En la historia de la humanidad, pocas instituciones educativas pueden presumir de haber existido antes que imperios enteros. Tal es el caso de la Universidad de Oxford, cuya fundación se remonta al siglo XII, mucho antes de que los aztecas establecieran su esplendorosa capital, Tenochtitlán, en el corazón del actual México.
Este contraste temporal, más allá de lo anecdótico, revela el alcance y la persistencia del conocimiento como pilar de las sociedades, incluso cuando estas surgieron en contextos culturales radicalmente distintos. La ciudad universitaria inglesa comenzó a consolidarse como núcleo de aprendizaje en torno al año 1096, aunque sus registros más formales datan de 1167. Para entonces, Europa atravesaba una etapa de transformación cultural impulsada por el escolasticismo medieval, mientras que en Mesoamérica aún no había surgido el imperio mexica.
La sabiduría como legado común
No sería hasta 1325 cuando los aztecas fundaran Tenochtitlán, una ciudad que acabaría siendo el epicentro de una de las civilizaciones más complejas de América precolombina. En ese sentido, Oxford ya llevaba más de dos siglos instruyendo a clérigos, juristas y científicos mientras los aztecas daban sus primeros pasos como potencia regional.
Este desfase histórico, sin embargo, no impide trazar paralelismos en cuanto a la vocación cultural de ambos enclaves. Tenochtitlán, con su avanzado sistema de chinampas, su calendario astronómico, su medicina tradicional y su vasta red de mercados, bibliotecas pictográficas y templos, fue un epicentro intelectual para su tiempo.
De forma paralela, Oxford se convirtió en un laboratorio del pensamiento europeo, donde florecieron las letras, la teología y las ciencias naturales, y más tarde, la política moderna y la filosofía. Hoy, siglos después, tanto Oxford como la antigua Tenochtitlán —ahora Ciudad de México— siguen siendo referencias simbólicas del poder transformador del conocimiento. Oxford continúa formando a las élites académicas del mundo con una estructura que se mantiene viva desde hace más de 900 años.
Tenochtitlán, aunque ya no existe como entidad política, pervive en la memoria arqueológica, cultural y urbana de una capital moderna que aún muestra con orgullo los cimientos mexicas sobre los que fue construida.















