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El James Webb detecta algo que no encaja en el cometa 3I/ATLAS y desconcierta a los científicos: 'Nadie sabe de dónde viene'

Para los astrónomos, este cometa es algo más que una curiosidad cósmica: es la prueba viviente de que los materiales primigenios de otros sistemas solares pueden llegar hasta nosotros.
El James Webb detecta algo que no encaja en el cometa 3I/ATLAS y desconcierta a los científicos: 'Nadie sabe de dónde viene'
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Actualizado: 11:30 7/9/2025

El telescopio espacial de la NASA registra una proporción inédita de dióxido de carbono frente al agua, lo que podría reescribir cómo se forman los cometas en sistemas estelares lejanos.

El 3I/ATLAS es el tercer visitante interestelar identificado por la astronomía moderna tras el célebre ʻOumuamua (2017) y el cometa Borisov (2019). Su hallazgo a principios de julio en el marco del sistema de alerta temprana ATLAS lo convirtió en objeto de intenso escrutinio. Aunque en un inicio se especuló con un riesgo de impacto o incluso con la posibilidad de un artefacto alienígena —hipótesis popularizada por el astrofísico de Harvard Avi Loeb—, la NASA descartó pronto ambas ideas. Lo que sí ha confirmado el James Webb Space Telescope (JWST) es algo inesperado: una química nunca vista en un cometa.

Un intruso bajo el microscopio

El Webb observó el objeto el pasado 5 de agosto, y sus datos, publicados en el repositorio Zenodo a la espera de revisión por pares, muestran que la coma del cometa está dominada por dióxido de carbono (CO₂) en lugar de agua (H₂O). Esta relación es la más alta jamás registrada en un cometa, un hallazgo que intriga a los astrofísicos porque podría revelar un entorno de formación radicalmente distinto al de los cometas del Sistema Solar.

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CO₂ contra H₂O

Los investigadores plantean dos hipótesis:

Que 3I/ATLAS se haya formado en una región de intensa radiación, donde los hielos de agua se sublimaron dejando un núcleo enriquecido en CO₂.

O que naciera en el borde de la “línea de hielo” del dióxido de carbono, dentro de un disco protoplanetario muy frío, donde este gas pudo congelarse en grandes cantidades. En ambos casos, el cometa sería una cápsula del tiempo sobre las condiciones químicas de sistemas estelares que poco se parecen al nuestro.

Cápsulas de otros sistemas

El Hubble ya había reducido sus estimaciones de tamaño a 5,6 kilómetros de diámetro y apuntado a su probable origen en el centro galáctico, lo que le otorgaría una edad superior a 7.000 millones de años, es decir, anterior incluso a la formación del Sol.

Además, su velocidad lo convierte en récord: viaja a 210.000 km/h, más rápido que cualquier otro objeto interestelar observado. Según David Jewitt (UCLA), especialista en cuerpos menores, esa aceleración solo puede explicarse por los sucesivos “efectos tirachinas” gravitatorios sufridos durante un periplo milmillonario entre estrellas y nebulosas. “Es como ver una bala de fusil durante una milésima de segundo: imposible rastrear su punto de origen con precisión”, afirma el científico.

Un laboratorio cósmico fugaz

El interés científico es máximo porque 3I/ATLAS permanecerá al alcance de los telescopios solo hasta finales de septiembre. Luego desaparecerá tras el Sol hasta diciembre, cuando volverá a ser visible desde la Tierra. En ese breve margen, cada dato recogido por el Webb, el Hubble y los observatorios terrestres será crucial para desentrañar cómo se forman y evolucionan estos enigmáticos mensajeros interestelares.

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