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Un jubilado de 79 años obligado a compartir piso en Valencia: 'No me ha quedado otra. Cobro 600 euros al mes'

Mientras el país envejece, la vivienda se convierte en un lujo, y compartir techo —por necesidad o por miedo a la soledad— pasa a ser la última red de seguridad para una generación que trabajó toda su vida.
Un jubilado de 79 años obligado a compartir piso en Valencia: 'No me ha quedado otra. Cobro 600 euros al mes'
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Actualizado: 10:59 24/10/2025
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En España, la imagen de la jubilación tranquila y autónoma empieza a desvanecerse. Cada vez más mayores se ven abocados a compartir piso para sobrevivir con pensiones que no alcanzan ni para cubrir un alquiler modesto. El caso de José Pérez, un valenciano de 79 años entrevistado por Sonsoles Ónega en 'Y Ahora Sonsoles' (Antena 3), refleja esa nueva realidad que ha reabierto el debate sobre el envejecimiento y la precariedad. “No me ha quedado otra. Cobro 600 euros al mes, por lo que difícilmente podría vivir solo y únicamente puedo pagarme una habitación, en la que ahora estoy, por 240 euros”, explica con serenidad, aunque la frase deja entrever resignación.

José comparte piso con otras tres personas —otro hombre y dos mujeres— en un pequeño inmueble de Valencia. “Cada uno aporta según sus posibilidades”, añade. No todos los inquilinos perciben la misma pensión ni los mismos ingresos, pero todos se enfrentan al mismo problema: el coste de la vida se ha disparado muy por encima de sus jubilaciones. La situación se ha vuelto tan común que el Ministerio de Vivienda incluyó en su última campaña publicitaria a tres personajes ficticios de 60 años compartiendo vivienda, lo que ha generado una oleada de críticas por “normalizar la precariedad” entre los mayores.

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El precio de la vejez en el mercado del alquiler

En el mismo programa, Encarna González, de 67 años, compartió una historia casi idéntica. “Mi intención era vivir sola, pero aquí, en Valencia, es algo inabordable”, cuenta. Comparte piso con otras tres mujeres, la más joven de 63, y paga 300 euros por una habitación. “Lo mínimo por un piso son 500 o 600 euros, y en eso se me va la pensión”, lamenta. Su testimonio coincide con los datos del portal Idealista, que sitúa el precio medio del alquiler en la capital valenciana en más de 13 euros por metro cuadrado, una cifra inasumible para buena parte de los jubilados con pensiones mínimas.

El fenómeno se extiende por todo el país, y no siempre por necesidad económica estricta. En Lugo, Vivian (71), Demetrio (82) y Derio (84) comparten casa como alternativa a la residencia. “Cada uno es libre y hace lo que quiere, pero nos unimos para comer, cenar y no estar solos”, explican. Han organizado una pequeña economía doméstica común: aportan un fondo semanal para la comida y se turnan en las tareas del hogar. Su fórmula mezcla supervivencia económica y compañía en un país donde, según el INE, más de dos millones de mayores viven solos.

Un modelo de convivencia que gana terreno

El trasfondo de estas historias va más allá de lo económico: apunta al cambio estructural del modelo de vida y cuidados en una sociedad que envejece aceleradamente. La combinación de pensiones insuficientes, alquileres desbocados y un sistema de residencias saturado está empujando a muchos mayores a fórmulas de convivencia improvisadas que, aunque resuelven el día a día, evidencian un problema de fondo. La España envejecida empieza a parecerse, peligrosamente, a la juventud precarizada que no puede emanciparse.

Mientras tanto, el debate político se encona. La oposición acusa al Gobierno de “romantizar la pobreza” con campañas publicitarias que presentan como “alternativas vitales” lo que muchos consideran una renuncia forzada a la dignidad. Desde el Ministerio de Vivienda defienden, sin embargo, que el objetivo es visibilizar realidades existentes y fomentar soluciones de convivencia intergeneracional. En los hechos, lo que aflora es una tendencia creciente: la de jubilados que, con menos de 700 euros mensuales, deben elegir entre comer bien o vivir solos.

La soledad compartida como último refugio

“Es un oasis de compañía, pero no una elección libre”, resume José Pérez, consciente de que su pensión apenas da para sobrevivir en la tercera edad. Su historia, y la de tantos otros, deja al descubierto una paradoja incómoda.

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