Entre brumas matinales y colinas verdes, Liérganes resiste. Situado a menos de 30 kilómetros de Santander, este pequeño municipio cántabro parece haberse detenido en el tiempo. Ajeno a las oleadas de turismo que arrasan otros enclaves del norte, Liérganes ha sabido proteger su identidad: la de un conjunto histórico-artístico de casonas del siglo XVII, calles empedradas y balcones floridos que se asoman al río Miera.
Pero detrás de su calma y belleza natural, se oculta una historia que hiela la sangre: la leyenda del Hombre Pez.
Una fábula conocida en el lugar y con estatua propia
La fábula, recogida por el ilustrado padre Feijoo en el siglo XVIII, narra cómo un joven de Liérganes desapareció nadando en el río. Años después, unos pescadores en Cádiz capturaron a un ser cubierto de escamas, con rasgos humanos y mirada extraviada. Al preguntarle quién era, solo dijo una palabra: “Liérganes”. Lo llevaron de regreso al pueblo, donde vivió un tiempo más, mudo, antes de regresar al río y desaparecer para siempre. El mito ha perdurado durante siglos, alimentando no solo la imaginación popular, sino también estudios sobre el folclore ibérico y los límites de lo verosímil.
Pero el pueblo no vive solo de su leyenda. Liérganes fue también destino predilecto de la nobleza decimonónica, atraída por sus aguas termales declaradas de utilidad pública en 1843. El balneario, aún en funcionamiento, supo conjugar el gusto aristocrático con el poder curativo de sus manantiales sulfurosos. Hoy, rehabilitado y adaptado al siglo XXI, sigue recibiendo a quienes huyen del turismo exprés y buscan descanso entre jardines, bosques y tratamientos terapéuticos.

Más allá del casco histórico, el entorno natural de Liérganes es una invitación constante al paseo lento. El sendero fluvial del río Miera, los montes Cotillamón y Marimón —conocidos como “Las Tetas de Liérganes”— y los miradores diseminados entre bosques atlánticos conforman una red de rutas casi intacta. Cada rincón parece diseñado para contemplar sin prisa, para dejarse llevar por una luz que cambia con las nubes y las estaciones.
En tiempos de turismo masivo y sobreexplotación rural, Liérganes representa una excepción milagrosa: un lugar que no necesita grandes reclamos porque ya lo tiene todo.