Galicia vuelve a situarse en el centro de la crisis ecológica provocada por Vespa velutina, la avispa asiática que llegó a Europa hace poco más de dos décadas y que hoy es una de las especies invasoras más problemáticas de la península. Los tres fallecimientos registrados en las últimas dos semanas, todos vinculados a ataques de enjambres, han reactivado el temor social y han evidenciado que el control de la especie está lejos de consolidarse.
La Xunta acumula más de 114.000 nidos retirados desde 2020, una cifra que ilustra tanto la magnitud del despliegue institucional como la capacidad de la velutina para recolonizar el territorio año tras año. La expansión de este avispón no puede entenderse sin el papel del clima. Originaria de zonas húmedas del sudeste asiático, Vespa velutina nigrithorax encontró en el norte de España condiciones prácticamente ideales: inviernos cada vez más suaves, abundancia floral y bosques húmedos que facilitan la nidificación.
“Cuando se alarga la estación de temperaturas templadas, las colonias viven más y producen más reinas”, explica el entomólogo Diego Gil Tapetado a 20 minutos. El ciclo, que tradicionalmente se interrumpía con el frío de diciembre, ahora puede extenderse varias semanas, lo que incrementa tanto el riesgo de encuentros con humanos como la densidad de nidos activos en otoño.
Clima benigno, ciclo más largo
Su impacto ecológico es igualmente preocupante. La avispa asiática es una depredadora eficiente de abejas melíferas —puede capturar hasta 50 al día— afectando directamente a la apicultura y, por extensión, a la polinización de cultivos y flora silvestre. A diferencia del avispón europeo (Vespa crabro), que cumple un papel en el equilibrio de ecosistemas, la velutina actúa como un superpredador oportunista con escasos frenos naturales. Esto contribuye a un efecto en cascada: menos abejas implica menor polinización y una pérdida de biodiversidad que va mucho más allá de las colmenas.
El comportamiento defensivo de la especie explica la gravedad de algunos ataques. Las velutinas no suelen picar de manera aislada, sino en defensa coordinada del nido, liberando feromonas de alarma que desencadenan agresiones colectivas. Su veneno contiene péptidos y aminas bioactivas que provocan dolor intenso e inflamaciones rápidas; en personas alérgicas o tras múltiples picaduras, el riesgo de shock anafiláctico es elevado. Los expertos insisten en que la clave no es el individuo, sino la cercanía a un nido activo: la mayor parte de los fallecimientos recientes se produjeron durante actividades rurales como desbroces o caza.
Impacto ecológico y riesgo humano
Las administraciones han reforzado los protocolos de respuesta, pero los especialistas subrayan que el éxito depende de la detección temprana. El trampeo indiscriminado, habitual entre particulares, no solo resulta ineficaz, sino que puede dañar a polinizadores beneficiosos. Los equipos especializados, capaces de localizar nidos primarios antes de que evolucionen a estructuras de más de un metro en las copas de los árboles, continúan siendo la herramienta más efectiva. Sin embargo, el aumento del número de colonias complica la tarea: cada reina que sobrevive al invierno puede fundar un nuevo nido.
El cambio climático actúa como catalizador silencioso, favoreciendo a las especies oportunistas y desplazando el equilibrio ecológico hacia escenarios imprevisibles. “El frío era nuestra frontera natural”, resume Gil Tapetado. Con esa frontera debilitada, la velutina coloniza nuevas áreas y extiende sus periodos de actividad. En este contexto, la prevención ciudadana sigue siendo crucial: evitar movimientos bruscos ante ejemplares aislados, no manipular nidos y alertar de inmediato al 112 en caso de avistamiento. La lucha contra Vespa velutina no es solo un asunto de biodiversidad; es una cuestión de salud pública y adaptación al clima que viene.















