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De Berlín a Vigo, así nació la leyenda de que Hitler no murió y escapó a Galicia: 'El ejército de EE.UU. no localizó su cuerpo'

Hitler murió en el búnker de la Cancillería el 30 de abril de 1945... o no.
De Berlín a Vigo, así nació la leyenda de que Hitler no murió y escapó a Galicia: 'El ejército de EE.UU. no localizó su cuerpo'
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Actualizado: 14:23 3/11/2025
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La muerte de Adolf Hitler en abril de 1945 se ha estudiado con exhaustividad durante décadas; sin embargo, pocas historias han generado un caudal tan persistente de teorías alternativas. La versión aceptada por la historiografía sitúa al líder nazi en su búnker de Berlín consumiendo cianuro y disparándose en la sien cuando la caída del Tercer Reich era ya inevitable. Esta narrativa se apoya en documentos médicos, testigos presenciales y análisis forenses recientes.

Aun así, desde el mismo fin de la guerra surgieron relatos que lo imaginaban con una nueva identidad en los Alpes suizos, criando ganado en Irlanda o viviendo en la costa argentina. El magnetismo del enigma radica menos en los hechos que en el impulso colectivo de resistirse a un final ordinario para una figura que marcó el siglo XX.

Uno de los análisis más sólidos se publicó en 2018 en la revista European Journal of Internal Medicine, cuando un equipo dirigido por el forense Philippe Charlier obtuvo acceso a los fragmentos de mandíbula y cráneo conservados por el servicio secreto ruso. Su estudio identificó las piezas dentales mediante radiografías históricas y confirmó trazas químicas compatibles con el cianuro, junto a un impacto balístico en el cráneo. Para Charlier, el caso queda cerrado: Hitler murió en 1945, tal y como han sostenido los principales historiadores. “No hay base para sostener ninguna fuga”, insistió el investigador en declaraciones posteriores. Esa contundencia, sin embargo, no ha frenado la maquinaria conspirativa.

Redes de fuga nazis, las conocidas ratlines, facilitaron la huida de jerarcas del Tercer Reich.

El caldo de cultivo para las dudas se originó casi de inmediato. El 1 de mayo de 1945, la radio alemana difundió que Hitler había “caído como un héroe en combate”, una versión propagandística que chocaba frontalmente con la realidad del suicidio en el búnker. Ese doble relato abrió espacio para la especulación. A ello se sumó la decisión soviética de ocultar e incluso manipular información sobre los restos, lo que alimentó desconfianzas. Historiadores como Luke Daly-Groves y Anthony Beevor han señalado que la narrativa de Stalin jugó un papel clave en estas sospechas: insinuar que Hitler podía haber escapado servía para erosionar políticamente a las potencias occidentales, vinculándolas simbólicamente con el nazismo.

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En ese contexto aparece la teoría “gallega”. Según esta versión, tras simular su suicidio Hitler habría abandonado Berlín, volado a Barcelona y, desde allí, cruzado a Vigo, donde habría embarcado en un submarino rumbo a Argentina. Otras variantes hablan de una llegada a Lugo o incluso de refugio en el monasterio de Samos. Lo notable es que esta hipótesis no se limitó a círculos marginales: History Channel llegó a dedicarle un documental basándose en documentos desclasificados del FBI en los que se reconocía que, durante los primeros meses de la posguerra, no existía una confirmación pública y definitiva de la muerte del Führer.

Ratlines reales, conclusiones distintas

La teoría encontró sus anclajes más “tangibles” en un hecho histórico real: la presencia de redes de fuga nazis, las conocidas ratlines, que facilitaron la huida de jerarcas del Tercer Reich hacia España, Italia o Sudamérica. Casos auténticos como los de Adolf Eichmann o Josef Mengele demuestran que hubo nazis que escaparon a América Latina, a menudo con la colaboración de mediadores e instituciones. Pero una cosa es documentar la fuga de oficiales y otra sostener que Hitler escapó. Los especialistas subrayan que no existe evidencia forense, logística ni documental que respalde la supuesta huida en submarino a Galicia.

En última instancia, la teoría gallega sobrevive porque reúne todos los ingredientes de la narrativa conspirativa perfecta: vacíos informativos, documentos ambiguos, escenarios cinematográficos y la fascinación por imaginar una huida imposible. La evidencia empírica, en cambio, es consistente: Hitler murió en el búnker de la Cancillería el 30 de abril de 1945. Lo demás, como diría Beevor, pertenece ya al ámbito de la mitología política, no de la historia.

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