El salmón, ese rey indiscutible de la mesa mundial, esconde un secreto poco apetecible: más de 70 parásitos le acompañan en su día a día. Su cercanía a las costas durante sus primeras etapas de vida, donde pululan mamíferos marinos, mantiene vivo este ciclo parasitario, una verdad incómoda para los amantes del pescado rosado.
El lado menos conocido del salmón: por qué merece una mirada más crítica sin perder el apetito
Pero la historia se complica cuando hablamos del salmón de piscifactoría. En estas granjas acuáticas, donde los peces crecen bajo estricta vigilancia, el menú no es tan natural: una dieta que mezcla harinas de pescado con un cóctel de aditivos y químicos para asegurar su supervivencia en ambientes cerrados. Por si fuera poco, los encargados del cuidado de estos salmones no dudan en recurrir a pesticidas y antibióticos para esquivar enfermedades, dejando residuos que más tarde acaban en nuestros platos y, por ende, en nuestro cuerpo.
Los protocolos de higiene en estas instalaciones son tan rigurosos que el personal se protege con monos y equipos especiales, conscientes de la toxicidad de los productos utilizados para mantener el agua en condiciones aceptables. Ironías del destino: estos mismos químicos diseñados para preservar la salud de los peces pueden ser dañinos para quienes los consumen.
Hay que diferenciar el salmón salvaje, ese que crece a su ritmo natural y ofrece un perfil nutricional más equilibrado, del salmón criado en granjas, que si bien contiene más grasas y contaminantes, sigue siendo el preferido en muchas mesas. Curiosamente, el salmón de piscifactoría tiene casi el doble de calorías que su hermano salvaje, aunque ambos comparten un valioso tesoro: el Omega 3.
No todo es oscuridad en la historia del salmón. Este pescado sigue regalándonos beneficios esenciales: desde una fuente rica en proteínas y minerales como el yodo, magnesio y selenio, hasta una buena dosis de vitaminas que cuidan la tiroides, el intestino y protegen nuestros huesos con su vitamina D. Además, sus propiedades antiinflamatorias luchan contra el envejecimiento de la piel y ayudan a prevenir ciertos tipos de cáncer cutáneo.
En definitiva, el salmón es un producto ambivalente, un placer lleno de matices en el que conviven virtudes y sombras, y cuyo consumo merece una mirada informada y crítica.















