El Reino Unido ha puesto negro sobre blanco algo que muchos responsables militares llevaban meses insinuando: el riesgo de un choque directo con Rusia ya no es teórico. El jefe de las Fuerzas Armadas británicas, el mariscal Richard Knighton, calculó en torno a un 5% la posibilidad de que Moscú llegue a atacar militarmente al país, una probabilidad baja pero real que, a su juicio, podría elevarse en los próximos años.
Por eso, en un mensaje dirigido a los “hijos e hijas” del Reino Unido, pidió a la población que esté preparada para “construir, servir y, si es necesario, luchar”, adelantando que más familias “van a aprender qué significa sacrificarse por la nación”.
Knighton lanzó esta advertencia en la Conferencia Anual de Defensa del RUSI, el influyente think tank londinense donde el máximo responsable militar del país marca cada año la línea estratégica. Allí dejó claro que ya no basta con confiar en unas Fuerzas Armadas profesionales: en el escenario actual, la defensa no puede plantearse como una operación lejana, tipo Irak o Afganistán, sino como un esfuerzo potencialmente nacional si la escalada con Rusia continúa. El mariscal definió la coyuntura de seguridad como “la más peligrosa” que ha vivido en 37 años de carrera, por encima incluso de los últimos compases de la Guerra Fría, los atentados del 11-S o las guerras de la antigua Yugoslavia.
La guerra también se libra fuera del frente
Su discurso llegaba horas después de otro mensaje igual de contundente de la nueva directora del MI6, Blaise Metreweli, que describió una “primera línea de combate” extendida a todas partes: desde las redes sociales a la financiación de partidos políticos. Como ejemplo inmediato, el caso de Nathan Gill, exdirigente de Reform UK en Gales, condenado a 10 años de cárcel por haber cobrado “decenas de miles” de libras procedentes de Rusia a cambio de declaraciones favorables a Moscú en medios y en el Parlamento Europeo. La ofensiva rusa, insisten los servicios de inteligencia, no se limita al frente ucraniano: pasa también por desinformar, comprar altavoces políticos y erosionar la cohesión interna de las democracias europeas.
El Gobierno de Keir Starmer intenta blindar el sistema político ante esa injerencia. El primer ministro ha anunciado una revisión de las normas sobre donaciones a partidos, con la intención de prohibir las aportaciones en criptomonedas, difíciles de rastrear y usadas con frecuencia por redes criminales y estados hostiles. La medida apunta de manera indirecta al propio Reform UK: su líder, Nigel Farage, ha defendido públicamente que las criptos son una de las principales vías de financiación de su formación, lo que añade otra capa de polémica al vínculo entre dinero opaco y discurso político.
Ucrania, OTAN y el calendario del miedo
Ni siquiera un alto el fuego estable en Ucrania, advirtió Knighton, bastaría para devolver la situación a la “normalidad”. Rusia cuenta con unas Fuerzas Armadas numerosas, cada vez más sofisticadas tecnológicamente y con experiencia de combate acumulada en la invasión. A esa incertidumbre se suma el giro de Estados Unidos bajo Donald Trump, que cortó el envío directo de armamento a Kiev y ha empujado a la OTAN a comprar por su cuenta material militar estadounidense por unos 5.000 millones de dólares para transferirlo a Ucrania. En paralelo, altos mandos aliados como el jefe del Estado Mayor francés, Fabien Mandon, o el comandante militar de la OTAN, Giuseppe Cavo Dragone, han puesto plazos concretos sobre la mesa: hablan de la posibilidad de una guerra en Europa en tres o cuatro años y no descartan, llegado el extremo, ataques directos contra bases rusas desde las que despegan drones hacia territorio europeo.
El telón de fondo es una reconfiguración más amplia del tablero estratégico. El Pentágono estudia fusionar sus mandos europeo, africano y central en una única gran estructura, lo que rebajaría el peso específico de Europa en la agenda militar de Washington justo cuando Rusia gana influencia en países como Mali, Burkina Faso o Níger, clave por sus reservas de uranio. Para el Reino Unido y sus socios europeos, el llamamiento de Knighton no es solo un aviso sobre Moscú, sino también un recordatorio de que el viejo paraguas estadounidense puede no ser eterno: si el riesgo de choque con Rusia aumenta, la preparación y la resiliencia dejarán de ser conceptos abstractos para convertirse en una tarea que afecte, de un modo u otro, a toda la sociedad.















