En una operación que ha captado titulares globales, Elon Musk ha convertido una antigua fábrica abandonada en Memphis en Colossus, el superordenador más potente del planeta. Bajo la bandera de su empresa xAI, este gigantesco centro de datos promete redefinir el futuro de la inteligencia artificial, con aplicaciones directas sobre los vehículos de Tesla y otros negocios tecnológicos del magnate.
Sin embargo, el coste de este avance no se mide solo en megavatios y transistores, sino en calidad del aire, salud pública y el derecho de comunidades históricamente ignoradas a no ser el vertedero de los sueños tecnológicos ajenos.
35 turbinas apuntando hacia un barrio pobre
El proyecto, inicialmente anunciado como una bendición económica para la región, ha encendido las alarmas en Boxtown, un vecindario pobre y mayoritariamente afroamericano. La instalación opera con 35 turbinas de gas que, según expertos ambientales citados por CNN, deberían haber requerido licencias de emisiones que nunca fueron tramitadas. La empresa se escudó en una exención legal pensada para maquinaria temporal, pese a que el uso intensivo y prolongado de las turbinas contradice esa categoría. Lo que debía ser un motor del progreso ha terminado siendo, para muchos residentes, una fuente más de polución y riesgo sanitario.
Las cifras son contundentes: Boxtown ya soporta 17 instalaciones industriales contaminantes, y estudios recientes muestran que su tasa de riesgo de cáncer supera cuatro veces los niveles aceptables por la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Además, Memphis ostenta el triste récord de hospitalizaciones infantiles por asma más altas del estado. La adición de Colossus, que libera óxidos de nitrógeno, partículas ultrafinas y formaldehído, ha sido vista por muchos como un nuevo episodio de racismo ambiental, una práctica denunciada desde hace décadas por organizaciones como Earthjustice o el Center for Environmental Health.
Autoridades locales alaban el proyecto
La reacción de las autoridades ha sido desigual. Mientras el alcalde Paul Young elogia el “Delta Digital” que proyecta xAI, figuras como el legislador estatal Justin Pearson denuncian haber sido excluidas del proceso. La reciente solicitud de permisos para parte de las turbinas, tras la exposición mediática, no ha bastado para recuperar la confianza vecinal. La comunidad ya ha combatido antes megaproyectos contaminantes, como un oleoducto cancelado en 2021 o una planta de óxido de etileno clausurada en 2023. La instalación de xAI no representa, para ellos, una novedad, sino la continuidad de un patrón en el que la promesa de innovación encubre un modelo extractivo.

A escala nacional, el caso de Colossus refleja una disonancia cada vez más evidente en el discurso tecnológico estadounidense. Bajo el mandato de Donald Trump, con Musk como uno de sus asesores más cercanos, se ha priorizado el crecimiento económico por encima de la justicia medioambiental. Como denuncian líderes locales, esta revolución digital tiene un alto precio social y ecológico que pagan los de siempre. “El futuro no puede construirse respirando veneno”, resumía un activista de Memphis.