Algo más de treinta años después de su nacimiento entre las sombras de una sucia y oscura alcantarilla neoyorquina, las Tortugas Ninja siguen siendo uno de los iconos pop más sólidos, famosos y reconocidos del mundo. El conjunto de antihéroes más estrafalario imaginable, todo un símbolo de los años ochenta y noventa, ha vivido periodos de inusitada fama y ruido mediático. Tras su primera aparición en 1984 en un humilde cómic independiente de tirada limitada y reducida, la creación de Kevin Eastman y Peter Laird ha ido adaptándose y mutando de las más variadas formas y maneras, pero fascinando a grandes y pequeños por igual.
El nacimiento del cómic
Kevin Eastman siempre quiso ser dibujante de cómics. Nacido en Portland (Maine, Estados Unidos), Eastman se crió en el seno de una familia muy cristiana y devota, y pronto comenzó a tener ciertas ambiciones con respecto a su carrera. Durante varios meses, trabajó como camarero en un restaurante local, hasta que conoció, en uno de sus maratonianos servicios, a una camarera que estudiaba en la Universidad de Massachusetts Amherst. Su relación se consolidó tanto que la siguió hasta Northampton (Massachusetts, Estados Unidos), lugar en el que tuvo que buscar de nuevo trabajo de forma casi desesperada.
Mientras intentaba publicar sus dibujos y cómics, recaló en un pequeño periódico local. Entre papeles y montañas de archivadores conoció a Peter Laird. Además de entablar con él una amistad que definiría a ambos tanto personal como profesionalmente, Laird accedió a publicar algunas de sus historias y tiras, colaborando en pequeños proyectos y fundando en 1983 su propia editorial, Mirage Studios, que se bautizó así en referencia al ‘oasis’ que significaba para ellos el pequeño apartamento que compartían con sus parejas.
La vida de Peter Laird no es demasiado distinta a la de Eastman. Laird nació en North Adams (Massachusetts, Estados Unidos), y al igual que muchos autores de renombre, su carrera profesional como dibujante estuvo llena de altibajos. En 1983, justo cuando conoció a Kevin Eastman, apenas ganaba diez dólares por ilustración en el periódico local en el que trabajaba. Sus colaboraciones con fancines como The Oracle eran míticas, y llegó a hacerse un pequeño nombre, pero su salto a la élite del cómic estaba por llegar.
Mayo de 1984. Tras dibujar algunas portadas para discos, novelas e incluso cómics de baja estofa, Eastman y Laird publicaron un cómic en blanco y negro lleno de violencia y secuencias truculentas protagonizadas por un grupo de tortugas mutantes antropomorfas. Inspirado en el trabajo de Frank Miller, Teenage Mutant Ninja Turtles se convirtió en todo un fenómeno de la noche a la mañana, vendiéndose casi de golpe su única edición limitada a 3000 copias en la pequeña convención de cómics de Portsmouth. ¿El precio? Apenas un dólar y medio. Lo que comenzó y se originó como una simple parodia a uno de los tebeos de la época como Daredevil y que tomó conceptos de la también venerada Ronin, acabó convirtiéndose en un objeto totémico, de culto, que encandiló a lectores y críticos por igual. "Estábamos trabajando en Fugitoid e hice un pequeño boceto de una tortuga con máscara y una espada en la mano. Pete la vio e hizo una versión modificada. Cuando teníamos el dibujo más o menos pensado, ya que hacíamos una, ¿por qué no hacíamos cuatro? Entonces realicé un dibujo a lápiz de cuatro tortugas, cada una con un arma. Yo propuse el nombre y el concepto de las Tortugas Ninja y Pete añadió lo de adolescentes mutantes", afirmaba Eastman en una entrevista concedida a la revista Comics Scene en 1990.
Tortugas Ninja narra la historia de cuatro tortugas que, tras ser expuestas a una peligrosa y extraña sustancia mutágena en una oscura y sucia alcantarilla, acaban transformándose en unas criaturas con aspecto humano y grandes capacidades intelectuales. Entrenadas por el maestro Splinter, una rata con los mismos poderes que ellos, Leonardo, Donatello, Raphael y Michelangelo siguen la senda de las artes marciales y utilizan sus poderes para luchar contra el crimen y las injusticias. "Podría decirse que no son unos héroes al uso. No son como Spider-Man, que va haciendo rondas por la noche en busca de criminales o ladrones. Estos tíos intentan, básicamente, sobrevivir. Su existencia no sería aceptada por la sociedad pues son unos animales mutantes. Acabarían enjaulados y siendo diseccionados. Por eso vagan entre las sombras y se relacionan muy poco con los humanos, únicamente cuando no hay más remedio", apuntaba Laird sobre el concepto.
Cada una de las tortugas recibió un nombre en honor de los artistas más famosos del Renacimiento italiano. Leonardo por Leonardo da Vinci, Raphael por Rafael Sanzio, Michelangelo por Miguel Ángel y Donatello por Donato di Niccolò. Splinter, la rata gigante que los apadrinó y los bautizó, también porta un apodo de un importante pintor del Quattrocento, Giovanni di Ser Giovanni, apodado Scheggia o Splinter en su traducción anglosajona más literal. El primer cómic era una historia típica de génesis del héroe -o antihéroe, en este caso-, con grandes dosis de venganza y transformación interior, en la que las cuatro tortugas luchaban contra el villano Shredder y los violentos ninjas del Clan del Pie. Pronto, y tras el éxito del cómic, lo que iba a ser una tirada única se convirtió en una serie con varias continuaciones y secuelas, todas ellas realizadas en blanco y negro. El argumento se potenció, apostando por crear perfiles alrededor de las personalidades de las tortugas cada vez más definidos y profundos, potenciando diferencias y hostilidades entre ellas, y creando todo un universo de enemigos y aliados entre los que destacaban heroínas y héroes como April O’Neil y Casey Jones. A nivel técnico los propios Eastman y Laird comienzan a depurar su técnica, mostrando dibujos muy complejos y definidos, dando luz a todo un universo oscuro, lúgubre y muy urbano lleno de mutantes, ninjas, crimen y corporaciones.
El éxito de las Tortugas Ninja transformó por completo el panorama editorial, y los pocos meses, había decenas de dibujantes y cabeceras intentando replicar la fórmula de animales mutantes y ninjas a su forma y manera. Pese a la competencia atroz y a la crisis del cómic que se vivió a mediados de los años ochenta, Eastman y Laird consiguieron consolidar un imperio basado en cuatro tortugas que salieron de entre las sombras.
Juguetes, dibujos animados, películas y un imperio millonario
Con el éxito del cómic haciéndolos cada vez más famosos, Eastman y Laird se vieron desarrollando toda una serie de secuelas del cómic que les cambió la vida, así como ampliando instalaciones en su pequeño estudio. Los plazos de entrega y las exigencias de un público lector cada vez más entregado a estos personajes mutantes, los llevó a contratar varios asistentes y artistas. Mirage Studios había nacido de la necesidad, y ahora daba trabajo a multitud de dibujantes y personas que buscaban tener su propia oportunidad de dar el pelotazo en el mundo de la viñeta. Con el dinero llamando a la puerta, también surgieron las primeras grandes posibilidades de expansión. Es ahí justo cuando entra Mark Freedman, uno de los expertos en licencias y merchandising más importantes de la época.
Freedman era uno de los profesionales que había llevado a los G.I Joe al éxito -algo de lo que ya hablamos en Vandal Random-, y había conseguido mantener en el candelero a las propiedades de Hanna-Barbera durante años. Sin embargo, también andaba pasando una mala racha, y pese a que sabía manejar grandes licencias y franquicias hacia el marketing multidisciplinar, seguía buscando el siguiente pelotazo. A través de su empresa Surge, Mark Freedman se aproximó a Mirage Studios y las Tortugas Ninja tras conocerlas por el primer producto derivado que se comercializó de los héroes del cómic: el juego de rol de Palladium Books. Al ver el rico universo, se le encendió la bombilla. Tras alquilar un traje caro para causar buena impresión, concertó una cita con Eastman y Laird y les propuso un plan de expansión para la licencia. La idea, el conocimiento y el entusiasmo de Freedman contagió a Eastman y Laird, que firmaron un acuerdo renovable en función del éxito de la agresiva campaña que tenía en mente este experto en merchandising. La base del proyecto de expansión no era otra que producir una completa línea de juguetes y a posteriori, una serie de animación que sirviese de apoyo para venderlos a todo tipo de público. Ya funcionó en el pasado, y debido al boom de las producciones animadas en los años ochenta, no sería de extrañar que se volviese a dar el caso.
Pero Freedman se encontró con numerosos problemas y contratiempos. Si bien tenía contactos en numerosas jugueteras y distribuidores de primer nivel, muchos rechazaron su idea. Empresas como Mattel y LJN le cerraron la puerta en las narices, aludiendo a un concepto ridículo y extremadamente violento. ¿Cómo se podían producir juguetes para niños de unas tortugas que iban armadas hasta los dientes y que apenas tenían remordimientos en cortarle los miembros a sus enemigos? Tras recurrir a algunas de las compañías más importantes del sector con resultado negativo, Freedman se vio obligado a citarse con una pequeña empresa juguetera afincada en California, Playmates, que únicamente había fabricado muñecos educativos y para niños y niñas de preescolar, algo que se alejaba radicalmente del concepto. El intrépido empresario presentó su idea a los responsables, enseñándoles el libro de rol, las pequeñas figuras editadas por Dark Horse y el éxito del cómic original. Pronto quedaron prendado de la idea, pero pusieron una serie de condiciones para la producción de los juguetes basados en las Tortugas Ninja.
Sí, el cómic de culto tenía gran éxito, pero seguía siendo un producto residual y con un público muy concreto. Si bien el juego de rol había abierto varias puertas, no se trataba de una penetración de mercado real de cara a un desembarco masivo de una licencia, por lo que instaron a Freedman a cambiar ligeramente su estrategia. Si querían que Playmates se involucrara en el diseño y la fabricación de las figuras de acción, debían realizar una serie animada ligera, apta para todos los públicos, en la que el humor estuviese presente. El concepto de las tortugas ninja violentas y más maduras cerraba demasiado las posibilidades de éxito y debían pensar a lo grande. No tardaron mucho.
Teenage Mutant Ninja Turtles, la serie animada, fue el proyecto de colaboración de algunas de las mentes y talentos más importantes del momento. Todo se planteó como una pequeña prueba en una estructura de miniserie que se emitiría en el canal CBS en un formato corto, directo y de apenas cinco episodios. Respaldada por el animador Fred Wolf (Alvin y las Ardillas, Patoaventuras) y el escritor David Wise (Star Trek, Transformers, He-Man), se estrenó un diciembre de 1987 con éxito tremebundo. Con una intro espectacular y un tema musical a cargo del mismísimo Chuck Lorre (el creador de The Big Bang Theory y Dos hombres y medio), la producción cumplió con su objetivo: llegar al público infantil con una propuesta divertida, desenfadada y muy entretenida. No obstante, las exigencias y condiciones de la juguetera Playmates se realizaron a rajatabla, y mientras la serie se encaminaba a todos y cada uno de los televisores de Estados Unidos, comenzó a diseñar y preparar la primera línea y oleada de figuras de acción. El mayor cambió vino en las propias tortugas, que recibieron un color diferente en sus antifaces para diferenciarlos con mayor comodidad. Se potenció la amistad entre ellas, se añadieron coletillas y frases recurrentes y se añadió uno de los elementos más recordados por muchos aficionados: su afición a las pizzas. Por su parte, los villanos, encabezados por Shredder o Despedazador fueron rebajados en intenciones, los ninjas del Clan del Pie pasaron a ser robots y los mutantes, al menos muchos de ellos, se transformaron en comparsas y extraterrestres.
Playmates creo el clásico logo del caparazón y la tipografía que todos reconocemos, dando como resultado una mezcla que nada entre lo orgánico y el concepto asiáticos y marcial, y rediseñó muchos de los personajes del cómic acercándolos al ideal que podría tener un crío. Los buenos y aliados recibieron formas redondeadas y colores vivos, mientras que los enemigos fueron más agresivos y de líneas más afiladas, con una gama de colores más apagada. Eastman y Laird, creadores originales de las tortugas, vieron la adaptación con muy buenos ojos. Todo era más cartoon, cosa lógica, pero en ningún momento se traicionó el espíritu original de su creación. Simplemente era una manera de llevar su idea a un público menor de edad y de paso, embolsarse una buena suma de dinero por ello. En este proceso de diseño, además de los autores del cómic original, intervinieron diseñadores con mucha experiencia como T. Mark Taylor, que transformó los personajes originales y que además, diseñó algunos enemigos y vehículos muy recordados y adorados, como la famosa furgoneta.
En los blisters y las propias figuras se potenció el verde, el amarillo y las tonalidades más alegres, evitando en cierta manera el tono funesto de los héroes y villanos originales, y se creó un pequeño trasfondo en los cartones para que los clientes pudieran saber algo más de aquel universo al que estaban a punto de entrar. Los juguetes llegaron en 1988, pocos meses después del debut del show de televisión, y supusieron una revolución equiparable a la de éxitos de la industria del juguete como G.I Joe o He-Man. El boom fue tal, que muchos fabricantes, como suele ser costumbre, intentaron replicar o adaptar los conceptos de la gama de figuras de Playmates, añadiendo a sus colecciones elementos mutantes, ideas trash, más puntos de articulación o apostando por los colores vistos en sus réplicas de plástico. La sinergía entre serie de dibujos animados y juguetes funcionó, y tras las primeras oleadas de action toys, pronto llegaron nuevos accesorios, enemigos con los que combatir -¡larga vida a Triceraton!- y experimentos más arriesgados, como figuras mecánicas, con más armas o incluso los playsets.
Los pequeños de la época ya podían jugar en sus propias recreaciones de las alcantarillas de la ciudad, tenían coches y vehículos e incluso podrían experimentar con el líquido verde, el famoso moco ooze, que se vendía en unos pequeños cubos de basura. Y sí, mucho antes de que ese slime llegase a las estanterías de las jugueterías y los kioskos. Eastman y Laird habían conseguido su sueño. Las figuras se vendían por palés, la marca estaba presente en una pléyade de productos y líneas distintas, y la licencia y edición del cómic, tras experimentarse una subida exponencial en las ventas de los tebeos, pasó a Archie Cómics. Desgraciadamente, la calidad de las viñetas se resintió en comparación a los lúgubres y barrocos inicios de las Tortugas Ninja, pero como más tarde declararían sus responsables, "eran demasiados frentes abiertos". Y todavía faltaba el plato principal: la película de acción real.
Teenege Mutant Ninja Turtles: The Movie (1990, Steve Barron) narraba una historia muy similar a la de las novelas gráficas originales, pero intentaba ser al mismo tiempo un punto de unión de la licencia de cara a los juguetes y la serie de animación. La idea se les presentó a Playmates, los fabricantes de las figuras, que rechazaron el concepto por verlo inviable. De hecho, la propia 20th Century Fox, que buscaba una saga con la que adentrarse dentro del cada vez más complejo público adolescente y que pareció interesada en un principio, acabó saliendo del preacuerdo asustada por la forma en la que se estaba planteando la distribución de película. Los derechos de producción cayeron sobre el estudio Golden Harvest, una productora independiente, especializada en el cine de artes marciales, y que hasta al fecha únicamente había tenido éxito con algunas películas de Jackie Chan y Bruce Lee. De esta forma, y con una producción estimada de 13 millones de dólares, una distribución a cargo de New Line Cinema, Teenege Mutant Ninja Turtles: The Movie vio, llegó y venció.
Teenege Mutant Ninja Turtles: The Movie es un producto extraño, atípico, que demuestra y cristaliza el nivel de locura vivido en los años ochenta y noventa. Con un diseño de criaturas y monstruos animatrónicos a cargo del maestro Jim Henson (Barrio Sésamo, Dentro del laberinto), la extraña creación de Eastman y Laird cobró vida en la gran pantalla. Las tortugas eran hombres disfrazados con complejos mecanismos de animación en su interior, algo que permitía que los rostros de látex y gomaespuma tuvieran credibilidad y naturalidad en las expresiones. La revolución técnica que supuso el film era tal, que pronto el propio Henson exportó su experiencia en la cinta a la serie Dinosaurios y a otras cintas.
Se rodó en poco tiempo, pero su fama la llevó a garantizarse varias secuelas como Teenege Mutant Ninja Turtles II: The Secret of the Ooze (1991, Michael Pressman), en la que aparecían los famosos y queridos mutantes Tokka y Rahzar y la olvidada por muchos Teenege Mutant Ninja Turtles III: Turtles in time (1993, Stuart Gillard) en la que las tortugas viajaban hacia atrás en el tiempo hasta un Japón feudal. La calidad entre ellas fue muy dispar, y el tono, algo más oscuro y maduro, se disipó hasta la comedia ligera. En España la primera cinta tuvo un doblaje bastante gamberro, lleno de tacos y expresiones poco recomendables, algo que disparó más si cabe la fama de las tortugas entre los adolescentes. Si bien la popularidad descendió a mediados de la década de los noventa, la actualización del mito con nuevas series de animación por ordenador (TMNT es una auténtica joya a reivindicar), e incluso las adaptaciones cinematográficas producidas por Michael Bay (2014 y 2016), renovaron el compromiso de los personajes mutantes con su ferviente y fiel público. De hecho, gracias a esto último, se ha confirmado recientemente que veremos un remake en el cine.
En cualquier caso, el final de los años ochenta y el arranque de los noventa fue el paraíso para los aficionados a las Tortugas Ninja. Los videojuegos arcade y para consolas como NES, SNES y Mega Drive eran todo un lujo, ya que llevaban la acción de los cómics y las películas al píxel, y los variados productos de merchandising, cada vez más presentes en forma de figuras o juguetes, llegaban por doquier a las tiendas. ¿Querías disfrazarte de una Tortuga Ninja? ¡Podías! Sus creadores nadaban en la fama y el éxito, y el recuerdo de aquellos dos autores que se buscaban la vida en Northampton, era casi el nebuloso vestigio de un mal sueño. Habían salido de las sombras para labrarse su propio destino y éxito.
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