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Ni EE.UU. ni Reino Unido: el primer dólar nació en un pequeño pueblo de Europa que también fue clave para la guerra nuclear

En esta ciudad de una sola calle y memoria fragmentada, el hilo que une el primer tálero, el dólar y la carrera nuclear sigue siendo, paradójicamente, uno de los secretos peor contados de Europa.
Ni EE.UU. ni Reino Unido: el primer dólar nació en un pequeño pueblo de Europa que también fue clave para la guerra nuclear
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Actualizado: 8:15 30/11/2025
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Un billete de un dólar no sirve para pagar un café en Jáchymov, pero sin este pequeño pueblo checo el dólar quizá no existiría tal y como lo conocemos. Enclavado en las montañas de Krušné hory, cerca de la frontera con Alemania y hoy parte de un conjunto Patrimonio Mundial de la UNESCO por su pasado minero, este valle aparentemente discreto fue en el siglo XVI uno de los epicentros económicos de Europa… y, siglos después, una pieza silenciosa en el arranque de la era nuclear.

La historia arranca en 1516, cuando el conde Hieronymus Schlick descubre enormes vetas de plata y decide bautizar la zona como Joachimsthal, el “Valle de Joaquín”. En una Europa fragmentada en ciudades-Estado y principados, acuñar moneda propia era una forma de poder tanto política como económica. Schlick obtiene permiso en 1520 para emitir sus piezas: en el anverso, san Joaquín; en el reverso, el león de Bohemia. Nacen los joachimsthalers, pronto abreviados como táleros, monedas de plata de peso y diámetro estandarizados que se expanden con rapidez por el Sacro Imperio y más allá, hasta convertirse en referencia internacional de valor metálico.

Del tálero al nacimiento del dólar

El boom es fulgurante. En apenas una década, la aldea de poco más de mil habitantes se transforma en una ciudad minera de 18.000 personas, con un millar de explotaciones en activo y millones de táleros circulando por Europa. A mediados del siglo XVI, se calcula que unos 12 millones de monedas acuñadas en estas montañas estaban ya en manos de comerciantes y estados de medio continente. La influencia fue tal que, en 1566, el Sacro Imperio Romano Germánico adoptó el tálero como modelo para fijar tamaño y contenido de plata de las monedas “oficiales” del imperio, los Reichsthaler, lo que consagró a Joachimsthal como referencia monetaria.

A partir de ahí, la palabra viaja y se deforma. En los países nórdicos se convierte en daler, en Islandia en dalur, en Italia en tallero; el “dólar león” holandés cruza el Atlántico con los colonos rumbo a Nueva Ámsterdam y se mezcla con reales de a ocho españoles y otras piezas de plata similares. En las Trece Colonias británicas, los colonos angloparlantes empiezan a llamar “dollars” a todas esas monedas equivalentes. Cuando Estados Unidos aprueba en 1792 su sistema monetario, el término queda fijado para siempre: el dólar nace como heredero directo de aquel tálero forjado en un valle de Bohemia.

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De la fiebre de la plata al uranio

Cuando la plata se agota, la historia de Jáchymov da un giro mucho más oscuro. Los mineros comienzan a encontrar un mineral negro, la pechblenda, asociado a enfermedades pulmonares letales. A finales del siglo XIX, Marie Curie identificará en esos minerales dos elementos radiactivos —radio y polonio— que le valdrán el Nobel y, con el tiempo, le costarán la salud. Ese mismo uranio, extraído durante décadas, convertirá la región en una pieza clave para la investigación nuclear: los nazis llegan a experimentar con un reactor, y J. Robert Oppenheimer centra su tesis doctoral en los yacimientos de Joachimsthal, justo antes de dirigir el proyecto que culminará en la bomba atómica.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el pueblo —ya rebautizado como Jáchymov, de nuevo bajo control checoslovaco— pasa de la fiebre de la plata al infierno político. El régimen comunista firma un acuerdo secreto con Stalin y convierte la zona en un campo de trabajo al servicio del arsenal soviético. Entre 1949 y 1964, alrededor de 50.000 presos políticos extraen, trituran y cargan uranio en condiciones extremas para alimentar el programa nuclear de la URSS. En paralelo, las antiguas casas señoriales se deterioran, la población germanoparlante es expulsada y el valle queda marcado por escombreras tóxicas y torres de vigilancia.

Hoy, Jáchymov intenta recomponer esa doble herencia: la del dinero y la de la radiación. Las montañas que rodean el valle empiezan a cubrir con pinos los antiguos vertederos mineros y muchas casas del siglo XIX, levantadas sobre residuos de uranio, han sido tapiadas o están en proceso de restauración. La última mina operativa, Svornost, ya no entrega plata ni uranio: bombea agua rica en radón hacia balnearios que prometen “terapias” a turistas en busca de tratamientos alternativos, mientras el Museo de la Casa Real de la Moneda guarda, casi de forma clandestina, una pequeña moneda de George Washington como guiño a un pasado global que apenas se anuncia con carteles.

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