El cielo de Europa se ha convertido en un tablero de guerra invisible. Y no hablamos de los cazas de sexta generación o las nuevas piezas de tecnología estadounidense. En las últimas semanas, los drones rusos han sobrevolado bases militares, aeropuertos y zonas urbanas, obligando al continente a enfrentarse a un enemigo barato, escurridizo y sorprendentemente sofisticado. Lo que hasta hace poco parecía un riesgo lejano ahora obliga a repensar la defensa aérea: surge la idea de un "muro de drones", un escudo tecnológico que promete vigilar y neutralizar cualquier amenaza en segundos. Pero España y el sur de Europa, con países más pegados al Mediterráneo, no se sienten seguros en absoluto.
España denuncia grieta en la defensa europea: el muro antidrones de 140.000 millones deja al sur vulnerable
Los primeros avisos llegaron desde Polonia, Dinamarca y Alemania. Drones de origen incierto aparecían y desaparecían, generando caos y obligando a las fuerzas de la OTAN a elevar sus niveles de alerta. De estas incursiones nació el concepto de un dispositivo sin precedentes: una red integrada de radares, sensores, interferidores y armas ligeras capaces de reaccionar al instante.
Lo que comenzó como un proyecto regional en los países bálticos, Polonia y Finlandia -una barrera tecnológica en el flanco oriental- se ha transformado en la European Drone Defence Initiative, un ambicioso plan continental que busca proteger a toda Europa.
España ha jugado un papel crucial en esta redefinición. Desde Madrid, el gobierno advirtió que las amenazas no se limitan al flanco oriental: los drones pueden operar desde cualquier punto del continente. Gracias a su presión, la Comisión Europea amplió la iniciativa para que no quede confinada al Este, convirtiéndola en una red paneuropea coordinada que integra tecnologías de distintos países bajo un mismo marco estratégico. La experiencia española ha subrayado la necesidad de contemplar escenarios en la península ibérica y el Mediterráneo, reforzando la idea de una defensa aérea inclusiva y escalonada.
Mientras la burocracia discute presupuestos y competencias, los ejércitos avanzan. Dinamarca despliega radares Doppler; Alemania permite abatir drones con la policía y y ya contempla el servicio militar obligatorio en caso de necesidad; Suecia invierte cientos de millones en sistemas de intercepción; y España, aunque más discreta, colabora en la integración de sensores y software para garantizar que la red sea operativa y adaptable. La industria europea también responde: Rheinmetall, Saab y empresas emergentes desarrollan sistemas modulables, desde cañones automáticos hasta interceptores autónomos, mientras Ucrania sirve de laboratorio real para probarlos.
El muro antidrones europeo no es solo tecnología; es un símbolo de que la guerra moderna se libra tanto en tierra como en el aire. Su construcción enfrentará años de pruebas, coordinación y consenso, pero España demuestra que incluso en un continente lleno de rivalidades, la cooperación estratégica es posible