La creciente tensión comercial entre Europa y Estados Unidos ha tomado un rumbo inesperado. Tras el endurecimiento de los aranceles impulsado por el presidente Donald Trump, varios países europeos han comenzado a organizar campañas de boicot contra productos y marcas estadounidenses emblemáticas.
Lo que empezó como un pulso diplomático se ha convertido en un movimiento de base social que modifica los hábitos de consumo como forma de protesta. La ofensiva arancelaria de Trump no es nueva. Con su regreso a la Casa Blanca, el mandatario ha reactivado su agenda proteccionista, gravando productos procedentes de la Unión Europea.
Aranceles y reacción: un conflicto que escala
La respuesta no se ha hecho esperar: Francia, Dinamarca, Alemania y otros países han optado por medidas prácticas y simbólicas, desde el fomento del consumo local hasta la retirada de productos estadounidenses en universidades, supermercados e instituciones públicas. El mensaje es claro: si Washington sube los impuestos, Europa contesta con el consumo.
Gigantes del consumo en el punto de mira
Entre los más afectados están grandes marcas del sector alimentario como Coca-Cola, Pepsi, McDonald’s, Starbucks, Kellogg’s o Heinz. En Dinamarca, se promueven bebidas locales frente a los refrescos estadounidenses. En Francia, el llamado “proteccionismo gastronómico” cobra fuerza para limitar la entrada de productos como el queso cheddar o los vinos californianos.
El boicot alcanza también al sector digital y tecnológico. Empresas como Apple, Intel, Tesla, así como plataformas como Netflix o Disney+, podrían ver afectada su cuota de usuarios en Europa. Para muchos consumidores, esta coyuntura es una oportunidad para redescubrir alternativas locales y apoyar la innovación europea, como contrapeso al dominio de Silicon Valley. En el sector automotriz, marcas como Ford, General Motors o Harley-Davidson enfrentan una caída de popularidad en mercados donde antes tenían gran aceptación.

La industria textil estadounidense no escapa a la ola de rechazo. Firmas como Nike, Levi’s o Walmart podrían sufrir un descenso notable en sus ventas si el boicot se mantiene. Paralelamente, la Unión Europea estudia aplicar nuevas regulaciones en respuesta a la política arancelaria norteamericana, lo que podría intensificar aún más el desacuerdo.
La escalada no solo es económica. Refleja un desencuentro más profundo entre dos modelos culturales y económicos que hoy parecen más alejados que nunca. El boicot europeo no es solo una respuesta táctica: es también una declaración de principios en un escenario global cada vez más polarizado.