En La casa de muñecas de Gabby: La película, el universo preescolar surgido en Netflix da el salto a la gran pantalla con la energía de un videoclip y la vocación comercial de un unboxing interminable. El resultado recuerda a un Toy Story adaptado al ecosistema de redes: brillante, afable y concebido para no dejar resquicios a la distracción, con constantes apelaciones a cámara y números musicales que privilegian el ritmo sobre la pausa. Para su público objetivo, funciona; para el acompañante adulto, puede resultar empalagoso.
El salto mantiene la fórmula de la serie creada en 2021 —mezcla de imagen real y animación, manualidades, gatitos y participación directa— y la amplifica en formato híbrido de DreamWorks. Laila Lockhart Kraner regresa como Gabby; Gloria Estefan encarna a la abuela Gigi; y Kristen Wiig se apropia del rol de “señora de los gatos” con guiños de diva caprichosa.
Salto al cine con receta conocida
Crego entiende el ADN del formato: cuando Gabby “se hace pequeña” y cruza a la casita, la película encuentra su terreno más ágil. La parte real se apoya en la complicidad de Kraner rompiendo la cuarta pared —recurso que los peques compran sin fricción— y en una Wiig que, como ya han destacado las críticas británicas, vira hacia una Cruella felina que acapara vitrinas antes que jugar. Estefan aporta calidez, aunque el marco satinado la encorseta.
En lo narrativo, el film remezcla motivos archiconocidos: juguetes con vida interior, choque entre “pieza de coleccionista” y “juguete para usar”, y clímax con persecución urbanita. La deuda con Toy Story 2 y Toy Story 3 es evidente, pero aquí el subtexto se sirve sin melancolía ni aristas; todo ocurre a gran velocidad, con “llamadas-respuesta” a la audiencia que reproducen la mecánica de la serie y la elevan a evento.
Ritmo sin pausa y ecos de Pixar
¿Sobrecarga sensorial? Hay argumentos para defenderlo. La literatura científica viene señalando que los ritmos muy acelerados pueden tener efectos inmediatos —y transitorios— sobre la función ejecutiva en preescolares (el clásico experimento de 9 minutos de Lillard y Peterson). A la vez, las guías de la Academia Americana de Pediatría insisten en que no existe un “número mágico” universal de minutos: importa el contenido, el acompañamiento y el equilibrio con sueño y juego físico. En ese marco, la cinta es más adecuada como experiencia acompañada que como loop de fondo.
Otro punto interesante es la relación parasocial que la obra cultiva de forma explícita: Gabby mira a cámara, pide ayuda y refuerza la ilusión de copresencia. Aquí, esa complicidad mantiene la atención y suaviza la exposición al conflicto, sin cargar moralinas.
Lo cierto es que La casa de muñecas de Gabby: La película sabe exactamente a quién se dirige y rara vez se traiciona. Es luminosa, segura de sí misma y coherente con el ecosistema Gabby; también es agotadora para acompañantes sin correa emocional con la franquicia. Como acontecimiento para fans preescolares cumple con holgura; como cine familiar también para que los adultos disfruten, queda un peldaño por debajo de sus referentes.















