Durante décadas, la llamada “curva de la felicidad” fue uno de los consensos más citados en ciencias sociales. Con forma de U, describía cómo las personas tienden a sentirse más satisfechas en la juventud, atraviesan un bache de infelicidad en torno a los 40 o 50 años y recuperan bienestar en la vejez. Esa regularidad parecía tan sólida como universal, avalada por cientos de estudios. Sin embargo, un nuevo análisis internacional acaba de dinamitar esa visión: la curva ha desaparecido. Ahora, los jóvenes comienzan a sentirse infelices en la veintena y arrastran ese malestar a lo largo de toda su vida adulta.
El trabajo, basado en millones de encuestas en más de 40 países entre 1993 y 2025, muestra un patrón inesperado. La insatisfacción vital alcanza niveles muy altos ya en los 20 años y solo empieza a remitir hacia la jubilación, pero sin la recuperación plena que dibujaba la curva clásica. El fenómeno se observa con mayor intensidad en los países de habla inglesa, aunque también se detecta en África y Europa, con un impacto particularmente fuerte entre las mujeres. “Estamos ante la primera evidencia empírica de que la forma en U ha desaparecido”, explica la psicóloga clínica Maite Garaigordobil, de la Universidad del País Vasco en Trendencias.
Del mito en U a la nueva realidad
El hallazgo encaja con lo que advertían informes previos como el World Happiness Report o los estudios longitudinales de Harvard: los menores de 30 años son más propensos a la soledad crónica, la ansiedad y la falta de propósito. Pero lo que ahora se confirma es que el deterioro de la salud mental juvenil no es un fenómeno subjetivo ni coyuntural: ha sido lo bastante severo como para alterar un patrón demográfico de décadas. Dicho de otro modo, no estamos solo ante la crisis de la mediana edad, sino ante una “crisis de los 20” que convierte a los mayores en un grupo más feliz que los jóvenes.
Aunque las redes sociales suelen ser señaladas como culpables inmediatas, los investigadores apuntan a un entramado de causas más profundas. La pandemia, la precariedad laboral, la crisis de la vivienda y el aumento de los problemas de salud mental han configurado un terreno hostil para la Generación Z. David G. Blanchflower, economista de la Universidad de Londres y autor del estudio, insiste en que no se trata únicamente del móvil, sino de cómo ha desplazado actividades beneficiosas: “Los niños ya no juegan, no conversan… pasar demasiado tiempo en internet aparta a las personas de lo que realmente nutre su bienestar”.
Por qué se hunde el bienestar juvenil
Los psiquiatras también destacan el contraste entre expectativas y realidad. Eduard Vieta, jefe de Psiquiatría del Hospital Clínic de Barcelona, recuerda que muchos jóvenes crecieron en entornos sobreprotectores, con baja tolerancia a la frustración. Cuando se enfrentan a un mercado laboral inestable, a la imposibilidad de acceder a una vivienda o a la falta de horizontes claros, el choque es brutal y se traduce en malestar emocional persistente. La sensación de fracaso no responde tanto a hechos objetivos como a la brecha entre lo que se esperaba y lo que realmente se obtiene.
Las implicaciones son serias. Si una generación comienza la vida adulta sumida en la infelicidad, no solo se verá comprometida su calidad de vida, sino también su longevidad. De ahí la urgencia de medidas públicas que refuercen la salud mental, garanticen un acceso más equitativo a la vivienda y reduzcan la precariedad. De lo contrario, el cambio en la curva de la felicidad no será una mera anomalía estadística, sino un síntoma de un malestar generacional que amenaza con cronificarse.
