Egipto ha dado un paso que llevaba más de dos décadas gestándose: la apertura del Gran Museo Egipcio, considerado ya el mayor complejo museístico dedicado a una sola civilización en el mundo. Situado a dos kilómetros de la meseta de Guiza y delimitado por una arquitectura contemporánea que dialoga visualmente con las pirámides, el nuevo espacio abarca cerca de 500.000 metros cuadrados. El proyecto, cuyo anuncio inicial se remonta a 2002, ha requerido una inversión estimada en más de mil millones de dólares, en parte financiada por préstamos internacionales como los gestionados con la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA).
El museo reúne más de 100.000 piezas, muchas de ellas nunca expuestas anteriormente y recuperadas de almacenes estatales, excavaciones recientes y laboratorios de restauración. Una parte significativa procede de campañas arqueológicas modernas que han vuelto a examinar los complejos funerarios de la dinastía XVIII y XIX con técnicas avanzadas de datación y análisis material.
Según datos publicados por el Ministerio de Antigüedades egipcio y estudios presentados en congresos de arqueología como los organizados por la American Research Center in Egypt, la conservación y restauración se ha apoyado en tecnologías de espectrometría y tomografía computarizada para identificar pigmentos, adhesivos y textiles originales.
Tutankamón y una nueva narrativa
El conjunto dedicado a Tutankamón —con más de 5.000 objetos asociados a su ajuar funerario— se muestra ahora con una narrativa museográfica que intenta contextualizar su reinado más allá del mito del "faraón niño". Las reinterpretaciones recientes, recogidas en investigaciones aparecidas en Journal of Egyptian Archaeology, proponen que su figura se sitúe dentro de los tensos procesos políticos posteriores al reinado de Akenatón y la restauración del culto oficial a Amón. El museo apuesta por una presentación que no enfatiza el hallazgo de Howard Carter como historia romántica de la arqueología, sino la complejidad religiosa, médica y social de su breve periodo en el poder.
El edificio también alberga laboratorios de conservación considerados entre los más modernos del mundo, con departamentos especializados en materiales orgánicos, metales, cerámica y textiles. Estos centros permitirán continuar la investigación científica in situ, una estrategia que sigue la tendencia de grandes instituciones como el Museo del Louvre o el British Museum, donde la exhibición se combina con investigación activa. Se espera que el acceso directo a piezas y archivos facilite nuevas publicaciones académicas y proyectos internacionales.
Motor económico y diplomático
Más allá del ámbito científico, el Gran Museo Egipcio se proyecta como un motor económico y diplomático para el país. El turismo vinculado al patrimonio arqueológico representa una proporción significativa del PIB egipcio, y las autoridades confían en que esta inauguración impulse la recuperación económica tras años de fluctuaciones políticas y pandemias. La proximidad con Guiza favorece una nueva planificación urbana que incluye hoteles, áreas comerciales y rutas de transporte reorganizadas para el visitante internacional.
Este museo no solo reestructura cómo se exhibe la historia faraónica, sino que también reformula la manera de contarla en el siglo XXI. Frente a relatos lineales basados en faraones y cronologías, se busca mostrar Egipto como una civilización diversa, conectada con África, el Mediterráneo y el Cercano Oriente, algo respaldado por estudios genéticos y análisis arqueológicos recientes publicados en Nature y Proceedings of the National Academy of Sciences que subrayan la complejidad demográfica del valle del Nilo.















