Cuando nos asomamos al interesante espacio de los videojuegos independientes es habitual buscar lo que contrasta con las superproducciones y los títulos editados por las editoras de siempre. La originalidad, las propuestas inéditas, las cosas extrañas. Pero a veces basta con un juego divertido, bien medido y agradable a los mandos y a la vista. Que se lo digan a The Gentlebros. El estudio de Singapur ha convencido a más de 2,5 millones de jugadores (a fecha de 2022) con Cat Quest, una serie de aventuras de acción con elementos de rol a lo Zelda clásico que llaman la atención por su ambientación: esas andanzas y peripecias están protagonizadas por un gato en un mundo cuqui repleto de animales antropomórficos.
El 8 de agosto, cinco años después de una segunda parte que convenció todavía más que su primera entrega gracias a la introducción de un modo cooperativo local que vuelve a estar presente aquí, saldrá Cat Quest III, una aventura que se puede disfrutar sin fricciones argumentales ni jugables para quien no haya jugado los anteriores. Un título que, en el par de horas que hemos jugado a una versión de prensa limitada, nos ha sorprendido por su diversión inmediata, por el ritmo al que se sucedían las aventuras y los descubrimientos, por lo precioso de su mundo y el misterio que lo rodea, y sobre todo, porque tiene más chicha de lo que puede parecer en un primer vistazo.
Un tesoro pirrata que encontrar
Esta vez nos embarcamos en una aventura pirata (o pirrata: los enemigos principales y el corsario malísimo son roedores). Somos un gato o una gata descendiente de los Buscadores, una antigua estirpe de bucaneros que navegaban los mares en busca de un tesoro legendario que solo ellos podían encontrar. Ese será nuestro objetivo, algo que se nos explica con una breve escena cinematográfica animada que rememora al comienzo de One Piece. Pronto queda claro que la narrativa explícita queda en un segundo plano: no nos van a alejar de la acción con secuencias, largos diálogos ni documentos. Esa meta es una guía que se puede seguir o no, una excusa, para explorar este mundo de islas, pueblos y mazmorras, para combatir en el mar, en tierras y cavernas, para completar misiones secundarias y resolver acertijos, y para hacernos cada vez más poderosos.
Muy pronto se presenta ante nosotros un mundo abierto, un supramundo extremadamente bonito en el que nos movemos en barco (podemos llamarlo inmediatamente desde los muelles de cualquier isla) por el mar y los ríos, a pata en tierra firme, y a nado con la ayuda de un flotador.
Quitando los archipiélagos amurallados que requieren dar rodeos para encontrar la entrada y los enemigos poderosos que sirven como muro artificial, tenemos libertad absoluta para echar anclas en cualquier lugar. Incluso en esta versión que hemos jugado, con unos límites muy marcados para que no veamos más de la cuenta, el mundo de Cat Quest III nos ha sorprendido una y otra vez por su densidad de actividades.
Durante nuestro breve viaje no paramos de encontrarnos con mazmorras, algunas más pequeñas y otras más grandes, todas simples en cualquier caso. Las hay que se desarrollan en lateral y en vertical, como si de repente esto fuera Zelda II, y otras en las que sí te puedes mover por sus lineales caminos hacia el primer plano y hacia el fondo. En ellas encontramos combates contra pirratas y otros animales antropomórficos, pero también salas secretas que se atisban prestando una mínima atención a los fondos, y por supuesto, tesoros: dinero y gemas, vestimentas, armas y hasta magias. Rara vez pasamos en una mazmorra más de cinco minutos.
Pero navegando también dimos con rompecabezas sencillos. Por ejemplo, un islote con cuatro grandes rocas azules, rodeadas de un número distinto de piedrecitas que indicaban el orden en el que golpearlas para que apareciera un cofre. Y también con muchos personajes que, con una historieta brevísima de un par de líneas, nos embarcan en una misión: explorar otro lugar, derrotar a un enemigo, resolver una disputa por la herencia familiar o pescar (empujándolos con el barco hasta la red) a una serie de peces legendarios que un anciano pescador quiere atrapar porque ese era el sueño de su hijo, quien ya no está.
Un mundo con más chicha de lo que parece
Es un mundo donde constantemente, en minutos, pasamos de una actividad a otra con fluidez, sin fricciones. Un entorno en el que por todos lados hay postes que indican el camino hacia el gran tesoro que nos pide encontrar la misión principal, pero que quiere que te pierdas y te hagas preguntas. Hay detalles en el escenario, frases de algunos personajes y cositas aquí y allá que dejan entrever numerosos misteriosos que ni siquiera hemos llegado a arañar.
Y todo ello lo presenta de manera accesible, pero divertida, para todo tipo de públicos: para los niños que jamás han tocado un mando, para la pareja que no domina una cámara 3D, para el jugador avezado que no tiene la cabeza para algo complejo. Y a pesar de eso, sí que hay cierta profundidad. Es cierto que los combates en barco, que están ahí para animar los trayectos, son muy sencillos, al menos de momento: todo se reduce a acelerar para esquivar los cañonazos enemigos y disparar sin ton ni son los tuyos y el ataque especial de un navío que se puede personalizar.
Más chicha tiene el combate a los mandos del minino. Tampoco hay muchas acciones: atacar con el arma cuerpo a cuerpo, el arma a distancia, la magia, esquivar y saltar. En un primer momento, sobre todo por la facilidad de los enfrentamientos, parece que vas a poder completar el juego machacando botones. En esas estábamos cuando llegamos a una mazmorra opcional, controlada por los pirratas de hielo, que nos obligaban a esquivar y atacar en el momento justo para evitar las estalagmitas de hielo que generaban. El jefe final, además, lanzaba piedras congelantes que debíamos saltar con ritmo preciso.
Todo esto nos obligó a volver al pequeño pueblo que visitamos al principio de la partida, donde está la forja, la maga perruna y la posada. Teníamos que mejorar nuestras armas, equipamiento y magia. A pesar de haber completado todo lo que esta prueba nos tenía que ofrecer, no teníamos los recursos necesarios para subir todo de nivel, así que hubo que decidir: la magia de fuego y las cuchillas a lo Lobezno que habíamos conseguido un rato antes. Por los pelos, pero conseguimos dar matarile a la pirrata gélida, y con todo el equipo que obtuvimos de ella y a lo largo de su mazmorra, nos hicimos una build de ataques de hielo con la que derrotamos al jefe final de la demo, una de las decenas de bestias que la posadera nos pedirá cazar, en apenas unos segundos, cuando antes nos había costado lo suyo.
Cat Quest III es sencillo, pero intencionalmente sencillo, y hace de eso su principal virtud. Nunca estamos demasiado rato en una misma misión, nunca se alargan los viajes en rato ni pasamos mucho tiempo en una misma isla, nunca nos perdemos por una mazmorra, y ni mucho menos estamos en el inventario más de unos segundos. Todo fluye y no paramos de encontrarnos cosas nuevas. A esa agradecida y bien pensada ligereza contribuye, y mucho, el envoltorio del paquete: desde la localización repleta de juegos de palabras al colorido y precioso mundo, pasando por el adorable diseño de personajes y por una música que incita a lanzarse a la aventura.
La aventura gatuna continúa el 8 de agosto
No nos esperábamos que Cat Quest III nos dejara así, deseando explorar más allá de las limitadas fronteras de esta versión de prensa, queriendo conocer más personajes y los retos que nos propongan, ver hasta dónde son capaces de llegar con los combates con un esquema de control tan básico, comprobar lo compleja que se puede hacer la personalización del gato y del barco, encontrar y resolver más puzles por sus archipiélagos, obtener el gran tesoro que nos prometieron en aquella cinemática de inicio, y sobre todo, despejar los muchos misterios que parece que rodean a este mundo pirrata.
Hemos realizado estas impresiones gracias a un código para Steam de una versión preliminar ofrecido por Cosmocover. El PC utilizado tiene una Nvidia GeForce RTX 3070 8 GB, un AMD Ryzen 5600X y 32 GB de RAM.