Madrid está reconstruyendo su ciudad de cara a reconducir el tráfico. Mientras diseña soluciones en forma de megaautopistas, otras capitales mundiales buscan salir de estos graves problemas urbanos. Bengaluru, la joya tecnológica de la India conocida como el “Silicon Valley” del país, se prepara para dar un paso sin precedentes en su infraestructura urbana.
Hace escasos días, la ciudad ha aprobado la construcción del que promete ser el túnel subterráneo más caro de su historia, un coloso valorado en 17.698 crore de rupias, alrededor de 2000 millones de euros. Este corredor, con una longitud de 16,75 kilómetros -el equivalente a 150 campos de fútbol-, unirá el norte y el sur de la ciudad, desde Silk Board Junction hasta Hebbal, con la ambición de aliviar un tráfico que atormenta a millones de conductores cada día.
El túnel subterráneo de 17 km y 2000 millones de euros que promete acabar con los atascos históricos
Según las autoridades, la nueva vía reducirá los tiempos de desplazamiento hasta en 45 minutos, pasando de los actuales 60-90 minutos a apenas 20-25. Además, promete eliminar 25 de los puntos de congestión más críticos, convirtiéndose en una arteria rápida y sin semáforos a través de la zona más saturada de Bengaluru. Los ingenieros advierten que algunas secciones alcanzarán profundidades de hasta 36 metros y contarán con múltiples entradas y salidas estratégicamente distribuidas.
La construcción recurrirá a tecnología de perforación avanzada, similar a la utilizada en los metros subterráneos, e incluirá ventilación de última generación, salidas de emergencia cada 500 metros, vigilancia en tiempo real y sistemas antiincendios. El gobierno indio asegura que el proyecto será un modelo de “infraestructura inteligente y segura”, cumpliendo estándares internacionales y dejando huella como símbolo del progreso urbano.
Pero no todos ven el túnel con los mismos ojos. Urbanistas y expertos en movilidad advierten que, aunque puede liberar calles para peatones y transporte público, iniciativas centradas en los coches podrían simplemente trasladar el problema al subsuelo, fomentando más vehículos privados y descuidando soluciones sostenibles. Para apaciguar críticas medioambientales, se ha prometido que el Jardín Botánico de Lalbagh apenas sufrirá alteraciones, no se talará un solo árbol y el terreno se restaurará al concluir las obras.
Con el visto bueno preliminar del gabinete y la posibilidad de financiación mediante una asociación público-privada (PPP), el proyecto sigue adelante pese a las advertencias de la oposición, que lo considera un “sueño subterráneo” cargado de riesgos financieros y ecológicos.















