En el cine de acción, la línea entre ficción y realidad suele estar bien delimitada, pero John Wick la difumina a golpe de contusión. En la piel del letal asesino, Keanu Reeves no sólo interpreta el dolor, lo vive. Y no como una elección estética, sino como parte de un proceso casi físico de entrega actoral.
El nuevo documental Wick is Pain (2025) lo muestra con crudeza: lo que para muchos espectadores son movimientos estudiadamente torpes o gestos de dolor bien actuados, son en realidad lesiones reales acumuladas durante años de rodajes intensos.
Un compromiso casi marcial
Desde que se estrenó la primera John Wick en 2014, con un Reeves cincuentón dando clases de cómo rodar acción sin perder elegancia, el actor se convirtió en sinónimo de disciplina. “Si ves que John cojea, es porque Keanu está cojeando”, aseguran los miembros del equipo. Lo que comenzó como una propuesta estilizada de venganza terminó siendo una de las franquicias más físicas de Hollywood, en buena parte por el sacrificio personal de su protagonista. El director Chad Stahelski, ex doble de riesgo y viejo conocido de Reeves desde Matrix, ya le advirtió: “Te voy a llevar al límite”. Y Keanu respondió: “Hazlo”.
No eran palabras vacías. El actor, que ha sufrido dolores cervicales, dislocaciones de hombro, caídas reales y broncoespasmos tras coreografías particularmente exigentes, ha llegado a quedarse tendido durante minutos tras una toma. Y aún así, volvía al set con una sonrisa y un “¿seguimos?”.
A lo largo de las distintas películas, el actor ha sufrido una serie de lesiones reales que incluyen desgarros musculares, contusiones, cortes en brazos y rostro, inflamación crónica en los tobillos y rodillas, y problemas cervicales derivados de las numerosas caídas y forcejeos cuerpo a cuerpo. En el rodaje de John Wick: Capítulo 2, por ejemplo, llegó a lesionarse la muñeca al realizar una escena de combate en escaleras, y durante la tercera entrega padeció una distensión en la parte baja de la espalda tras repetir decenas de veces una maniobra de judo. Además, ha terminado varias jornadas de rodaje con hematomas por todo el cuerpo, sin dejar de filmar por ello.
A esto se suman las molestias persistentes por el uso intensivo de armas de fuego en secuencias prolongadas, que le provocaron tendinitis en los codos y fatiga en las articulaciones de los dedos. Su entrenamiento previo también ha sido extenuante: ha pasado meses preparándose con especialistas en jiu-jitsu, judo y esgrima táctica, lo que ha generado microlesiones en hombros y caderas.
¿Dónde acaba Wick y empieza Reeves?
Reeves no es solo la cara de John Wick. Es su carne, su sudor, su rodilla inflamada. No sorprende que su autenticidad haya calado tanto. Los combates cuerpo a cuerpo, la precisión en el uso de armas o las caídas por escaleras interminables no son solo efectos bien ejecutados, son coreografías reales donde el actor apenas recurre a dobles salvo para maniobras peligrosas de alto riesgo.
Además, Keanu lleva entrenando desde hace años con tiradores profesionales, artistas marciales y coreógrafos para perfeccionar lo que ha terminado siendo un sello propio: el gun fu, una mezcla de combate con armas y cuerpo a cuerpo que la saga ha elevado a arte. Cada entrega ha superado a la anterior en espectacularidad y, con ella, en exigencia física para un actor que ya ha cumplido 60 años.
La saga no se sostiene únicamente por sus tiroteos, sino por la capacidad de Reeves para convertir a su personaje en una especie de antihéroe trágico, que encaja cada golpe con la obstinación de quien no tiene ya nada que perder. Y tal vez por eso el apodo de “Baba Yaga”, más allá del folclore ruso, le encaje tan bien: es un fantasma que no descansa, un vengador que no muere, pero que cada día arrastra un cuerpo más cansado.
¿El final está cerca?
La gran incógnita ahora es cuánto más puede dar Reeves sin quebrarse. Aunque la cuarta entrega rozó el límite físico y emocional, y la futura Ballerina expande su universo, los fans aún sueñan con ver un John Wick 5. Si llegará o no, depende menos del guion que de la salud y la voluntad de un actor que ha dado más de sí mismo de lo que exige cualquier contrato de Hollywood.















