Todos hemos vivido esa situación: estás explicando una idea, una anécdota o simplemente participando en una conversación, y alguien te interrumpe sin pudor. Aunque estas interrupciones suelen percibirse como una falta de respeto, la psicología, la neurociencia y la sociología nos invitan a mirar más allá. Según un creciente número de estudios, interrumpir no siempre es señal de mala educación; en muchos casos, responde a rasgos de personalidad, diferencias culturales o incluso trastornos no diagnosticados.
Uno de los factores más estudiados es el papel del narcisismo y la jerarquía. Investigadores de la Universidad de Neuchâtel han mostrado que ciertas interrupciones tienen una clara intención de dominancia, especialmente en entornos laborales, donde interrumpir puede funcionar como una herramienta de control. No es casualidad que los hombres interrumpan un 33 % más a las mujeres, como reveló un estudio de la Universidad George Washington. Estas dinámicas de poder, como explica la profesora Maria Venetis (Universidad de Rutgers), pueden percibirse como condescendientes o degradantes, afectando la equidad en el intercambio de ideas.
Pero hay explicaciones menos conscientes y más neurológicas. Según el psicólogo Russell Barkley, experto en TDAH, las personas con trastornos de atención o ansiedad a menudo interrumpen no por soberbia, sino porque les cuesta inhibir sus impulsos verbales o temen olvidar lo que quieren decir. Este patrón se debe a un déficit en la memoria de trabajo y la metacognición, dos funciones ejecutivas del cerebro. Dado que el 97 % de los adultos con TDAH no están diagnosticados, es muy probable que muchos de estos “interrumpidores crónicos” ni siquiera sean conscientes del porqué de su comportamiento.
A ello se suman factores culturales que modulan cómo interpretamos las interrupciones. En algunas sociedades mediterráneas o latinoamericanas, como apuntan investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, hablar por encima del otro no siempre es visto como una falta de respeto, sino como una señal de entusiasmo, compromiso y conexión emocional. En cambio, en culturas más orientadas a la escucha pausada y al respeto estricto de turnos, esa misma conducta puede generar frustración y tensión.
Por último, existe un componente de atención selectiva y falta de escucha activa. Como señalaron Carl Rogers y Richard Farson, la verdadera escucha requiere no solo oír, sino entender desde el punto de vista del otro. Sin este esfuerzo consciente, muchas personas se preparan para responder mientras el otro habla, lo que las lleva a interrumpir sin ser del todo conscientes. Así, interrumpir no siempre es una elección consciente, sino un síntoma de cómo pensamos, nos comunicamos… o no hemos aprendido a esperar.















