Japón, ese país de contrastes, de cosas extrañas, raras y personajes, llamémosles originales, que pueblan sus calles y plazas. En múltiples entregas hemos hablado a grandes rasgos de muchas cosas que son categórica o particularmente diferentes a lo que estamos acostumbrados, sin embargo justo en esta semana me he encontrado (o he percibido más) otras tantas situaciones curiosas. Unas se parecen a los recuerdos de la sociedad española en particular, otras son comportamientos bastante típicos de aquí.
Para empezar podríamos hablar de que la amabilidad puede ser algo extraño en Tokio. En Madrid y Barcelona cada vez lo es más, y creo que este factor es directamente proporcional a la cantidad de habitantes aglomerados. Es decir, cuanto mayor es la ciudad, mayor es el individualismo. Por supuesto, los japoneses son extremadamente respetuosos, muy corteses y atentos en sus trabajos o cuando solicitas ayuda, sin embargo también pueden comportarse de una manera extremadamente desconfiada cuando alguien hace algo simplemente por amabilidad. Visualicemos las situaciones para aclararnos. Salgo de la estación de Osaki y me dirijo a una salida que sólo desemboca en un ascensor y unas escaleras que llevan al mismo sitio. Al darme la vuelta para presionar el botón de bajada veo a una mujer que se acercaba al mismo, pero cuando ve que pulso el botón de apertura de puertas para que le dé tiempo suficiente a llegar, cambia su expresión, realiza un leve asentimiento con la cabeza y se va por las escaleras. Es como si mi amabilidad le confundiese. "¿Por qué esta persona es tan atenta? Seguro que trama algo raro", seguramente serían sus pensamientos.
No es el único caso, en otra ocasión un chico iba arrastrando los auriculares por el suelo, el cable salía de su bolsillo e iba barriendo el suelo de Shibuya así que decidí darle un extremadamente suave toque en el hombro para avisarle (ya sabemos el contacto físico). Tras decirle que llevaba los auriculares arrastrando, apenas fue capaz de mirarme a los ojos, me hizo un gesto que más parecía un "déjame en paz" y se marchó.
Estas cosas pasan también en Tokio. Los japoneses son extremadamente amables en muchas ocasiones pero en otras parece que la sociedad les tiene tan alienados que su individualismo les lleva a una vida en lo que son casi incapaces de responder a lo extraordinario. Por supuesto, hay de todo, pero esta actitud se nota particularmente en la capital nipona.
Sin embargo, también me agrada, aunque sería más correcto decir me desagrada, que ciertas actitudes parecen igual en todo el mundo. En España se suele decir que el funcionario es el animal más rápido del planeta, ya que sale de trabajar a las 15:00 pero a las 14:30 ya está comiendo en casa. Pues bien, parece que esta mala fama también tiene su referencia en Tokio.
Hace unos días me pase por Hello Work, una especie de oficina para buscar empleo que es una institución pública. Como tal, los trabajadores son funcionarios. Bien, en esta oficina tienen unos ordenadores específicos para buscar empleo. Todo genial, pantallas táctiles, búsqueda por varios campos, por palabras, etc... Ahora bien, sólo permiten imprimir 10 ofertas al día. Con esas ofertas te acercas a una mesa donde un funcionario lo comenta contigo, te ayuda y llama directamente a la empresa para presentarte y preguntar si están interesados. Hasta aquí, perfecto. Sin embargo el problema fue cuando la mujer que me atendió percibió que había impreso diez ofertas, el máximo. Tras ojearlas un rato y ver cómo la pereza asomaba a su rostro (de verdad se podía incluso hacer un retrato de la pereza) cogió la mitad de las ofertas y me dijo: "Estas ofertas solicitan a personas cuya licenciatura haya sido conseguida en los últimos 3 años, pero usted se licenció hace cuatro, así que imposible..." y directamente las tiró a la basura. Me entraron ganas de decirle: "Bueno, podemos intentarlo ¿no?, llame a la empresa a ver que le dicen" o bien "bueno, pero me he tirado 1 hora buscándolas, vamos a ver qué pasa", pero me resigné al ver que sería una batalla perdida. En fin, en otros sitios como los distintos Ayuntamientos de Distritos no había tenido queja alguna, pero hablando con amigos me comentaron que pasa a menudo. Así pues, el carácter del funcionariado parece universal.
Nota final: Escribo esto con todo mi respeto a los funcionarios públicos en oficinas que de verdad trabajan, si sois o conocéis a alguno de ellos, seguramente también entenderéis que muchos otros no lo hacen y que la mala fama no se crea sola. Por todo ello abogo por la defensa de la raza de los funcionarios oficinistas que trabajan, ésos en vías de extinción.