Después de años en los que presumir de una casa hiperconectada era sinónimo de estatus, las grandes fortunas del mundo están dando un sorprendente giro: buscan hogares libres de tecnología, sencillos, casi analógicos.
Lo que comenzó con asistentes de voz que encendían las luces o neveras que hacían la compra, se ha convertido ahora en una carga para muchos millonarios que, saturados del mundo digital, anhelan espacios donde la única conexión sea con su propio bienestar.
No quieren una casa más inteligente que ellos
Diseñadores y agentes inmobiliarios especializados en propiedades de lujo coinciden en esta nueva tendencia. “No quieren una casa más inteligente que ellos”, afirma Holly Hunt, referente del interiorismo de alta gama. Desde Hollywood hasta Silicon Valley, los nuevos compradores de élite ya no valoran sistemas domóticos de seis cifras, sino baños de inmersión, interruptores de toda la vida y chimeneas que se encienden con cerillas, no con apps. El hogar vuelve a concebirse como refugio, no como otra pantalla más.
Esta desintoxicación digital no solo responde a un deseo de tranquilidad, sino también a las incomodidades y frustraciones crecientes que genera la automatización del hogar. Según un informe de Realtor, más de la mitad de los propietarios de casas inteligentes lidian con problemas de compatibilidad entre sistemas, actualizaciones constantes y tecnología que envejece mal. “En casa de mis clientes no había ni un solo interruptor visible. Terminamos tirando todo el sistema domótico y volviendo a lo básico”, explicó Carrie Livingston, diseñadora en Beverly Hills.

Lo hacen también por privacidad
Las preocupaciones sobre la privacidad y la seguridad también pesan. Cámaras en cada rincón, altavoces escuchando en todo momento, electrodomésticos que recopilan datos: todo esto genera una sensación constante de vigilancia. Expertos en ciberseguridad como Kaspersky y académicos como Leonie Tanczer advierten de que cualquier dispositivo conectado a la red es un punto vulnerable. Para los ultrarricos, eso equivale a dejar la puerta de su mansión entreabierta a ciberdelincuentes.
No se trata solo de apagar pantallas, sino de recuperar el control sobre el espacio doméstico. Y en un mundo sobresaturado de tecnología, quizás la máxima expresión de lujo sea, precisamente, poder desconectarse por completo.