En un hallazgo digno de la ciencia ficción más ambiciosa, un equipo de científicos respaldado por la NASA ha confirmado la existencia de un planeta donde llueve arena, no agua.
El fenómeno, detectado por el telescopio espacial James Webb y publicado en la revista Nature, se localiza en el sistema planetario YSES-1, a más de 300 años luz de la Tierra, en la constelación de Musca. En lugar de nubes cargadas de vapor de agua, la atmósfera de uno de estos exoplanetas jóvenes está compuesta por partículas de sílice, el mismo material que forma la arena terrestre.
No es arena como la de la Tierra
Esta “lluvia de arena” no se forma como en la Tierra. En el planeta identificado como YSES-1 b, las partículas de sílice se subliman —es decir, pasan directamente de estado sólido a gaseoso—, para luego condensarse de nuevo y precipitarse en forma de diminutos granos suspendidos en una atmósfera hirviente. Se trata de un ciclo meteorológico completamente ajeno a los modelos conocidos hasta ahora, que redefine lo que entendemos por clima en otros mundos y pone a prueba las teorías sobre evolución planetaria fuera del sistema solar.
Según Valentina D’Orazi, astrónoma del Instituto Nacional de Astrofísica (INAF), este hallazgo es clave para entender cómo se comportan las atmósferas bajo condiciones extremas. “Estamos apenas comenzando a entender lo que vemos”, asegura la investigadora en declaraciones recogidas por Gizmodo. La detección de nubes de sílice en un planeta de apenas 17 millones de años proporciona una oportunidad inédita para estudiar climas y composiciones químicas en mundos en formación, en una etapa muy anterior a la madurez que presenta la Tierra.
El descubrimiento también tiene implicaciones para la comprensión de nuestro propio pasado. Estudiar estos sistemas tempranos ayuda a reconstruir las condiciones que imperaban en los inicios del sistema solar, cuando los planetas aún se estaban configurando a partir de discos de polvo y gas. La posibilidad de observar en tiempo real procesos como la sublimación de materiales rocosos en atmósferas extraterrestres representa un avance sin precedentes para la astrofísica planetaria.















