En un mundo cada vez más marcado por la incertidumbre climática, política y tecnológica, los multimillonarios del sector tech están ideando sus propios planes de escape frente a un eventual colapso global.
Así lo plantea el profesor y teórico Douglas Rushkoff en su libro La supervivencia de los más ricos, donde documenta cómo figuras como Elon Musk, Mark Zuckerberg o Sam Altman están dedicando recursos astronómicos a soluciones que van desde búnkeres en islas remotas hasta colonias extraplanetarias.
Elon Musk mira hacia Marte
Lejos de ser ideas de ciencia ficción, se trata de estrategias reales que delatan una mentalidad elitista y desconectada del resto de la humanidad. Elon Musk, por ejemplo, apuesta por la conquista de Marte como plan B para la especie humana —aunque, probablemente, más como plan A para él y otros pocos elegidos.
Sam Altman, creador de ChatGPT piensa copiarse el cerebro
Sam Altman, de OpenAI, ha expresado su deseo de crear una copia de seguridad digital de su cerebro. Mark Zuckerberg, por su parte, ha iniciado la construcción de un búnker subterráneo en Hawái. Son movimientos que, según Rushkoff, reflejan más un impulso de huida que un deseo real de solucionar los problemas que aquejan al planeta. “En caso de duda, los multimillonarios tecnológicos nos abandonarán”, resume el autor.
Sálvese quién pueda...permitírselo
Rushkoff denuncia que esta actitud responde a una lógica de mercado llevada al extremo: la idea de que las relaciones humanas pueden gestionarse como productos financieros, y que el poder debe mantenerse incluso en un mundo que se desmorona. Según él, esta élite digital no cree en soluciones colectivas ni en el fortalecimiento de la comunidad, sino en el control individual del entorno. Lo cierto es que esto no es solo peligroso por su desconexión social, sino también por su ineficacia práctica: ni el dinero ni los búnkeres ni las colonias espaciales pueden garantizar la supervivencia ante catástrofes sistémicas como el cambio climático.
El negocio de la supervivencia no se limita a Silicon Valley. La preocupación se ha extendido también entre personas con recursos más limitados. De acuerdo con BlueWeave Consulting, solo en 2023 los estadounidenses gastaron 137 millones de dólares en la construcción de refugios privados. Se estima que, en menos de cinco años, este mercado podría ascender a los 175 millones, impulsado por temores de catástrofes nucleares, disturbios sociales o pandemias globales. Es un síntoma claro de una sociedad que ya no confía en la estabilidad institucional, sino en la salvación individual.
El mensaje de Rushkoff es directo: no habrá redención para la mayoría si la respuesta al apocalipsis es el escape de unos pocos. “Los líderes tecnológicos creen que son nuestros semidioses”, sentencia, “pero en el fondo, saben que cuando llegue el colapso, simplemente nos dejarán atrás”. Y quizás lo más inquietante de todo es que parecen estar preparándose, no para evitar ese final, sino para sobrevivirlo solos.
