Cosmo Edmund Duff-Gordon, barón escocés de familia aristocrática, quedó para siempre en la historia como "El Cobarde del Titanic". Aunque su trayectoria previa incluía méritos deportivos —ganó una medalla de plata en esgrima en los Juegos Olímpicos intercalados de Atenas 1906—, su nombre terminó asociado al hundimiento más famoso del siglo XX.
La noche del 14 al 15 de abril de 1912, mientras el Titanic se hundía en las heladas aguas del Atlántico, Duff Gordon abordó uno de los botes salvavidas junto a su esposa, Lucile, y su secretaria, Laura Francatelli, en circunstancias que desataron una duradera polémica.
Intentaron pasar desapercibidos
El matrimonio, conocido por su deseo de discreción debido al pasado controvertido de Lucile como mujer divorciada y diseñadora para la alta sociedad, había embarcado bajo el nombre falso de "Sr. y Sra. Morgan". Cuando el desastre ocurrió, los Duff-Gordon accedieron al bote número 1, uno de los más pequeños y destinados originalmente a la tripulación. A pesar de su capacidad para 40 personas, solo subieron 12, entre ellos dos mujeres, varios fogoneros y un par de pasajeros de primera clase. Según testimonios recogidos en la investigación posterior, no se respetó la directriz de "las mujeres y los niños primero", algo que marcó la condena moral contra Duff Gordon.
Una vez alejados del Titanic, los ocupantes del bote número 1 escucharon los desgarradores gritos de los náufragos en el agua. Aunque un tripulante propuso regresar para intentar rescatar a más supervivientes, la propuesta fue rechazada tras una votación dividida. En este contexto, Duff-Gordon ofreció cinco libras a los marineros del bote, un gesto que posteriormente explicó como una compensación por las pertenencias que los tripulantes habían perdido en el naufragio. Sin embargo, en el imaginario colectivo, este pago fue interpretado como un soborno para asegurar su propia salvación a expensas de otras vidas.

Tras ser rescatados por el RMS Carpathia, la actitud de Duff-Gordon y su esposa fue objeto de una investigación formal dirigida por Scotland Yard. Aunque no se encontraron pruebas suficientes para imputarles delito alguno, y se determinó que el pago no constituyó soborno, la opinión pública fue implacable. Los periódicos de la época los tildaron de egoístas y cobardes, y al bote número 1 se le apodó “El Barco del Dinero”, símbolo de la indiferencia de las clases altas ante la tragedia humana que se desarrollaba en el océano.
Aunque legalmente exonerado, su reputación nunca se recuperó. La tragedia del Titanic, como han subrayado historiadores como Gareth Russell en The Ship of Dreams, no solo puso a prueba la tecnología y la navegación de su tiempo, sino también la fibra moral de sus pasajeros. En ese juicio invisible, el veredicto para Duff Gordon fue claro y contundente: culpable ante la mirada del mundo.