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Del agotamiento al deseo: así es cómo el romantasy es el atajo más inesperado para reactivar la intimidad en pareja

Esos libros ofrecen justo lo que falta en muchas vidas adultas: tiempo mental, permiso para fantasear, juego, y la sensación de volver a ser vista y deseada más allá de las listas de tareas.
Del agotamiento al deseo: así es cómo el romantasy es el atajo más inesperado para reactivar la intimidad en pareja
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Actualizado: 13:30 29/11/2025
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En muchas casas, el sexo se ha convertido en algo que se agenda entre reuniones, extraescolares y turnos partidos. Más que una chispa espontánea, parece una tarea pendiente que se arrastra de semana en semana. Cansancio, estrés, móviles en la mesilla y una vida que no deja huecos han dejado a muchas parejas con ganas bajas… o, peor, con la sensación de que el deseo “ya fue”. En medio de esa recesión íntima, la sorpresa ha venido por un sitio que pocos veían venir: la estantería del salón.

Cada vez más mujeres explican que su vida sexual estaba casi apagada hasta que empezaron a leer romantasy, ese cruce entre romance y fantasía que arrasa en listas de ventas y en BookTok. En The New York Times, una lectora contaba que ella y su marido pasaron de tener sexo “dos veces al mes” a “dos veces al día” después de engancharse a estas novelas, no porque los libros fueran mágicos, sino porque devolvieron una mezcla de curiosidad, excitación y juego que llevaban años sin sentir. En Women’s Health, otra mujer describía cómo, tras un periodo largo de problemas médicos y estrés, su libido desapareció… hasta que las historias que leía empezaron a despertar una conexión distinta con su cuerpo y con su pareja.

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Romantasy como chispa inesperada

La fórmula no parece tan misteriosa cuando se mira de cerca: mundos fantásticos, tensión sexual que se va acumulando, protagonistas femeninas con voz propia y escenas explícitas donde el placer de ellas es central, no un añadido. Sexólogos y terapeutas empiezan a describir estas lecturas como un “gimnasio de la imaginación”: entrenan el deseo reactivo, ese que no surge de la nada, sino en respuesta a estímulos adecuados. Primero se activa la cabeza —fantasía, emoción, anticipación— y después llega el cuerpo. Para muchas mujeres, es la primera vez que se acercan a su sexualidad desde la curiosidad y no desde el “toca hacerlo”.

El éxito del romantasy también habla de algo más profundo: la necesidad de un espacio mental seguro donde fantasear sin presión ni juicio. Según analizaba TIME, estas novelas permiten probar deseos, dinámicas de poder o formas de intimidad sin tener que verbalizarlas aún, y sin miedo a “hacerlo mal”. En artículos de medios como Betches, terapeutas de pareja explican que, en relaciones largas, el problema no suele ser que ya no haya atracción, sino que se ha apagado la imaginación. Los libros funcionan entonces como calentamiento psicológico: vuelven a poner el tema sobre la mesa, dan vocabulario para hablar de lo que excita y ayudan a salir del piloto automático.

Deseo en tiempos de cansancio crónico

Todo esto encaja con un contexto general poco amable con el deseo. Estudios recientes señalan una caída global en la frecuencia sexual, especialmente entre jóvenes, no tanto por falta de ganas como por falta de tiempo y energía: jornadas infinitas, cargas mentales desiguales, redes sociales absorbiendo atención y muy poca intimidad sin pantallas. Muchas parejas han empezado a planificar el sexo —mensajes picantes durante el día, citas protegidas de interrupciones, pactar momentos sin móviles— y lejos de matar la pasión, esa anticipación parece protegerla. Las novelas románticas encajan ahí como un disparador más: generan expectativa, construyen tensión y ayudan a recrear esa sensación de “principio de historia” que se pierde con los años.

El fenómeno, aun así, no está exento de matices. Terapeutas citados en medios como el NYT o ABC Australia advierten de el riesgo de confundir fantasía y realidad: esperar encuentros siempre perfectos, orgasmos simultáneos, parejas que adivinan deseos sin hablar o escenas de alto voltaje que quizá no encajan con la relación real. Si las novelas se convierten en vara de medir, pueden generar frustración o presión añadida. La clave, insisten, es usarlas como inspiración, no como checklist: algo que se comparte, se comenta y se adapta, no un guion que haya que copiar.

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