.















