Han pasado casi veinticinco años desde que Dwayne Johnson, más conocido por su alter ego en el cuadrilátero, The Rock, decidiera dar un giro radical a su carrera y abandonar el ring para lanzarse a la gran pantalla. El salto no pudo ser más mediático: en 2001 interpretó al Rey Escorpión en El regreso de la momia, un papel breve pero magnético que funcionó como carta de presentación para una trayectoria que, entre éxitos arrolladores de taquilla y algún que otro fracaso como Black Adam, lo ha convertido en uno de los rostros más reconocibles del cine comercial contemporáneo.
Ahora, en 2025, Johnson alcanza una cima inesperada en el Festival de Venecia, donde ha recibido uno de los aplausos más largos que se recuerdan: dieciséis minutos de ovación tras la proyección de The Smashing Machine. La película, dirigida por Ben Safdie y producida por A24, supone no solo un triunfo cinematográfico, sino también un golpe personal de enorme importancia para Johnson, que por primera vez se atreve a exponerse sin la armadura de héroe de acción.
Dwayne Johnson (53) se sincera: “Hollywood me tiene enjaulado, es duro demostrar de qué soy capaz cuando me encasillan”
En la rueda de prensa posterior, el actor reconocía ante los medios que el peso de la taquilla había condicionado sus decisiones durante dos décadas, alejándolo de proyectos más arriesgados o íntimos. “La taquilla es muy ruidosa, puede arrinconarte y convertirte en algo que los demás esperan que seas. Yo tenía miedo de ir a lo crudo, a lo intenso. Hasta ahora”, indica Johnson en una entrevista para BBC.
Ese miedo, confesaba, estaba ligado a un síndrome del impostor difícil de reconciliar con su imagen pública: el hombre de acero, invencible, que en privado dudaba de sus capacidades dramáticas. Y, sin embargo, ese mismo vértigo es lo que lo llevó a aceptar un papel que ya se menciona como candidato serio a los próximos Oscar. Johnson no reniega de su pasado en el blockbuster. "Sí, me divertí, hice películas que funcionaron y otras que no tanto”, confiesa. Pero admite que siempre sintió una voz interior empujándole a más.
Lo cierto es que esa tensión entre ambición artística y compromiso con la maquinaria de Hollywood ya se había hecho evidente unos años antes. En pleno vacío creativo de Warner Bros. y DC, y antes de que James Gunn tomara las riendas del universo cinematográfico, Johnson intentó erigirse en salvador de la saga. Con Black Adam como punta de lanza, buscó posicionarse como el eje central de un nuevo DCEU, maniobrando incluso para recuperar a Henry Cavill como Superman y prometiendo un enfrentamiento entre ambos que nunca llegó a materializarse.
Aquella jugada, percibida por muchos como un intento de tomar el control creativo, terminó chocando con la dura realidad de una taquilla insuficiente y un estudio decidido a resetearlo todo bajo un nuevo liderazgo. Fue un recordatorio brutal de que ni siquiera una de las mayores estrellas de Hollywood puede doblegar por sí sola a una maquinaria tan vasta como la de los superhéroes modernos.
Hoy, alejado de ese ruido y de la presión constante por sostener franquicias multimillonarias, Johnson parece haber encontrado el espacio para redefinir su identidad como intérprete. The Smashing Machine no solo le ha devuelto el control de su narrativa, sino que lo ha situado en un territorio que parecía reservado a otros: el del actor dispuesto a desnudarse en pantalla, mostrar sus heridas y demostrar que, incluso después de años jugando sobre seguro, siempre hay margen para sorprender. El 3 de octubre llegará a los cines españoles.
