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España registra un 40% más de incendios extremos de sexta generación y sufre fuegos capaces de arrasar 1 millón de hectáreas

Los incendios de sexta generación se multiplican y superan todos los límites conocidos, desbordando las capacidades de extinción en España. Son capaces de arrasar hectáreas con una facilidad pasmosa.
España registra un 40% más de incendios extremos de sexta generación y sufre fuegos capaces de arrasar 1 millón de hectáreas
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Actualizado: 14:00 10/11/2025
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incendios

Los incendios de sexta generación, fenómenos colosales y casi autónomos desafían cualquier intento de contención. Su ferocidad no se somete a manos humanas y, en muchos casos, no tienen solución más allá de la prevención. Como explican los expertos, dependen, en cambio, de las variaciones del clima, de la caprichosa danza del viento y de la humedad que el territorio ofrece. Y es que durante meses, los especialistas han repetido el mismo diagnóstico: no se pueden apagar.

Es precisamente esta independencia -esta capacidad de operar fuera del alcance de la intervención humana- lo que ha elevado a estos incendios a la categoría de amenaza contemporánea más temible, sobre todo en España, lugar muy afectado. Ya no se trata solo de salvar hectáreas de bosque o de controlar frentes localizados: la naturaleza misma, con su fuerza implacable, dicta cuándo se detienen, y mientras tanto, comunidades enteras, ecosistemas y vidas quedan suspendidos al arbitrio de un clima que parece jugar a su propio ritmo.

Los fuegos que crean su propio clima ya suponen el 18% de los grandes incendios en España

El concepto, pese a lo decisivo que será para el futuro de España, sigue envuelto en cierta bruma técnica, algo que ha generado polémica a nivel político y social. Pero su idea central es sorprendentemente simple: hablamos de incendios tan intensos que logran acoplarse a la atmósfera hasta generar su propio microclima. No es una cuestión de tamaño, sino de comportamiento. Son incendios que dejan de ser meras reacciones químicas para convertirse en sistemas dinámicos capaces de alterar el viento, elevar columnas convectivas gigantes y modificar, a su antojo, aquello que deberían sufrir pasivamente.

Fuegos de sexta generación en España

No son fenómenos ajenos a los incendios clásicos: son su evolución. El siguiente escalón de una escalera que jamás imaginamos tan larga. Y, sin embargo, aquí estamos, enfrentándonos a estructuras tan agresivas que nuestras herramientas de predicción -ya de por sí limitadas- quedan obsoletas en minutos. España, tercer país más boscoso de Europa, se enfrenta a la paradoja de un éxito convertido en amenaza: más bosque, sí, pero también más biomasa descontrolada, más continuidad vegetal, más oportunidades para que un pequeño foco crezca hasta algo inabarcable.

Son incendios velocísimos, de intensidad brutal, capaces de lanzar pavesas a kilómetros

Inazio Martínez de Arano, director de la Oficina Regional del Mediterráneo del Instituto Forestal Europeo, lo resumía con crudeza, dejando claro que este tipo de fenómenos destructivos no tienen barreras a corto plazo.

Las causas se entrelazan. El clima extremo, cada vez más habitual, erosiona la capacidad de los ecosistemas para autorregularse. El abandono rural deja tras de sí montes privados sin gestión activa y paisajes enteros donde la vegetación crece de forma caótica. Y la vulnerabilidad del territorio -con un urbanismo disperso y cortafuegos pensados para otra época- completa el cóctel perfecto.

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El resultado: incendios velocísimos, de intensidad brutal, capaces de lanzar pavesas a kilómetros y de activar focos simultáneos con un comportamiento tan errático que los equipos de extinción apenas pueden anticipar su próximo movimiento. Y eso es un grave problema.

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