La inteligencia artificial se ha convertido en la herramienta más poderosa -y a la vez más temida- del siglo XXI. Su capacidad para automatizar procesos, reducir costes y ejecutar tareas con una precisión sobrehumana la ha transformado en el nuevo motor de las empresas tecnológicas y los gobiernos. Sin embargo, a medida que su presencia crece, también lo hace el miedo: la sensación de que una parte del trabajo humano está en la cuerda floja.
Geoffrey Hinton, premio Nobel y uno de los padres fundadores de la inteligencia artificial moderna, lleva tiempo advirtiendo de ese peligro. El investigador británico, profesor emérito en la Universidad de Toronto, ha vuelto a levantar la voz para recordar que la revolución tecnológica no será precisamente benévola con todos los trabajadores. En una reciente entrevista, Hinton aconsejó a los jóvenes mirar más allá de las carreras tecnológicas: "Si estás pensando en qué estudiar, hazte fontanero", dijo sin rodeos.
Geoffrey Hinton, el padre de la inteligencia artificial, lanza una advertencia: "Aprender fontanería será más útil que estudiar programación"
Su razonamiento es claro. Las profesiones manuales y especializadas -desde un carpintero hasta un electricista- siguen dependiendo del cuerpo humano, de su destreza y de su capacidad para adaptarse a lo imprevisto. Son, por ahora, territorios inexpugnables para la inteligencia artificial. En cambio, los empleos ligados a la informática o la programación corren el riesgo de ser absorbidos por las propias máquinas que ayudaron a crear.
Hinton también lanza un aviso más inquietante: los modelos de IA de empresas como OpenAI o Google están evolucionando tan deprisa que ni sus propios creadores saben hacia dónde se dirigen. "Lo que estamos desarrollando podría volverse más inteligente que nosotros… y no necesariamente compartir nuestros valores", reconoció en declaraciones a la BBC.
Su esperanza, dice, es que los grandes científicos del mundo cooperen antes de que sea demasiado tarde. Una petición que suena más a advertencia que a deseo, en un momento en el que la inteligencia artificial ya no es promesa de futuro, sino un presente que avanza sin pedir permiso.