El invierno se acercó y fue vencido. La música de los dragones, aquella que no se escuchó en la noche de Poniente en cientos de años, irrumpió con fuerza en nuestros oídos y se apagó de nuevo para siempre. Los otrora Siete Reinos, aquellos que nos acogieron en el peor de los momentos, sangraron hasta la extenuación, sufrieron hasta el más insoportable agotamiento y, pese a todo, se repusieron. Juego de tronos terminó tras más de ocho años de emisión, cientos de teorías, decenas de miles de análisis pormenorizados y millones de espectadores entregados cuales fieles vasallos a las órdenes de su señor. Muy pocos fenómenos pueden compararse a lo conseguido por HBO en su adaptación de Canción de hielo y fuego, la ambiciosa y compleja novela río surgida de la imaginación de George R.R. Martin.
Muchos se habrían echado atrás, optando por el camino más fácil. Otros tantos se habrían estrellado sin remedio al buscar una solución a su laberíntico infierno literario de casas, nobles, profecías, dragones y dinastías venidas a menos. Pero la encomiable labor de Dan Weiss y David Benioff, con sus evidentes fallos, errores y decisiones discutibles, ha sido más que notoria.
Se ofrecieron y se lanzaron a domar un relato fantástico que en otra época no habría sido considerado, y menos en un mundo en el que hasta la fecha, El Señor de los Anillos y Harry Potter eran los máximos exponentes audiovisuales y a los que había que postrarse. Con más de setenta horas de metraje, y con varios de los mejores momentos televisivos condensados en varios de sus más célebres episodios y capítulos, a día de hoy es imposible condensar el mayor agradecimiento imaginable en estas líneas.
Afrontando el final desde el punto de vista de Weiss y Benioff
La octava temporada de Juego de tronos ha sido testigo del más agrio de los divorcios. Muchos aficionados se han sentido desamparados conforme la serie llegaba a sus minutos finales, demostrando un descontento generalizado que ha llegado a cristalizarse en peticiones para que se rehagan y reescriban los capítulos, para que despidan a los guionistas y que se vuelvan a emitir corregidos y estructurados según las directrices colectivas de unos cuantos. A mi manera o carretera. Pese a que muchas de las críticas son lógicas y obedecen a unas razones que están en mayor o menor medida justificadas, el enfado pueril e irracional del grueso de los televidentes con respecto al destino de los personajes, así como a sus acciones o decisiones a estas alturas de la trama, parece casi un reflejo dos punto cero de lo visto en la novela de Stephen King, Misery. Era algo previsible cuando se vive algo con tanta pasión. Pasó con Los Soprano, pasó con Twin Peaks y pasó con Perdidos. En el fondo, Juego de tronos es el epítome perfecto del recurrente dilema que sobrevuela el final de las series de televisión arribas citadas: la imposibilidad de producir y escribir una conclusión satisfactoria a una producción tan querida, aclamada y altamente escudriñada por tamaños y entregados aficionados.
“Queremos que la gente ame nuestro final para la historia. Nos importa mucho. Hemos pasado 11 años haciendo esto. También sabemos que, sin importar lo que hagamos, incluso si se trata un final notable, que un cierto número de personas odiará la mejor de todas las versiones posibles. No existe un escenario en el que todos digan, ‘Pues sí, tengo que admitir que estoy de acuerdo con todas las demás personas del planeta en que esta es la manera perfecta de hacerlo’. Esa es una realidad imposible que no existe. Siempre esperas estar haciendo el mejor trabajo posible, deseando que esta versión de la historia funcione mejor que cualquier otra, pero sabes que a alguien no le gustará. Yo mismo he sido esa persona con otras cosas y series, donde la gente está realmente entregada con algo y simplemente me limitaba a pensar que sí, que estaba bien, pero esperaba más”, apuntaba el propio Weiss, showrunner, guionista y director de Juego de tronos sobre el desafío de los grandes finales.
El desenlace de Juego de tronos no ha sido el fruto de un final improvisado o rehecho, escrito e impostado en los últimos meses de esta larga carrera televisiva. La conclusión de la historia, con la que muchos podrán no estar de acuerdo, o incluso discrepar en términos de forma y estructura, estaba decidida y escrita en piedra hace tiempo. Ha sido una decisión premeditada desde 2013, cuando el show se adentraba en su tercera temporada y los guiones de la cuarta comenzaban a estar finalizados. “Desde el principio, hemos hablado sobre cómo terminaría la serie. Una buena historia no es una buena historia si tienes un final malo. Por supuesto que nos preocupamos. El discutir y debatir sobre una serie también forma parte de la diversión, pues te hace parte de ella. Me encantó la forma en que David Chase terminó Los Soprano, con aquel sorprendente corte en negro. Reconozco que yo era una de esas personas que pensaron que mi televisión se había apagado. Incluso me levanté y me encontré que estaba revisando los cables, sin poder creer que mi sistema de cable se había desconectado en el momento más importante de mi serie de televisión favorita. Creo que ese fue el mejor de todos los finales posibles para esa serie”, apostilla Benioff.
“Pero mucha gente lo odiaba. Me he metido en muchas discusiones con amigos sobre por qué fue un gran final, pero el público general se sintió engañado legítimamente y está en su derecho a sentirse de esa manera, al igual que yo tengo el derecho pensar que son idiotas. Siempre recordaré estar en el metro en dirección al estadio de los Yankees un par de días después de que Los Soprano terminaran de emitirse. Hubo como tres conversaciones diferentes en el metro y todas fueron exactamente sobre ese final”, concluía el mismo Benioff. Un final que ya está entre nosotros y que, una vez más, contentará a unos pocos, disgustará a otros tantos y dejará fríos a otros cuantos. Como las grandes obras, conmoverá, enfadará y emocionará a fieles y profanos por igual. ¿Estará a la altura de lo que veremos en un futuro cuando Martin publique sus dos tomos restantes? Es aventurado decirlo, pero es probable. Como ya hemos recalcado en ocasiones anteriores, hay que destacar que Juego de tronos y Canción de hielo y fuego son productos similares, con sabores similares, pero para medios muy diferentes. Ambas obras han tomado caminos tan distintos y rutas tan diversas para llegar al mismo y eventual final, que es muy difícil entrar a valorar en si será o no parecido a lo que nos muestre el reputado escritor llegado el día.
Juego de tronos ha suprimido, cambiado y desmenuzado innumerables tramas, personajes y hechos, que en las novelas de George R.R. Martin, ha tenido, tienen y tendrán importancia. No es algo nuevo, y aunque muchos aficionados hemos sido conscientes de ello y lo hemos puntualizado en cada crítica, comentario y opinión vertida sobre la serie, parece que ahora este tipo de cambios están pasando factura. Sí, a veces hablamos de sacrificios y peajes que en muchos casos, han de hacerse en pos de la mejor y más eficiente narración televisiva, y que llegados a estas alturas del relato, son lógicos. Martin lleva décadas planteando y escribiendo una saga tan compleja, que incluso hablar de un final -en sentido único, unitario y reducido-, es hasta ofensivo. La manera en la que trabaja el reputado novelista es muy particular, dejando que las tramas que plantea como punto de partida evolucionen y germinen lentamente, permitiéndose el hecho de cambiar y ajustar algunas de sus ideas durante el pausado proceso escritura. Weiss y Benioff adelantaron a las novelas hace años, no es nada nuevo. ¿Están arruinando entonces a los lectores y los aficionados de Canción de hielo y fuego la historia? No. ¿Veremos muchos de los hechos repudiados y criticados en las octava temporada en libros como Vientos de invierno y Sueño de primavera? Podéis estar seguro de ello.
“No queríamos adelantarle… pero al mismo tiempo George tiene su proceso de escritura que le hace tardar más de 20 años en concluir su historia… que para mí es la más épica historia fantasía de nuestra era. Por suerte, hablamos esto con George hace mucho tiempo, desde que vimos que esto podía pasar, y sabemos hacia donde se dirigen las cosas. Llegaremos al mismo lugar al que George se dirige. Habrá una serie de desviaciones en la ruta, pero nos dirigimos al mismo destino. Desearía que hubiera algunas cosas que no tuviéramos que spoilear con respecto a los libros, pero estamos entre la espada y la pared y la serie tiene que seguir y concluir”, apuntaba Benioff al respecto. Por eso hay que pensar fríamente. Pese a sus lógicos, evidentes y necesarios lugares comunes en términos de adaptación, las divergencias entre Juego de tronos y Canción de hielo y fuego son tan grandes, que aunque comparten evidentes puntos concretos de un mismo final y conclusión, no gozarán del mismo impacto ni la misma capacidad dramática si tenemos en cuenta el camino previo desarrollado por una obra y la otra.
Entre las cenizas de la Fortaleza Roja
Desembarco del Rey fue testigo del clímax del anterior episodio, Las campanas. Es un escenario ampliamente conocido por todos los espectadores y seguidores de Juego de tronos que, además, cuenta con un halo mitológico muy importante en sus cimientos. Alberga el Trono de Hierro y durante decenas de episodios ha sido el escenario sobre el que se han pergeñado las más diversas intrigas palaciegas y las más sonadas traiciones. Su nombre no es casual, pues fue en lugar en el que desembarcó Aegon I Targaryen y desde el que inició su conquista de Poniente. En la colina más alta y segura de aquel emplazamiento, ordenó levantar un fuerte de madera y tierra al que bautizaría como Fuerte Aegon. Así permaneció mucho tiempo, mientras forjaba a fuego el horizonte que definiría el continente tal y como lo conocemos ahora. Tras su victoria, ordenó levantar una enorme fortaleza que se convirtiese en la sede del rey, solidificando su hegemonía de cara a sus nuevos vasallos. La construcción de la Fortaleza Roja de Desembarco del rey fue finalizada por Maegor I, que añadió torreones, murallas y fortificaciones extra, así como varios y profundos niveles de mazmorras.
La leyenda dice que la Fortaleza Roja lleva ese color bermejo en sus ladrillos por que su edificación estuvo teñida por la sangre de los miles de trabajadores y constructores que fallecieron durante las obras. Ahora, tras cientos de años como símbolo inequívoco e imperecedero del poderío de la dinastía Targaryen, está cubierto de hollín y ceniza. La sede del Rey de los Siete Reinos, lugar en el que se deposita todo el poder monárquico y fáctico de Poniente, apenas se mantiene en pie. El fuego que consiguió fraguar incontables feudos y dominios bajo una misma bandera y que levantó a la misma urbe a su alrededor en busca del cobijo, ha sido también la mayor de las condenas. En ella, Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) se erige como la nueva reina de Poniente. La madre de dragones, la que debía salvar el mundo del acuciante invierno y de la tiranía de Cersei Lannister (Lena Headey), ha sucumbido a su propia sangre. “Madre de dragones, pensó Daenerys. Madre de monstruos. ¿Qué he desatado sobre el mundo? Soy una reina, pero mi trono está hecho de huesos quemados, y descansa sobre arenas movedizas”, se lamentaba el personaje en uno de los capítulos de Danza de dragones. “Soy la sangre del dragón, pensó. Si son monstruos, yo lo soy también”, concluía la reina de plata tras asimilar su rol de conquistadora en la ya lejana ciudad de Meereen.
El Trono de Hierro, capítulo dirigido y escrito por Dan Weiss y David Benioff arranca con el después de los trágicos sucesos acaecidos en el anterior episodio. Entre los cadáveres carbonizados de cientos de personas, Tyrion Lannister (Peter Dinklage) camina apesadumbrado, como si se hubiera convertido en el mismísimo Robert Oppenheimer. “Ahora, me he convertido en la muerte, destructora de mundos”. Consciente del poder destructor que ha liberado y desatado sobre Poniente, un poder que él mismo alentó y del que se embriagó allende los mares alimentado por su propio deseo de venganza contra los que le obligaron a desterrarse y huir como un proscrito, el enano se encamina a la Fortaleza Roja dispuesto a parlamentar con Daenerys. No se trata únicamente de mostrar su descontento. Se trata de finalizar y poner punto y aparte a una situación que puede desencadenar el peor de los destinos para los hombres libres de los Siete Reinos. Mientras lidera a las tropas norteñas que irrumpen en el feudo, Jon (Kit Harington) le disuade insistentemente. La reina dragón ha demostrado su verdadera naturaleza, y el diálogo en estos momentos puede ser un arma de doble filo.
Entre las calles y plazas de la ciudad, las tropas Lannister acaban siendo cautivas y apresadas por las huestes de Inmaculados y dothraki que campan a sus anchas. Los soldados entregan sus espadas y se rinden ante los conquistadores, pero Gusano Gris (Jacob Anderson) no muestra piedad. La dragona ha ordenado que no puede haber seguidores ni aliados de Cersei Lannister mantenidos con vida. Ni Jon ni Ser Davos Seaworth (Liam Cunningham), convidados de piedra de la masacre perpetrada por el fuego de Drogon instantes antes, aceptan o admiten este tratamiento ante un ejército sumiso, fatigado y aterrorizado. Arrodillados y desprovistos de dignidad, Gusano Gris los ajusticia de la peor de las maneras: a cuchillo. La dirección de Weiss y Benioff en estos instantes es digna de un mal sueño. Los ejércitos Targaryen forman en prietas filas ante las escaleras de la fortaleza, mientras la ceniza lo cubre todo y cae sin cesar del encapotado cielo. El blasón de la dinastía de la reina de plata ondea entre las ruinas, mostrando victorioso al antaño temido dragón rojo de tres cabezas sobre fondo negro. La victoria se ha consumado, pero de la peor de las maneras imaginables.
Silenciosa, y alejada de los gritos atávicos de los dothraki que alzan embravecidos sus arakh al plomizo cielo, nos encontramos con Arya Stark (Maisie Williams). Arya observa desde la lejanía a su hermano, que sigue los pasos de Tyrion. Como si fuese una cinta de Brian de Palma, El Trono de Hierro condensa en una secuencia increíblemente atmosférica el avance de los héroes y los antiguos acólito de la reina entre las hileras de Inmaculados. Las escaleras se hacen eternas para los personajes, gigantescas e inabarcables, como si sirvieran a alguna retorcida manera de humillación y pleitesía formada por incontables escalones rojos calcinados. Paso a paso, ascienden al lugar en el que se encuentra Daenerys, que irrumpe con Drogon a sus espaldas -en lo que es una imagen de un poderío visual incuestionable, quizás una de las mejores de la serie-. El fuego redivivo y encarnado ha adoptado y revelado su verdadera forma. La ominosa y constante banda sonora de Ramin Djwadi, cala en lo más profundo de la psique del espectador.
Orgullosa de su victoria, Daenerys parlamenta en alto valyrio con sus fieles soldados y seguidores. Alienta a sus jinetes de sangre. Aviva la llama que tanto trabajo ha constado mantener. Sin que quede demasiado torpe, Weiss y Benioff juegan con la poderosa imaginería fascista de los dictadores que asolaron Europa a mediados del siglo XX, aderezándola con el sueño de recuperar la gloria de olvidado Feudo Franco de Valyria, el mayor imperio jamás conocido en el mundo de Canción de hielo y fuego, un emporio se expandió y llegó a las Ciudades Libres, Rhoyne, la Bahía de los Esclavos y a las mismas costas de Poniente en la Isla de Rocadragón. Daenerys espera la más absoluta sumisión de todos los pueblos del mundo. No hay medias tintas. Ha llegado a asumir que tiene el derecho, el poder y la autoridad para liberar a todos los reinos, dominios y civilizaciones con las que comparta cielo. Prometió romper la rueda. Y la calcinará hasta que no exista rastro alguno de la misma.
Tanto Jon como Tyrion asisten a la arenga de la reina, que causa furor entre las filas de los ahora considerados libertadores. Es entonces, tras haber sido consciente de la muerte de su familia y del precio que tendrá que pagar por colaborar con la liberación de Jaime Lannister, cuando da un paso adelante. Posicionándose a su lado, y con el recuerdo de la mano de oro de su hermano en carne viva, decide renunciar a ser Mano de la Reina y aceptar su condena y traición. Lord Varys tenía razón. Apostó por la regente equivocada y lo ha perdido todo por ello. Apresado como traidor, Tyrion Lannister, el defensor de las causas perdidas y los juguetes rotos, pasará sus últimas horas en la más absoluta de las reclusiones. "Donde quiera que va, los hombres malvados mueren, la alentamos por ello y con cada paso está más segura de que tiene razón", confiesa un derrotado Tyrion a Jon durante su cautiverio. "Cree que su destino es construir un mundo mejor, y de hecho llegó a creerlo. Si crees firmemente en eso, ¿no matarías a quien se interpusiera entre tú y el paraíso?”, apostilla al golpearse con la realidad. “El amor es más poderoso que la razón. Todos sabemos eso. Mira a mi hermano… Tú eres el escudo que guarda el reino de los hombres. ¿Quién es la mayor amenaza para el pueblo ahora?”, sentencia el gnomo.
Kit y Peter comparten una secuencia en la que ambos deciden el destino de Poniente. Tyrion sabe que la única pieza del tablero que incomoda ahora a Daenerys es Jon y su linaje. El secreto que porta en las venas es la mayor de las amenazas para el reinado de la reina dragón, y eso es un escollo del que intentará deshacerse en un futuro. Y hay más: su secreto es ahora también el de sus hermanas. “Sabe quién eres. Y eso será siempre una amenaza. Créeme: sé reconocer a una asesina”, le espeta Arya al propio Jon. El bastardo debe decidir de qué manera abordar la situación. Es la única persona que sigue gozando de la confianza de Daenerys, y el único que, pese a todo, puede hablarle con franqueza. “Yo decidí mi sino. El pueblo de Desembarco del Rey, no. Debes decidir ahora”, recalca Tyrion. Pese a que sus labios dicen lo contrario, la más oscura de la posibilidades cruza el rostro de Nieve. La amenaza a la integridad de sus hermanas le cambia de parecer. Siguiendo un tímido hilo de pensamiento, aquel que jamás llegó a imaginarse discurriendo siquiera, decide. En el fondo de su ser, el más honorable de los hombres, uno del que mismísimo Ned Stark estaría orgulloso, ha tomado su decisión más crucial.
El Trono de las Mil Espadas
Con paso firme, Jon se dirige a la sala del trono. En la puerta, y escondido entre los escombros, cubierto totalmente de ceniza, se encuentra Drogon. El dragón está protegiendo a su reina, y únicamente dejará acercarse a aquellos que tienen su total confianza. Tras olfatearlo y comprobar su naturaleza, le cede el paso. Una de las imágenes más recordadas de la segunda temporada, y que podríamos considerar profética, era aquella que tenía a Daenerys caminando entre las ruinas de la Fortaleza Roja. En aquel sueño, vivido en la Casa de los Eternos, se veía cerca del Trono de Hierro, pero no podía alcanzarlo. De manera repentina, se veía arrojada al Muro y a una ventisca que le impedía ver con claridad. Ahora, tras interminables guerras, traiciones y penurias, su más ansiada meta se muestra ante ella. Cubierto de cenizas, el Trono de Hierro permanece impertérrito al derrumbe del castillo y sus torreones. Por primera vez, y al contrario que en su visión, Daenerys acaricia uno de los pomos de las miles de espadas que componen la fría, afilada, incómoda y codiciada poltrona. Lo que durante años ha sido un concepto metonímico para ella y los suyos, se hace real ante sus ojos.
Como si se tratase de la brillante ilustración realizada por Enrique Corominas para la edición española de la enciclopedia El mundo de canción de hielo y fuego, el trono corona de forma monolítica una sala derruida, agotada y desarmada. Una sala vacía y oscura entre humo y ceniza, en la que podría haber un pueblo agradecido a su reina y en la que ahora Jon es el único que observa la escena desde la lejanía. Ambos, hielo y fuego, discuten sobre su destino y el del mundo, al que están ligados de una forma y otra. Durante meses ha visto bondad en ella, y apela a sus mejores actos y deseos para redimirse de las pecaminosas y execrables acciones cometidas en Desembarco del Rey durante la toma de la ciudad. Daenerys, ungida por un poder inmenso e incomensurable, está obsesionada con su propio destino y su profecía autoimpuesta. Ya no hay marcha atrás. "Sé lo que es bueno y tú también”. La reina dragón, inmisericorde, se acerca a Jon para besarlo y jurarle el amor más incondicional. Y es entonces cuando sucede.
Jon apuñala a Daenerys, que no espera que la muerte le alcance a través de las manos de quien más quiere. Durante años ha ansiado con reinar y encontrar el amor, y cuando ambas recompensas están a punto de llegar, se desvanecen como la pavesa que lo cubre todo. Daenerys Targaryen, el fuego encarnado, muere en los brazos de Jon, que vuelve a experimentar en sus propias carnes como aquello que ama y aprecia se extingue ante sus ojos de nuevo. Es su sino. Está escrito. Su sacrificio, idéntico al que realizó según el príncipe de la leyenda de Azor Ahai al clavarle su espada en el corazón de su mujer para garantizar un nuevo amanecer para los hombres, demuestra que a veces, las profecías se cumplen de las maneras más retorcidas e inesperadas. Traicionado por los avatares del destino, Jon comprende que su historia tiene siempre el mismo final. De una manera u otra, y aunque persiga el más noble de los deberes y objetivos, el amor siempre le resultará esquivo.
Si existe un amor indescriptible por lo primario y brutal que resulta, es el de Drogon con su madre. El dragón ha convivido con ella desde que era apenas una cría, y su vínculo era más especial y único que el de sus fallecidos hermanos. Drogon ha sido Daenerys, así como Daenerys ha sido Drogon. La bestia se posa ante el cadáver de su madre y jinete, y emite un ancestral y conmovedor gorjeo. En un acto alegórico, y si bien podríamos llegar a pensar que el propio Jon sería pasto de las llamas, la criatura entra en cólera y decide fundir el mismísimo Trono de Hierro. El retorcido y codiciado símbolo del poder de Aegon el Conquistador, aquel que tardó cerca de 60 noches y el mismísimo fuego de Balerion, el Terror Negro, acaba siendo fundido por el mismo fuego que una vez lo consolidó y forjó. Derretido, Jon asiste a como Drogon emprende el vuelo llevándose el gélido cuerpo de la nívea Targaryen que conquistó pero jamás reinó.
Un mejor futuro para todos los reinos
Uno de los aspectos más controvertidos de esta temporada es el relativo a lo apremiante de la narración. Juego de tronos siempre se ha caracterizado por ser una serie capaz de cocinarse a fuego lento, ofreciéndonos un avance lento y sopesado en muchas de sus tramas. Weiss y Benioff han sabido, de manera inteligente, plantear situaciones, establecer grandes contextos y entrever sus intenciones a lo largo y ancho de siete temporadas. Sin embargo, por motivos que adolecen a una obvia falta de episodios y un formato mucho más condensado que de costumbre, nos hemos topado con algunos capítulos que navegan con torpeza en su exposición. Los últimos Stark era el ejemplo perfecto, con secuencias inconexas que se sucedían una tras otra sin dar demasiado tiempo al espectador para manejar y asimilar la cantidad de información que se ofrecía.
El Trono de Hierro peca exactamente de lo mismo, aunque está mucho mejor escrito y dosificado. Luego de una secuencia emocional e importante, saltamos a una escena que transcurre en un periodo difuso, pero a tenor de las barbas de Tyrion y su desaliñado aspecto, podríamos hablar de un hecho que podría contabilizarse en al menos un par semanas y que supone un cambio bastante brusco en la narración. Tras la muerte de Daenerys, el episodio nos traslada a Pozo Dragón, el coliseo cavernoso que una vez mantuvo a los dragones de la dinastía Targaryen en su interior. La decisión de trasladar aquí la acción en un momento en el que se está decidiendo el destino de Poniente y de sus reinos no es casual, ya que ejemplifica a la perfección el auge y caída de una familia que una vez gobernó con mano de hierro y fuego. Pero ya no están entre los vivos. En este pretérito cementerio de piedra y roca, un grupo formado por las más prominentes familias nobles decide el siguiente paso a seguir tras Daenerys. Hay representantes del Valle y Nido de Águilas, de las Islas del Hierro, del Norte, de las Tierras de los Ríos, de Dorne y de otros lugares del continente como Bastión de Tormentas, así como se cuenta con la presencia de Samwell Tarly (John Bradley-West) como voz de la Ciudadela de Antigua. Jon, en cautiverio por haber asesinado a Daenerys, no puede estar presente en el concilio.
Mientras Arya Stark y Sansa Stark (Sophie Turner) exigen la presencia de su hermano, Brandon Stark (Isaac Hempstead-Wright) asiste impasible al acalorado debate. ¿Quién debería reinar tras la muerte de la Madre de Dragones? ¿Es lícito que sea una de las grandes familias? ¿Debería imponerse un nuevo sistema democrático de elección de monarcas y figuras regentes? Pese a que Weiss y Benioff tienen buenas intenciones, y el escenario es el ideal para tratar de aportar una renovación en el liderazgo de Poniente sobre lo antiguo y los restos del pasado más remoto, la secuencia es muy torpe. La decisión de incluir a Edmure Tully (Tobias Menzies) es sorprendente y de agradecer, pero la idea de reducirlo a un personaje cómico y torpe, echa por tierra todo el conjunto. Lo han convertido en una suerte de Charles de Gaulle de fantasía y aunque el fondo es interesante, y Tobias un actor soberbio en este tipo de situaciones, no llega a brillar todo lo que debería. Sacado de su prisión para ser ajusticiado y participar en la eterna discusión que suficiente sangre ha derramado sobre la tierra de pobres y acomodados, Tyrion Lannister aporta su visión.
“De ahora en adelante los gobernantes no nacerán, serán elegidos”, declara Tyrion a los asistentes. “Esa es la rueda que nuestra reina quería romper”, apostilla ante la mirada de Gusano Gris, que vigila de cerca su discurso. El Inmaculado quiere ajusticiar al enano, no perdona su traición, y lo culpa de la nefasta cadena de infortunios que acabó con la muerte de Daenerys. Sin embargo, el pequeño gran león consigue convencer y calar entre los oídos de los nobles. ¿A quién proponer? “A Brandon Stark”. Su defensa sobre la sabiduría, las historias y la memoria viva de Poniente no tiene desperdicio. Tyrion se quedó prendado de Bran desde el primer momento, alabando su entereza pese a los infortunios vividos y escuchándole en los salones de Invernalia una vez los muertos descendieron del frío Norte para acabar con los vivos. Conocedor de la historia y de los errores del pasado -uno de los libros de cabecera y el cual regaló a su sobrino en su nefasta boda fue Vidas de cuatro reyes, un tomo que recopilaba la sabiduría de varios soberanos-, el Lannister aboga por la mejor opción posible. Brandon El Tullido, el primero de su nombre, debería ser el Rey de los Siete Reinos. ¿Quién mejor que aquel que conoce tan bien el pasado y el presente y puede guiarlos a todos al mejor de los mañanas?
La decisión de colocar a Bran es aplaudida por el consejo. Pero todavía queda un escollo. ¿Querrá Bran acceder a colocarse la corona? El Cuervo de Tres Ojos es menos humano de lo que creemos, y su situación, a medio camino entre el tiempo y el espacio lo hace una opción cuanto menos arriesgada y audaz -tanto a nivel narrativo como de cara al propio espectador, que nunca ha terminado de empatizar con el personaje-. ¿Podrá una casi deidad, mística y distante, ganarse el respeto de sus semejantes? Sí. Para los habitantes de Poniente, la decisión supone un fin de las hostilidades y las intrigas palaciegas, así como de las férreas y caducas líneas dinásticas. En cualquier caso, consciente de su destino desde el mismo instante en el que aprendió a volar, Bran admite su carga. “¿Por qué crees que hice todo este camino?”, contesta desde su silla de ruedas. Con el apoyo de todos los miembros, con la excepción de el Norte, que permanecerá como reino independiente siguiendo su tradición ancestral, Poniente se encaminará hacia una nueva era.
Aquí nos encontramos, de nuevo, ante una diatriba entre novelas y serie de televisión. ¿Realizará George R.R. Martin un movimiento similar en su Canción de hielo y fuego? Es probable. Si bien Weiss y Benioff han sido muy herméticos sobre los sucesos revelados por el autor y los puntos principales de su trama, el escritor siempre ha sentido auténtica devoción por los tullidos, los bastardos y las cosas rotas. Brandon Stark siempre ha sido el alfa y el omega de Juego de tronos, una figura importante y con una complicada tarea a su cargo. Una vez nombrado rey, el primer mandato del pequeño es pedirle a Tyrion Lannister que repita en su cargo de Mano del Rey, algo que el propio gnomo acepta a regañadientes al sentir una sombra de dudas y miedos tras recordar los eventos pasados de los que se siente tan culpable. Libre de su condena y con un nuevo monarca nombrado con la aprobación de todo el consejo, queda la gran duda: ¿qué hacer con Jon? El bastardo, cuyo más íntimo secreto conocen unos pocos, sigue apresado bajo pena de muerte por las tropas de la reina.
En una de las secuencias más íntimas, Jon y Tyrion Lannister intercambian unas someras opiniones sobre el destino del primero. Gusano Gris y las principales familias de los Seis Reinos han aceptado que Jon cumpla condena vistiendo de nuevo el negro. Se le enviará al Castillo Negro, formando parte de la nueva fundación de la Guardia de la Noche. Conservará la vida, pero el castigo debe ser ejemplar. “No hay nadie contento con esta decisión, lo que significa que es un buen compromiso, supongo”, recalcaba la nueva Mano del Rey. Pese a que su fin fuese honesto, Jon sigue compungido y destrozado por el hecho de haber asesinado a alguien que le profesó amor eterno. “Tyrion, ¿hicimos lo correcto?” se sigue preguntando Jon. A veces, las decisiones rápidas y tomadas en el momento son aquellas las que nos hacen inseguros. Jon, afectado por uno de los enunciados más famosos de Sófocles, sigue lamentándose en si hizo lo correcto cuando debía.
El nuevo consejo y el legado de Brienne de Tarth
Los reyes van y vienen, pero sus asuntos permanecen. El Consejo Privado, uno de los elementos más recordados de Juego de tronos -no obstante nos han regalado varios momentos muy emblemáticos a lo largo y ancho de todas las temporadas-, vuelve a fundarse. Este pequeño grupo de consejeros, que asesoran e informan al rey está formado por distintos miembros especializados en temas muy concretos de cara a los asuntos del reino. Los integrantes del consejo son designados por el propio rey, y a tenor de lo visto, no puede darse un grupo más heterogéneo y querido para el espectador. Si la Mano del Rey es Tyrion Lannister, el Consejero de la Moneda está representado por Ser Bronn del Aguasnegras y de Alto Jardín (Jerome Flynn), Ser Davos Seaworth como nuevo Consejero Naval, Samwell Tarly como Gran Maestre y Ser Brienne de Tarth como Lord Comandante de la Guardia Real. Si bien Bran puntualiza que no están completos, se encuentra satisfecho con la actitud y el trabajo del consejo.
En una secuencia que nos recuerda brevemente a Tywin Lannister y que demuestra el tipo de conexión con el pasado y la autoreferencia del show de televisión con sus anteriores capítulos, Tyrion coloca con sumo cuidado las sillas del consejo antes de la reunión. Sin embargo, una vez llegan sus nuevos compañeros, todas y cada una de ellas se vuelven a desordenar y mover de forma anárquica. Reconstruir el reino será una tarea difícil, y el debate, divertido y amistoso y coherente con las actitudes esgrimidas por todos y cada uno de ellos, uno de los momentos álgidos del capítulo. Un Lannister siempre paga sus deudas, y estamos seguros de que la nueva Mano del Rey se encargará de ello.
Pero hay un momento que destaca sobre todos en el capítulo. Brienne de Tarth (Gwendoline Christie), nombrada caballero por el propio Jaime Lannister, es ahora la Lord Comandante de la preciada Guardia Real. Con Podrick como fiel segundo, la nacida en la Isla del Zafiro, se encarga de escribir las nuevas páginas del preciado Libro Blanco. El tomo custodia más de 300 años de historia de logros y hazañas protagonizadas por los más ilustres miembros de la orden. El también conocido como Libro de los Hermanos, permite que cada caballero que haya sido nombrado y juramentado, pueda tenga su propio espacio en sus páginas. En la soledad de la Torre Blanca, el lugar en el que los caballeros de la Guardia Real han vivido desde los tiempos de la dinastía Targaryen, Brienne escribe la historia de Jaime. El caballero cuya vida acabó siendo definida por el asesinato del rey al que juró proteger, adquiere un nuevo capítulo que lo resarcirá y honrará para los anales de la historia. Jaime Mano de Oro, aquel que combatió en el lejano norte luchando contra la misma muerte encarnada, murió protegiendo a su reina.
Los últimos Stark
Las despedidas marcan el último tercio del episodio. El Trono de Hierro supone la culminación de una epopeya que ha durado más de setenta horas de televisión, y marca el punto y final para la historias de algunos personajes muy queridos. Cada uno de los Stark decide tomar su propio destino y camino. Arya decide despedirse de Jon, que se encamina al Castillo Negro, confesándole que quiere viajar al oeste de Poniente, al lugar del que nadie jamás ha hablado. En lo que es un claro guiño a la histórica figura de Elissa Farman, hija del Señor de la Isla Bella, la pequeña de los Stark se lanza a los mares en busca de nuevas aventuras y territorios por explorar más allá de las costas del lejano y misterioso Asshai. Sansa, la loba pelirroja, curtida en mil batallas y experiencias, jura lealtad a su hermano Bran y se encamina hacia Invernalia. La Reina en el Norte, viva imagen de Ned Stark y Catelyn Tully, garantizará el futuro de los Stark y los norteños e impartirá justicia desde los salones que la vieron crecer. "La hija de Ned Stark hablará por ellos, es lo mejor que pueden pedir”, sentencia Jon antes de partir a las lejanas tierras del Agasajo. La manada se disgrega pero estará unida para siempre.
El destino de Jon siempre ha estado ligado al norte y a los pueblos libres. Una vez que vistió el negro, y juró ante los dioses antiguos sus obligaciones, firmó un pacto de sangre. No obstante, ha sido el único hogar que verdaderamente le acogió y llegó a abrazar. En el más inhóspito escenario, en el más crudo de los ambientes, Jon se sintió en casa. Puede que la opción haya sido forzosa. Acompañado por Tormund y Fantasma, su fiel lobo huargo -al que abraza al igual que su mismo destino-, la última mirada que el Lord Cuervo ofrece a la puerta que se cierra, aquella con la que observa cómo todo lo que una vez vivió queda atrás, lo dice todo. “Solo lo que se pierde es adquirido para siempre” decía Ibsen. Entre la nieve y los troncos de los árboles desnudos, en las tierras de más allá del Muro, el fuego de Jon Nieve, el último Targaryen vivo, se mantendrá vivo para siempre.
El final de tantas cosas
Hemos tenido la suerte de vivir una época inigualable. Hemos sido testigos de una era sobre la que las futuras hornadas de maestres de la Ciudadela de Antigua relatarán y escribirán sin descanso en sus más preciados diarios y tomos. Hemos vivido en tiempos de dragones, muertos y ejércitos de nobles señores. Hemos tomado partido por causas nobles, sufrido bajo el tirano dictamen de reinas regentes y combatido bajo el vuelo de guivernos venidos de más allá del Mar Angosto. El tiempo pasará de forma inexorable sobre la faz de la tierra, las mareas seguirán su curso moldeando las costas aquí y más allá y los frutos de las cosechas se sucederán en los Seis Reinos. Todo seguirá su curso una vez más. Pero con orgullo podremos contar a los inocentes niños del verano que nos sucederán que nosotros fuimos parte de los versos de la canción de hielo y fuego, aquella de la que se hablará cuando nadie de los que lean estas líneas quede con vida. Aquella cuya llama jamás se extinguirá.
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